Farc, el tsunami del Cauca

Lo sucedido el sábado, cuando las Farc se ensañaron contra tres poblaciones del norte del Cauca, no puede pasar como un ataque más en nuestra larga historia del conflicto, pues deja elementos para reflexionar sobre la necesidad de un cambio de estrategias para enfrentar la subversión. Y lo peor sería pensar que las acciones del Estado se puedan orientar ahora contra la población civil.

 

Los ataques de las Farc contra poblaciones del Cauca son tan recurrentes que ya no parecen causar mayor conmoción en el país, como si nos hubiésemos acostumbrado a la barbarie ejercida contra los habitantes de sus centros urbanos que una y otra vez tienen que reconstruir sus viviendas, partiendo de cero. Sin embargo, lo ocurrido el sábado, cuando las Farc atacaron de manera salvaje las poblaciones de Toribío, Corinto y Caldono, con un saldo de 6 muertos, más de 60 heridos y 500 casas destruidas, como si hubiesen sido azotadas por un tsunami, tiene que ser motivo de reflexión por parte del Gobierno y de la sociedad, el primero, para hacer los correctivos necesarios en su política de seguridad, y la segunda, para exigir acciones concretas.

 

El porqué del ataque y las circunstancias que lo rodearon dan elementos de juicio suficientes para tomarle la temperatura al clima actual del conflicto, pues dejan en evidencia que la "percepción de inseguridad" que acusan los colombianos es igual a la inseguridad real que comienzan a padecer de nuevo. En este caso concreto "la mano negra" de las Farc se movió de manera tenebrosa, sin importar el daño causado a la población civil.

 

Fue una clara demostración de fuerza de las Farc, como para no dejar dudas de que se están reactivando en esta región. En los ataques, casi simultáneos, lo que seguramente implicó un alto número de guerrilleros, se ensañaron contra las tres poblaciones. Utilizaron dos carros bomba, cilindros con explosivos, granadas artesanales y ráfagas de fusil. La población más afectada fue Toribío donde nunca antes, en las 14 tomas anteriores y más de 600 hostigamientos, la guerrilla había demostrado una ferocidad tal.

 

Si bien hacer terrorismo les resulta más fácil a las Farc que enfrentarse a la Fuerza Pública, no está claro cómo lograron coordinar acciones, en una zona de guerra donde no es fácil la movilización, para poner dos carros bomba el mismo día, lo que está indicando las fallas ya advertidas en el campo de la inteligencia.

 

Y lo que preocupa aún más es que tal muestra de sevicia no sea fruto de su desespero, en lo que se ha llamado "coletazos de las Farc" sino, por el contrario, una muy deliberada estrategia para desviar la atención de las FF.MM. de las operaciones que adelantan en la frontera entre Cauca y Huila, en busca de su líder alias "Alfonso Cano". Estarían demostrando que conservan una capacidad de maniobra y que tienen una coordinación de la que algunos meses atrás se dudaba, y que posiblemente estén recuperando. Es también una lección para el Presidente Santos para que sea más prudente, en lugar de estar alertando que ya tiene cercado a "Cano" o que la Fuerza Pública le respira en la nuca.

 

Lo registrado este fin de semana no puede pasar como un ataque más en nuestra larga historia del conflicto ni como algo cíclico en ese volver a empezar que asumen con resignación quienes ven destruidas sus viviendas, sino que tiene que llevar al Gobierno a repensar su estrategia para enfrentar a las Farc, y sin mover ni uno solo de los uniformados que hoy persiguen a "Cano" mostrar que el Estado ejerce el control en el corredor del Cauca, con el tantas veces prometido Batallón de Alta Montaña en Tacueyó, pero ante todo con mayor presencia institucional, en todos los órdenes.

 

Y lo peor sería pensar que las acciones del Estado se puedan orientar ahora contra la población civil, como se anunció en caliente, y destruir las pocas viviendas que, alrededor de los cuarteles, dejó el tsunami de las Farc, lo que nos pondría en el peor de los escenarios frente al Derecho Internacional Humanitario, ese que violan las Farc sin pudor, como si creyeran que no existe.

 

El Colombiano, Medellín

Editorial

12 de julio de 2011

 

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