Venezuela en el rumbo del desastre

Venezuela marcha en la dirección equivocada, dijo el secretario de Estado, John Kerry, al condenar los recientes arrestos de opositores y la arremetida de la policía venezolana contra manifestantes.

La represión del régimen bolivariano alcanzó una nueva cota de brutalidad con el asesinato de un joven de 14 años, un niño, cometido el martes por un agente de la policía en San Cristóbal. Sí, las autoridades arrestaron al policía y la fiscalía le ha presentado cargos, pero es la política oficial represiva la que crea el marco propicio para este tipo de incidentes que no deberían ocurrir, que constituyen un atropello inusitado y un acto de desprecio hacia la vida humana.

¿Acaso el propio régimen no autorizó oficialmente hace poco el empleo de fuerza letal para contener las manifestaciones? La muerte del adolescente en San Cristóbal fue, como dijo Kerry, un “crimen horrendo”. Y además, un crimen evitable, si la policía cumpliera con su deber de mantener el orden protegiendo a la ciudadanía, en lugar de considerar a cualquier ciudadano como un enemigo en potencia.

Nicolás Maduro preside el gobierno con la actitud paranoica de un capitán al frente de una plaza sitiada. Reacciona intempestivamente ante supuestas conspiraciones para derrocarlo, dignas de la imaginación de John le Carré.

El reciente encarcelamiento del alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, es una de esas acciones bruscas con las que el régimen de Maduro solo consigue aumentar el grado de crispación de la sociedad y ganarse el repudio internacional. La Unión Europea expresó el martes que la detención de Ledezma es “una fuente de alarma”. También lo es que estén tras las rejas decenas de líderes opositores como Leopoldo López, en la cárcel desde el 18 de febrero del año pasado, por participar en protestas contra un régimen que ha llevado a Venezuela a la ruina.

El proyecto chavista ha fracasado. La reanudación de las manifestaciones contra el gobierno es una clara evidencia de ese fracaso. Maduro debería salir del asediado castillo de su ideología y escuchar el clamor popular, cada vez más estridente.

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