Venezuela se derrumba

Tensión política y riesgo de guerra civil
La pasividad de la comunidad Internacional

Lamentablemente hablar del riesgo de una guerra civil en Venezuela ya no es una hipótesis descabellada. Todo lo contrario, la polarización política está llegando a un punto de no retorno en el que, paradójicamente, tanto voceros gubernamentales como de la oposición no descartan que se produzca un estallido social y violento, con la única diferencia de que cada bando culpa al otro de estar instigando el levantamiento popular y un posible baño de sangre en esa nación.

Está claro que el régimen de Nicolás Maduro se aferra al poder cada día más ante la evidencia de que las mayorías nacionales están exigiendo un cambio de rumbo político, económico, social, institucional, judicial y en todas las órbitas. Ya, pues, no se puede hablar de un país dividido o polarizado, en el que gobierno y oposición tiene fuerzas populares equivalentes. Por el contrario es cada día más palpable que el chavismo está perdiendo gran parte de sus bases a lo largo y ancho del territorio, debido a que su beligerancia verbal sobre las supuestas bondades de la revolución y el llamado “socialismo del siglo XXI” se estrellan drástica y contundentemente con la realidad de una ciudadanía que está, literalmente, aguantando hambre, no tiene acceso a los medicamentos más básicos, perdió las principales fuentes de empleo, está cercada por la delincuencia e inseguridad, soporta el coletazo de un sistema productivo quebrado y ya no puede acudir a las asistencias y subsidios estatales como alternativa de sobrevivencia, pues éstos tienen una cubertura cada vez más pequeña, reflejo lógico de unas finanzas estatales exiguas y al borde del default como consecuencia no solo de la crisis de los precios del petróleo, sino de una corrupción oficial rampante y un desgreño administrativo sin precedentes . Los venezolanos están bajo el rigor de la inflación más alta del mundo, a tal punto que si el 180 por ciento de aumento del costo de vida con que cerró 2015 fue grave, este año podría terminar con un impresionante 700 por ciento.

En ese orden de ideas queda claro que el régimen de Maduro se sabe en cuenta regresiva y que sus desesperadas medidas de los últimos meses lo único que evidencian es la desesperación por quedarse, así ello implique llevarse por delante todos los cánones democráticos y, pero aun, someter a la población a un estado de hambruna y necesidad que ya raya en una crisis humanitaria peor que la de Haití o la de algunas naciones africanas años atrás.

Venezuela, en conclusión, está hoy sometida a una autocracia. Aunque en las encuestas el 70 por ciento de los consultados quieren que el chavismo dé un paso al costado y asuma en su reemplazo un gobierno de reconstrucción nacional, el régimen no da su brazo a torcer y por eso ha llegado al extremo de declarar un estado de excepción con el principal objetivo de bloquear el referendo revocatorio que la oposición, con casi dos millones de firmas recogidas en tiempo record, está impulsando pero que un Consejo Nacional Electoral, claramente oficialista, quiere dilatar artificiosamente. Hasta para el más ingenuo de los atribulados venezolanos es palpable la intención del chavismo de anular todo el proceso o demorarlo de forma tal que la citación a las urnas no se dé este año, sino después del 10 de enero de 2017 cuando Maduro cumpliría cuatro años en el poder y si la ciudadanía dictamina, como todo lo da a entender, su alejamiento de Miraflores, entonces el Vicepresidente asumiría el cargo hasta el 2018 y la batalla por salvar a ese país de la sinsalida política, económica y social en que hoy se hunde, sufriría un aplazamiento que podría ser irremediable.

No se entiende cómo es posible que el gobierno de Maduro no se conduela de la tragedia de su propio pueblo o que en verdad crea que sus peroratas sobre presuntas conspiraciones internacionales tienen algún grado de credibilidad entre sus conciudadanos. En el fondo hay actitudes claramente delirantes no solo del Presidente y su círculo del poder más íntimo, sino de todo un régimen y un partido único que en sus estructuras nacionales, regionales y locales parece estar dispuesto a defender, a sangre y fuego, su permanencia en el poder, así ello implique enfrentarse a sus propios compatriotas.

En plena segunda década del siglo XXI sorprende la pasividad e impotencia con que la comunidad internacional presencia el derrumbamiento de una nación por cuenta de un régimen que raya en lo dictatorial. Lastimosamente, así como evoluciona la crítica situación en ese país pareciera que su destino se terminaría definiendo, no en las urnas sino en las calles. El temor a una guerra civil crece peligrosamente.

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