Venezuela: El país de las filas

Venezuela, que fuera la nación más rica de América Latina, es ahora el país de las filas más largas. El venezolano tiene que calcular en su día las horas que pasará esperando para comprar comida y los productos de necesidad básica. Las filas es lo que hoy define a Venezuela.

Venezuela es un país que espera, en pausa, frustrado con el presente e incapaz de imaginarse un futuro mejor a corto plazo. No hay salida. Por ahora.

“Pudimos detectar que de cada 10 venezolanos, seis deben hacer colas para comprar alimentos, independientemente de la clase social”, dijo hace poco Roberto León Parilli, presidente de la Alianza Nacional de Usuarios y Consumidores en Venezuela. Y hacer fila no garantiza comprar lo que uno quiere. “En los abastos y supermercados están limitando la cantidad de productos que se pueden vender”.

Esto ha creado una nueva profesión: los “coleros”. Ellos hacen la fila por otros a cambio de unos bolívares. Venezuela debería producir médicos e ingenieros, no “coleros”.

Estamos hablando de varias horas al día haciendo fila para comprar pollo, maíz, leche y papel del baño. “Es que las colas en Venezuela para comprar comida pueden durar siete, ocho, nueve horas”, me dijo en una entrevista el expresidente de Colombia, Andrés Pastrana.

En Venezuela hay que esperar para todo. Pastrana y el expresidente de Chile, Sebastián Piñera, en una reciente visita a Venezuela, tuvieron que esperar horas, sin éxito, para ver en la cárcel de Ramo Verde al preso político y líder opositor, Leopoldo López. Al final, la espera no sirvió de nada. No los dejaron verlo. “En Venezuela hay presos políticos”, me dijo un frustrado Pastrana. “¿A esto le podemos llamar democracia?”.

Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular, lleva ya un año en la cárcel. El régimen de Nicolás Maduro lo acusó de incitar a la rebelión. Después de que López se entregara, las manifestaciones masivas contra el gobierno perdieron fuerza. Pero la lucha no terminó ahí. López se está convirtiendo en el Nelson Mandela de Venezuela y el régimen de Maduro lo sabe. Por eso no lo sueltan.

Carlos Vecchio también debería estar preso. Él es el número dos del partido Voluntad Popular y, al igual que López, tenía una orden de captura. Pero Vecchio se escondió durante 108 días en Venezuela y, finalmente, pudo escapar. Actualmente vive en el sur de Florida, donde conversé con él.

“A mí me fueron a buscar de manera violenta”, recuerda Vecchio. “Y ahora me tocó en clandestinidad esta nueva etapa”. Vecchio no quiere a Maduro en el poder, pero rechaza cualquier proceso de transición que no sea democrático. ¿Un golpe de Estado? ¿Invadir Venezuela? “Esa es una locura”, me dijo, “un absurdo”.

Vecchio cree que la sociedad venezolana está viviendo “un cambio irreversible que no lo va a parar nadie”. ¿Cuál es la salida a la crisis actual? Él cree que puede haber una renuncia de Maduro, un referendo revocatorio el próximo año o, incluso, una enmienda que recorte el mandato presidencial. Pero para eso, me dijo, se necesita del “chavismo democrático”.

¿Qué es eso? le pregunté. “El chavismo democrático es un grupo de venezolanos que creyeron en el proyecto (de Hugo Chávez) y que ahora están defraudados por una élite corrupta”, me explicó Vecchio. “No hay transición posible en Venezuela sin ese grupo de venezolanos”. Su teoría es que el chavismo solo se acaba con la ayuda de algunos chavistas.

Venezuela está viviendo, me dijo, “una tormenta perfecta”. Se refería a la inflación más alta del continente, los bajos precios del petróleo, la violencia, el desabastecimiento de alimentos, el permiso que tiene el ejército para disparar contra manifestantes, los millones de dólares que guardó el gobierno chavista en cuentas suizas, la frustración de la gente y la incapacidad de Maduro para liderar. Quizás.

Pero lo nuevo en Venezuela es el hambre. Eso sí acaba con cualquier gobierno y con la paciencia de los más aguantadores.

El expresidente Pastrana cree que se puede venir una crisis humanitaria sin precedentes. Si al final de las filas no hay nada que comer, Maduro podría ser el postre. Ni siquiera los propios chavistas saldrían a defenderlo. Las ideologías no se comen.

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