Mantenerse fiel a los principios

En Juegos de poder, Dick Morris analiza cómo juegan la partida los grandes líderes políticos. La primera estrategia que diferencia -según Morris- la grandeza de la mediocridad es «mantenerse fiel a los principios». La argumentación es prolija: el gran líder se apasiona con las ideas, no con los tejemanejes políticos y aunque su posición de hoy sea insostenible, sabe esperar, porque ‘está en el buen camino’, porque el futuro está de su lado, porque la historia le dará la razón.

Morris, claro, se refiere a una visión válida de liderazgo, a lo que comúnmente llamamos ‘visión correcta’. Ilustra sus reflexiones con el ejemplo de cuatro protagonistas: Reagan, Churchill, De Gaulle, Lincoln. Aunque Uribe encaja plenamente en ese tipo de líder exitoso, hay una particularidad colombiana que hace diferente el caso: la Corte Constitucional interrumpió abruptamente su ejercicio del liderazgo e impidió que los colombianos le otorgáramos otro mandato para que pudiera redondear la faena político-militar contra el terrorismo; y para dejar sentadas unas sólidas bases de cohesión social y confianza inversionista.

Colombia reeligió la doctrina de Uribe; a un uribismo sin Uribe, que implicaba para el personero de la corriente mayoritaria recibir los activos, pero también aceptar los pasivos de su antecesor. No podía aspirar a nueve millones de votos, pero desentenderse de la guerra frontal contra los terroristas; era impensable que abandonara el lenguaje de la confrontación con el ‘enemigo social y armado’, para poder ganar la adulación de los apaciguacionistas; no era plausible que nombrara en los ministerios a los ídolos de los medios de comunicación opositores, sin que ellos aprovecharan para emprender una injusta campaña de descrédito y persecución contra un Presidente al que atacaron durante ocho años.

Recientemente alterné con Daniel García-Peña en foro con estudiantes de la Universidad Manuela Beltrán. El hombre expuso, nítida y completa, la doctrina apaciguacionista que llevó al triunfo a Samper (gobierno en el cual, recordó orgulloso, fue ‘Alto Apaciguador’) y a Pastrana, el ‘caguanizador’. García-Peña no hizo una sola concesión teórica ni reconocimiento práctico a la Seguridad Democrática, sino que la describió como sucesión de crímenes de lesa humanidad, persecuciones políticas y fracasos militares.

Pero, ¡no se imaginan el remate! Apoyó con entusiasmo el regreso del presidente Santos a las políticas «civilizadas y negociadoras de los anteriores gobiernos».

En EL TIEMPO, Enrique Santos escribió apretada síntesis de ‘aciertos’ de su hermano, el Presidente: «comenzó a sorprender y a convencer cada vez más, y a dejar sin adjetivos a quienes habían sido sus implacables críticos en los medios. Fue revelador y hasta divertido ver cómo Caballeros y Mariajimenas, Orozcos, Zuletas y Bejaranos reconocían a regañadientes que Santos lo estaba haciendo bien, al tiempo que entre la opinión crecía la complacencia con el cambio de estilo en la cúpula del Estado». En su artículo, Enrique Santos nos anticipó que el Presidente quiere regresar al liberalismo y elogió su acomodamiento a las políticas internacionales de Chávez.

Yo también calificaría esas maniobras como aciertos si se correspondieran con la política por la que votó la mayoría de los ciudadanos. Pero, ¿por qué es encomiable que un presidente elegido por el uribismo se pliegue al ‘mariajimenismo’ o al bigornismo? Eso es falta de coherencia, que habla mal de nuestra democracia y la convierte en simple sainete, donde nada vale lo que se dice y promete.

A lo mejor estemos a tiempo para recordarle a Santos que Esopo recomendó como cosa prudente mantenerse alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto; y que nunca debe traicionarse la amistad sincera, yendo en pos de nuevos falsos mejores amigos.

José Obdulio Gaviria
Eltiempo.com
Junio 1 de 2011
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