¿Y Luis Carlos Restrepo?

Entonces no les importaron los muertos, la guerra, un futuro sin violencia para sus hijos y nietos.

Esta semana lo recordé mucho. En los medios de comunicación pasó de prestigioso psiquiatra, autor de un libro de referencia, negociador de un complejo proceso de paz a ser un hampón de siete suelas. También en su momento me pareció burlesca la desmovilización del frente Cacica Gaitana. Pero de ahí a acusarlo de traficante de armas, cómplice del paramilitarismo y otros delitos, a cuál más grave, hay un amplio trecho.

Muchos periodistas, columnistas e intelectuales que apoyan con fervor en estos días la no cárcel para la guerrilla exigían piyama de rayas y barrotes para Luis Carlos Restrepo. Entonces no les importaron los muertos, la guerra, un futuro sin violencia para sus hijos y nietos. Solo pensaban en que pagara los platos rotos del uribismo.

Me acordaba de él cuando leía o escuchaba que todo sacrificio era poco al lado de la ganancia de “cambiar las balas por los discursos”, frase de moda. Citaban los seis millones de desplazados, olvidando que más de un tercio fueron responsabilidad de los paramilitares. Mencionaban los miles de muertos del conflicto armado y omitían que una parte sustancial los asesinaron los ‘paras’.

Desde que el último bloque de las Auc dejó las armas, en el 2006, no se repitieron las espantosas masacres que protagonizaron a lo largo de su sanguinaria existencia. Tampoco volvimos a ver pueblos fantasmas, ni alianzas tenebrosas con oficiales del Ejército, ni candidatos únicos a gobernaciones ni despojo de tierras. Para los pacifistas santistas, esas víctimas que no fueron no cuentan.

Seguro habrían optado por continuar la guerra contra las Auc hasta acabarlas. El problema fue que no solo no las derrotaron, sino que a Restrepo le tocó negociar en la cúspide del poder paramilitar. Las Farc, por el contrario, estaban debilitadas.

Los ‘paracos’ esperaban un proceso de paz que desembocara en una salida política, y terminó en un mero intercambio de armas por ocho años de prisión para más de dos mil jefes, empezando por los del Estado Mayor. Y no bastaba con desprenderse del armamento, debían contar la verdad, pedir perdón y entregar bienes.

Las altas cortes conocen los millones de folios que reposan en Justicia y Paz con las versiones libres, suficientes para escribir varios tomos de ‘Historia de la violencia’, los miles de perdones que pidieron y las propiedades que dieron (aunque por ineptitud y corrupción las dejaron perder). Fue por esas declaraciones y no por el sistema judicial que condenaron a ‘parapolíticos’, a uniformados y hallaron los restos de miles de desaparecidos.

Para el comisionado de Paz Restrepo fue difícil sellar el pacto, máxime porque le tocó remar contra la corriente. A diferencia de De la Calle, ensalzado por unos medios siempre prestos a tapar sus errores, a él lo tenían acosado.
Recuerdo que los jefes paramilitares eran igual de arrogantes, desmemoriados y despectivos que los ‘farianos’. ‘Don Berna’ dijo en una entrevista que “no pasaría un solo día de cárcel”. Mancuso hacía planes para estudiar en Italia y otros aspiraban a conquistar curules en el Congreso.

Y ya ven. Varios terminaron con piyama naranja y tras barrotes en USA, otros pagaron aquí su condena y muchos aún siguen presos. Si De la Calle, futuro candidato a presidente, hubiera imitado a Restrepo, a las Farc no les habrían cedido tanto.

El premio al excomisionado que desmovilizó a las tenebrosas Auc es el exilio. Si pisa Colombia, lo aguardan cárcel y luego juicio en el tribunal chimbo que impuso la guerrilla.

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