¡Y sigue el terror!

¡Es simplemente escalofriante! Que las Farc hayan obligado a los conductores de 23 tractomulas que transitaban por el Putumayo, a abrir las válvulas de sus contenedores para derramar el petróleo crudo que transportaban (amenazando con prenderle fuego a toda la zona) y generar un daño ecológico, económico, social, y de salud pública, solo cabe en mentes criminales, despiadadas y asesinas. Mentes de terroristas que viven para destruir y que saben que sus actos quedan impunes, pues el propio Gobierno les ha dado la licencia tácita para que procedan como quieran, cuando quieran y contra quienes quieran.

Terroristas que hoy se preparan para ocupar cargos de representación en el Estado que ellos destruyen, y que han sabido encontrar su fortaleza en la desolación ajena; terroristas cuyo futuro está asegurado porque supieron aliarse con un Gobierno débil para proceder contra el crimen, pero fuerte y robusto para conceder prebendas y ganarse las mayorías a punta de ofrecimientos, dádivas y entrega de recursos públicos.

Es doloroso el testimonio de una habitante de la región publicado en el diario El Tiempo: "Allí, (en la vereda Maravélez) los perros están hinchados por el crudo que han tragado. Los peces saben a gasolina. Los carneros, que son blancos, parece que se hubieran revolcado en pintura negra. El ganado ya bebió agua contaminada, ya comió pasto contaminado, y la gente desconoce si las reses están en buen estado. Nadie aguanta el olor que se levanta al mediodía con el sol… y la comunidad se queja de ardor en la garganta, fiebre, desaliento, dolor de cabeza, náuseas y brotes en la piel… ya no hay dónde bañarse, tampoco dónde beber agua".

Esta tragedia afecta directamente a más de 110 familias que viven en la zona donde se derramó el crudo, poniendo en condición de indefensión, grave riesgo e impotencia a niños, mujeres, ancianos y seres inocentes que se ven sometidos a que se atente contra su vida sin encontrar una respuesta oportuna del Estado.

¿Estos criminales de las Farc, son los mismos que pregonan la lucha por la defensa del pueblo colombiano? ¿Son los mismos que dicen basar sus ideales en acabar con la desigualdad social? ¿Son los mismos que ya pactaron e impusieron su política de desarrollo agrario integral, dentro del cual se dicen esmerar por la protección del medio ambiente? ¿Son los mismos que se quejan de que supuestamente se viola el Derecho Internacional Humanitario cuando se les combate con decisión y se les enfrenta con las armas constitucionales?

Hay que repetirlo con tristeza: los colombianos parecemos resignados a que estas cosa pasen, y las consideramos como algo normal en el discurrir de la Nación. Muchos tal vez ni se inmutan, pues no se dan cuenta de que esos atentados van en contra de sus hermanos de Patria y que es su suelo el que se está destruyendo y las esperanzas de su propia gente las que se están diluyendo.

La realidad es que cada día que pasa nos vemos más sometidos al yugo del terrorismo y más desprotegidos por un Estado que va perdiendo su norte, mientras el Gobierno cede ante la barbarie y les abre espacios a sus enemigos.

Preparémonos entonces para ver muy pronto a estos criminales ocupando los más altos cargos públicos y haciendo alarde desvergonzado de un poder que -hay que advertirlo- nunca satisfará sus apetitos desmedidos. Preparémonos para ver las banderas del Castrochavismo ondeándose en las instituciones más representativas del Estado. Preparémonos para la debacle total que ya empezó con el silencio cómplice del Gobierno, a quien parece no importarle la suerte de los compatriotas que viven más allá del Palacio de Nariño.

Y mientras tanto… ¡a seguir soportando los actos terroristas sin esperar reacción alguna de las autoridades, que parecen resignadas a declinar sus deberes constitucionales, y a ver un pueblo amedrentado que no percibe la reacción del Estado ante el peligro inminente del terrorismo!

* * *

La iglesia de La Inmaculada, en el Parque de Caldas de Manizales, es una de las más hermosas de la ciudad. Y no solo por su estilo arquitectónico y por el entorno y tradición que la rodean, sino por su mantenimiento impecable y por la forma como día a día se le imprimen detalles que solo el amor, la dedicación y la meticulosidad pueden generar. Todo esto, sumado a la enjundia, el estilo particular, el emprendimiento y el tesón del Padre Sigifredo Ortiz Arias, lograron convertir esta iglesia tradicional en Basílica Menor, empresa en la que se empeñó el citado sacerdote desde el año 2011, año en el que le fue delegada esta parroquia. Vaya un saludo de felicitación al padre Sigifredo por este logro, y un agradecimiento inmenso por ser ese líder que trabaja con denuedo para rescatar nuestros valores. Estos son los hombres que necesita nuestra sociedad y las acciones que nos hacen creer en que vale la pena luchar por nuestras convicciones.

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