¿Y ahora qué sigue?

Consumado el desplome del gobierno en las encuestas y faltando 8 meses para la primera vuelta, muchos nos andamos preguntando qué seguirá.

Santos tratará de revertir la percepción de ese 82% de colombianos que cree –o creemos- que las cosas van por mal camino. Agobiado por el tiempo, el inexorable tiempo, pretenderá darle un viraje a su errático gobierno. Tal vez caiga en la trampa de renovar un alto porcentaje de su gabinete, con lo cual ahondará la crisis, pues quienes lleguen al Ejecutivo tardarán meses entendiendo las tareas pendientes y cuando al fin le saquen punta al lápiz, sonará el teléfono en el que al otro lado de la línea una amable operadora les dirá: doctores, desocupen porque el nuevo Presidente ha tomado posesión del cargo.

Que el 72% de los colombianos tengamos una imagen negativa de Santos es el reflejo de lo que fue este gobierno que prefirió poner al Estado al servicio de la vanidad del mandatario y los suyos. Para Santos y sus consejeros más valía una carátula de revista norteamericana que un diálogo franco y fluido con los ciudadanos de la destruida Gramalote. Era prioritario poner a la Primera Dama en las páginas de Vogue y no solucionar el problema de los mineros informales.

Creyó el Presidente que disfrazando a su hijo de soldado, se ganaría el corazón de una tropa que durante tres años ha visto cómo su comandante supremo enalteció políticamente a los terroristas que en su momento Álvaro Uribe alentaba a combatir con fiereza y ardentía.

El boato, la buena vida, los exquisitos banquetes y lo superficial desplazaron a los grandes temas nacionales. Los colombianos se sienten desgobernados, abandonados, mandados por un encopetado caballero que encerrado en los salones de Casa de Nariño dilapidó todo un capital político reencauchando a las Farc y al Partido Liberal.

Para el urbismo el triunfo electoral está servido en bandeja de plata. El rechazo al gobierno de Santos es un mensaje claro de que el país quiere volver por el sendero de la Seguridad Democrática. Pero como en la política no hay nada escrito, quién quita que en medio de la turbulencia brote un fenómeno bien raro, algo así como un Mockus modelo 2014.

Por eso, los dos precandidatos fuertes del uribismo, Pacho Santos y Oscar Iván Zuluaga –son los únicos opcionados luego de que la corte suprema sacara de circulación a Luis Alfredo Ramos- deben sentarse cuanto antes y llegar a un entendimiento. En tanto más rápido haya candidato único del uribismo, mucho más fácil será posicionarlo ante el país como alternativa viable de poder.

Si el uribismo sigue alargando el asunto y espera hasta marzo para tomar una determinación, la victoria electoral se complicará. Estos meses que nos separan de la primera vuelta serán definitivos para consolidación de la hecatombe de Santos, pero también para el crecimiento de la candidatura “independiente” o de tercería que se abrirá paso silenciosa y consolidadamente mientras los uribistas siguen en esa tontería de las precandidaturas.

En un momento definitivo como el que vive en nuestro país, esperamos de nuestros líderes visión y talante de estadistas y no cálculos personalistas que son el reflejo de mezquindad y ambición, esas mismas que Juan Manuel Santos supo mimetizar cuando posaba de uribista, por allá en los días previos a las elecciones de 2010.

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A manera de recomendación: mientras las fichas políticas se acomodan, que Juan Manuel Santos mande a uno de sus edecanes a conseguir una copia de ese bello poema de Kavafis, “En la pequeña ciudad sin alegría”, aquella en la que trabaja un joven que espera a que pasen los meses para poder volver a la metrópoli…

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