Y CAE EL TELÓN

Si Zuluaga gana este domingo, habrá logrado una hazaña política sin pares en la historia de Colombia.

Está enfrentado a un opositor que ha tenido en sus manos todos los factores de poder. Que ha sometido con astucia, no solo a los que han sido sus socios burocráticos en estos cuatro años de mandato, sino ahora a quienes han sido sus antípodas ideológicas.

Pocas veces en la historia política colombiana, un presidente había concentrado tanto poder para utilizarlo en causa propia. Ha buscado y encontrado apoyos interesados en los más disímiles y contradictorios campamentos de los protagonistas, antagonistas y compadres de la jornada electoral.

Con su politizada bandera de la paz -manejada con golpes efectistas de opinión y buena dosis de maniqueísmo- arropa toda clase de exigencias y aspiraciones para lograr acuerdos políticos. Es su talante de hábil jugador para actuar con un pragmatismo que puede romper con la ética. Su meta es despanzurrar a su contendor a como dé lugar.

No será fácil para Zuluaga vencer todas estas asociaciones de intereses creados y amarrados a la complicidad de la burocracia. De lograr superar tantos obstáculos y obtener la victoria, sería un acto para figurar en las grandes jornadas de la épica política colombiana. Enfrentar y doblegar la cofradía de ambiciones santistas -que de ganar, harían difícil maniobrar una eficaz gobernabilidad- es una tarea titánica.

Obtener Zuluaga, afrontando tantas vicisitudes y habilidosidades, el éxito electoral sería, para los politólogos y para la historia política colombiana, una gesta sin precedentes. Así como la derrota para Santos, la mayor muestra de desprestigio de presidente alguno.

No queremos pecar de escépticos. Y menos de derrotistas. Pero la aventura que corre el candidato Zuluaga no es fácil de enfrentar. Encarar una reiterada y sesgada publicidad, resistir unos medios capitalinos -ya derrotados algunos por Gaitán en 1947 y Rojas Pinilla en 1970- que hoy reinciden en perder el equilibrio y la responsabilidad informativa, no es tarea fácil.

No se ignora la clase de opositor que tiene al frente el candidato del Centro Democrático. Es un contradictor que ha formado una confederación de intereses paradójicos e insólitos -que van desde la extrema izquierda, pasando por expresidentes gruñones y vociferantes, hasta llegar a las dinastías del Chicó- aprovechando, con poco escrúpulo por cierto, el inmenso poder que en Colombia tienen los presidentes. No se ha parado Santos en ningún tipo de consideraciones para utilizarlos sin cortapisa alguna a favor de su reelección.

En síntesis: el país analítico y perseverante tiene la esperanza de que la oposición de las mayorías nacionales a la reelección de Santos, su imagen negativa que supera la positiva, las dudas e incertidumbres acerca de la sinceridad y aplicabilidad de lo que se discute en La Habana -percepciones manifestadas en todos los sondeos de opinión- conduzca a que el votante no encuentre en aquel la mejor y más consistente alternativa de poder para confirmarla por cuatro años más. Sobre todo el votante de opinión al que no le llega la mermelada en galones para seducirlo sino que decide libremente su voto, ciñéndose a su conciencia y a la conveniencia del país.

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