Dioselina

En la guerra contra el terrorismo, la cooperación judicial, militar y de inteligencia es fundamental. Gracias a ello, los países afectados por ese fenómeno han generado importantes dinámicas de interdependencia que permiten ajustar duros golpes al crimen organizado.

El Plan Colombia se convirtió en una importantísima plataforma para el trabajo conjunto contra el narcotráfico y los grupos armados ilegales. Desde entonces, el papel de la Embajada de los Estados Unidos en Bogotá ha aumentado su histórica capacidad de influencia.

Los wikileaks han evidenciado que los altos funcionarios del gobierno, de las fuerzas militares y de la policía desfilaban por el despacho del embajador norteamericano. No está mal que lo hicieran porque, para todos los efectos, Colombia y Estados Unidos son —o aparentan serlo— socios políticos.

Pero de todos los cables revelados por este periódico, los que están relacionados con Andrés Peñate son francamente alarmantes.

No lo digo por el contenido, sino por el tono de los mismos. Peñate es un tipo impredecible. A pesar de haber hecho carrera en la más capitalista de las compañías de hidrocarburos, desde siempre tuvo veleidades ideológicas complejas. Un día cualquiera, Marta Lucía Ramírez se lo arrebató a la petrolera de Su Majestad y lo incrustó en el despacho del viceministro de Defensa. Al poco tiempo se había ganado el corazón de influyentes personas en Casa de Nariño.

Saltó al DAS. Recuerdo que a su llegada, orgullosamente dijo ante los medios que dirigiría la entidad aplicando principios socráticos.

Y cumplió en la forma, pero no en el fondo. La dialéctica era el fuerte de Sócrates. No creía que la escritura fuera importante —por eso nunca aprendió a hacerlo—; para él, eran fundamentales la charla, la discusión, el debate. Pasó buena parte de su vida en las plazas, en los centros de mayor circulación atenienses, dedicado a lo que le gustaba: charlar.

Los wikileaks nos revelan que Peñate hizo lo mismo. Como jefe de la inteligencia colombiana, no hacía más que hablar carreta con el embajador de los Estados Unidos. Allá iba a llevar chismes y consejas. El hombre en cuyos hombros recaía nada más ni nada menos que la inteligencia al servicio del Jefe de Estado, tenía la afición de hacer elucubraciones fantasiosas ante el representante norteamericano.

Asusta y angustia que el DAS hubiera estado en manos de un campeón mundial del chisme que desesperado corría a tomar tinto con el embajador de Estados Unidos para hablar pestes de sus malquerientes. Pero también iba a otros menesteres, como por ejemplo sembrar cizaña contra la Corte Suprema.

En la forma, Peñate adoptó el método de Sócrates, pero en el fondo —y con todo respeto— le es imposible asemejarse más a Dioselina Tibaná, aquella cocinera chismosa, entrometida, motejadora e intrigante que inmortalizó Jaime Garzón.

Andrés Peñate debe unas explicaciones convincentes. No podrá alegar que sus charlas con el jefe de la misión de los Estados Unidos se ajustaban a sus funciones y estaban limitadas a una simple transferencia de información de inteligencia, porque lo revelado demuestra todo lo contrario: que el lenguaraz e imprudente ex director del DAS estaba concentrado en asuntos de baja factura, como es el desprestigio de los compañeros de gobierno que le incomodaban.

Ernesto Yamhure
Elespectador.com
Marzo 24 de 2011

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