Vendedor de ilusiones

Amables lectores: En su discurso de  posesión para el segundo mandato 2014-2018, el presidente Santos lejos de proyectarse como un estadista visionario y carismático dotado de sabiduría y sagacidad, necesarias para enfrentar la multiplicidad de problemas y retos que afectan al país, más bien parecía un vendedor de ilusiones que con buena voluntad conmina al pueblo colombiano a emular la excelente conducta y el amor por el país que orgullosamente nos enseña James Rodríguez – Nairo Quintana – Catherine Ibargüen y Mariana Pajón, quienes cosechan éxito entrenando incansablemente con altas dósis de compromiso, responsabilidad, perseverancia y ante todo porque tienen una meta, un propósito, “ser el mejor”, dar lo mejor de sí mismos.

Minimiza el presidente la falta de compromiso y de amor por el país y por el pueblo colombiano que muestra la insurgencia con los abominables actos de psicópatas que cometen contra la población civil, contra el medio ambiente y nuestra precaria infraestructura. Como podremos sinérgicamente avanzar en favor de la paz si existe una franca incoherencia entre lo que se negocia en La Habana y lo que expresan con exacerbada soberbia y cinismo los líderes insurgentes y las obras de su revolución: contaminación de ríos, destrucción de puentes y carreteras, muertes de civiles, de soldados, de niños inocentes, campos sembrados de minas quiebrapatas, desplazamiento, reclutamiento de niños y niñas campesinos, abuso sexual con esta últimas con sus abortos y en fin muchas otras miserias execrables; realmente no hay afinidad en los intereses que nos muevan a unos y otros.

Tener ilusiones y soñar no es malo, pero es saludable tener un polo a tierra. Creer que el país se reconstruirá y cambiará radicalmente reforzando los pilares de la paz, la equidad y la educación, es  utópico si no se sanea el terreno en sus cimientos erradicando primero la corrupción, y la politiquería, la mermelada y la intermediación que todo lo corrompen y desvían. Este reforzamiento, según los expertos, tendría un costo del orden de 150 billones de pesos, imagínense salivando a los contratistas.

En su discurso el ejecutivo no hizo un contundente balance de gestión que fortaleciera nuestra fé en un mejor futuro, quizás porque pocas son las obras para mostrar de manera que continúa sembrando ilusiones y promesas para este nuevo cuatrienio. Tampoco nos habló  el presidente del problema de límites con Nicaragua que nos traerá muchísimas dificultades internacionales en los próximos años. Tanto el poder ejecutivo como el legislativo tienen un altísimo reto y la gran responsabilidad de realizar las urgentes reformas a la salud, la educación, la justicia y la tan cacareada y necesaria reforma tributaria que no resulte por improvisada hecha a expensas del sacrificio de la clase media y de los escasos recursos de la mayoría de los pensionados excepto si son excongresistas o exmagistrados  que reciben sin justicia alguna, jugosas pensiones.

Es hora de que los congresistas sientan un poco de vergüenza y consideración por aquellos que los eligen y que se dediquen a legislar en favor de una Colombia mejor sin intereses mezquinos y egocéntricos, sin odios ni soberbia. Seguir polarizando al país puede conducirnos a la terrible pesadilla de una guerra civil. Ya basta de odios y de persecuciones. Estamos hastiados de observar en el congreso peleas de gallos sin espuelas pero sí con lenguas groseras y cortantes. No más riñas de canes callejeros de buena familia. Por favor es hora de humanizarnos, Colombia espera ver de ustedes lo mejor.

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