Venezuela: acelerar la oposición

Plebiscito contra el chavismo
No bajar guardia ante el régimen

A poco de decantados los resultados de las elecciones venezolanas puede observarse que la polarización política será aún mayor. En todo caso, el presidente Nicolás Maduro ha recibido un rotundo plebiscito en su contra. No obstante, muchos, incluidos increíblemente miembros de la oposición, sostienen que el problema no fue él sino la debacle económica fruto de la caída de los precios de petróleo. ¡Claro que sí! Pero igualmente las elecciones trataban de la figura de Maduro y su capacidad para manejar la crisis. Y en eso el pueblo venezolano ha dado la negativa categórica a que Maduro tenga legitimidad alguna para sus acciones futuras y gobierne como le venga en gana, según lo ocurrido hasta ahora.

El dilema político, por lo tanto, es el de si apurar su salida o si dar un compás de espera hasta las elecciones presidenciales, lapso que sin embargo el actual régimen aprovechará para recomponerse.

Nada sería, por supuesto, más apetecible que esperar a las elecciones presidenciales. Pero para ello falta bastante. En tanto, tampoco sería democráticamente válido sentarse a observar cómo se vuelve a consolidar el chavismo mientras los militares y Maduro evaden las señales democráticas recién expresadas. De forma que la oposición no puede perder el temple y la capacidad de movilización. Bien, desde luego, para mantenerse sólida y como alternativa hacia las elecciones presidenciales, bien para actuar de gendarme y movilizarse anticipadamente. Porque la misma Constitución, ciertamente, tiene cláusulas y posibilidades legales para salir de una satrapía que a todas luces ha llevado a la catástrofe de Venezuela. Es a eso, justamente, que el pueblo ha dicho ¡sí!

Semejante mensaje democrático  tiene que ser asimilado en toda la línea. No puede la oposición, como seguramente no lo hará, matar el tigre y asustarse con el cuero. Lo que es fácil decirlo, mucho más desde el exterior, pero ponerlo en práctica corresponde a los líderes internos como lo han hecho con un vigor inusitado. Sea lo que sea, no parecería recomendable seguir viendo día a día la gigantesca descomposición que sufre un país tan rico como la nación vecina y los traumas que por la evidente ruina institucional y gubernamental vive el pueblo venezolano. El problema está, ciertamente, en que la oposición en modo alguno podría volver al antiguo gobierno de adecos y copeyanos, sino que ha de reinventarse prontamente el sistema político mientras que actúa contra el actual régimen militarista.

De otra parte, persiste el problema de un gobierno bicéfalo entre el Ejecutivo y el Legislativo. Vendrá, pues, una pugna entre ambos poderes. Ya está claro que las propuestas de diálogo del chavismo, al decir que solo hablará directamente con el pueblo, no pasan de ser una pantomima. Lo mismo que el cambio de gabinete, que ha sido simplemente el mecanismo que encontró Maduro para no entregar su propia cabeza y contentar con migajas al crítico círculo chavista que le echa la culpa y cuya idea es la radicalización.

Llegará, más pronto que tarde, el instante en que comprenderán que deberán compartir la agenda gubernativa o que deberán someterse a las mayorías legislativas. Y está bien, para efectos de la oposición, no dejar un solo vacío en lo que de sus competencias se trata. Como esto será así, es clave el nombramiento del presidente de la Asamblea Nacional, una persona que tenga la reciedumbre y la ductilidad para tomar la temperatura política de cada momento. La dificultad principal radica en que las mayorías congresionales, teniendo ahora todo el peso del futuro venezolano sobre sus hombros, deberán actuar, de un lado, en favor de la recuperación económica, en procura de la inversión nacional e internacional, buscando la primacía de la banca central contra la inflación y una moneda ajustada a las realidades, pero de otro lado sin dejar que, gracias a su propia labor, el chavismo saque réditos para su eternización.

El hecho, tras las elecciones, es que la víbora chavista sigue viva. Pero, al mismo tiempo, de ciegos sería no entender que el mensaje dado es sólo uno: acelerar la oposición. Cualquier lectura diferente sería hacer caso omiso a los espléndidos resultados.

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