Venezuela, españa y el deslave

Lo escribo perfectamente consciente de que este llamado de alerta no encontrará en España más que unos pocos oídos generosos, dispuestos a ver detrás de las máscaras de la felonía y la traición de un aprendiz de Drácula llamado Pablo Iglesias. Si el deslave ya avanza con una velocidad de crucero, podremos asistir al descarrilamiento de una sociedad que salió de una tiranía espantosa con una sensatez ejemplar. En gran medida auxiliada por aquella que tampoco supo evitar el descarrilamiento: Venezuela. Que Dios los ampare.

Quino, el talentoso dibujanteargentino padre de esa maravillosa criatura que bautizara como Mafalda y que ha venido a superar con creces nuestras infantiles simpatías por La Pequeña Lulú, ha dicho que la vejez es como un golpe de Estado fascista. Lo de fascista se entiende en quien sufriera, junto a su tribu imaginaria, del golpismo militar argentino. Ante el cual su perspicaz criatura pidiera que le detuviesen el mundo para apearse. Un golpe, por cierto, de otro jaez que el golpismo militar venezolano, producto de un deslave con pretensiones libertarias. Como si existieran golpes buenos y golpes malos, y no fueran todos productos de una indigestión exantemática.

Son los deslaves sociopolíticos monumentales, apocalípticas diarreas colectivas que afectan a los pueblos cuando colapsan todas las válvulas de escape de sus sistemas de dominación y la presión y el descontento llevan a estallar las calderas. Súbitos despertares pesadillescos que manifiestan una terrorífica contradicción: salir de una pesadilla para despertar en una inmensamente peor. En Venezuela decimos “salir de Guatemala para ir a caer a Guatepeor”.
Lo dramático para sus espectadoresmás conscientes y sabidos es constatar que esos deslaves, como las tragedias, se dirigen inexorable e inevitablemente hacia el abismo, exactamente como los endemoniados de Gerasa en la narración del Lucas. Con una diferencia que los hace mucho más trágicos: no hay piaras de cerdos como para asumir y metabolizar el extravío.

Los venezolanos lo sabemos. Un deslave que comenzó con un levantamiento motinesco que ya presagiaba todas las taras y desvaríos hamponiles que marcarían a sangre y fuego el futuro cuarto de siglo – en febrero de 1989, se afianzaría con un avieso golpe de estado militar en febrero de 1992 y terminaría por romper todos los diques y lanzar a la república a los abismos del caos tras la elección del endemoniado de Sabaneta. Tras dieciséis años de extravío y devastación posiblemente hayamos comprendido cuál es el fin y hacia dónde conducen los deslaves. En nuestro caso, hacia la trágica disgregación de la Nación, la proliferación del crimen y la inmoralidad, la devastación espiritual y moral, cuyas cifras empalidecen al más esforzado: posiblemente hayan desaparecido en los laberintos de la irresponsabilidad, la corrupción, el vicio y el saqueo nada más y nada menos que tres millones de millones de dólares, doscientos cincuenta mil homicidios y la irreparable pérdida de la unidad nacional.

Los españoles han comenzado el 2014 a vivir uno de esosdeslaves que puede llegar a asumir proporciones apocalípticas. Como el venezolano. Si bien con el sórdido antecedente de una de las más salvajes y cruentas guerras civiles de la historia. Y como suele suceder, experimentan su extravío en medio de algarabías y fanfarrias, como si fuera el reencuentro con el destino, la marcha triunfal hacia la redención, la purificación de todos los pecados, el avistamiento de la tierra prometida. Exactamente como Chávez nos cantara desde las alturas de sus cuarteles la isla de la felicidad. Aquella en que terminaría muriendo como un perro, esquilmado, en los huesos, solo, carcomido por la insaciable voracidad de sus mayordomos. Que como el monstruo de la historia de Bram Stocker sólo se mantienen con vida chupando con desesperación la sangre vivificante de sus víctimas.

Lo escribo perfectamente consciente de que este llamado de alerta no encontrará en España más que unos pocos oídos generosos, dispuestos a ver detrás de las máscaras de la felonía y la traición de un aprendiz de Drácula llamado Pablo Iglesias. Si el deslave ya avanza con una velocidad de crucero, podremos asistir al descarrilamiento de una sociedad que salió de una tiranía con una sensatez ejemplar. En gran medida auxiliada por aquella que tampoco supo evitar la colisión: Venezuela. Que Dios los ampare.

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