SANTOS Y URIBE…

 


Todos los que de una u otra manera han combatido a Alvaro Uribe Vélez no cesan de referirse a las obras, iniciativas y estilo del presidente Santos como totalmente opuestos a los del gobierno anterior. Sólo escapan a ese tumulto los refractarios del Polo Democrático, que llevados por su rígido dogmatismo y doctrinarismos se mantienen fieles a su lectura marxista de la sociedad. Para los dirigentes de este agrupamiento, cada vez más monopolizado por los comunistas de viejo cuño, el presidente Santos no es más que un “vicario” de Uribe.


No hay que llover sobre mojado para estar de acuerdo en que a Santos le están saliendo bien sus propuestas. La Unidad Nacional es cada vez más amplia, aunque parece haber llegado a su máximo nivel, sólo queda el Polo Democrático en la oposición y hay que hacer votos para allí se mantenga. En materia de relaciones con los países vecinos, Santos ha logrado restablecer y normalizar relaciones hasta el punto de convertirse en líder en la región. La economía, no obstante las desgracias del invierno, sigue creciendo a ritmo sostenido. La gobernabilidad es tan buena que hizo aprobar proyectos de honda repercusión como el de víctimas, regalías, sostenibilidad fiscal y tiene todo a su favor para la delicada y crucial reforma de la justicia. En el único frente que muestra falencias es en de la seguridad. Hay síntomas de justa alarma ante las acciones sistemáticas de la guerrilla y el incremento del radio de acción de las bandas criminales, pero, aún cuenta con un amplio margen de maniobra al respecto.


Todo le ha salido como en un cuento de hadas. Sus enconados críticos y rivales de antes de acceder al poder, que lo tenían por tramposo, aventurero jugador de póker, carente de principios e hijo de la rancia oligarquía bogotana, desde las primeras de cambio están aplaudiendo rabiosamente lo que consideran un cambio saludable para el país. Dejó de ser el inspirador de intrigas, el promotor de rumores y el autor de los falsos positivos, a ser el líder mesurado, ecuánime, elegante, diplomático, hábil componedor, conciliador, gerencial y tolerante, que le ha dado un nuevo aire a la política, la ha despolarizado y puesto fin a ocho años de ordinariez. Lo presentan como el hombre culto oclubman que enterró la herencia del rudo hacendado.


Sin embargo, para muchos sectores, en especial del uribismo, no es inteligible lo que ha sucedido. Que el candidato presidencial aupado por las amplias mayorías uribistas, comprometido con los programas que le heredaría a Uribe, a quien imitó su voz en comerciales para demostrar cuán profundas eran las identidades entre ambos, con quien se comprometió a cuidar los huevitos de la seguridad, la confianza inversionista y la cohesión social, haya convocado a una unidad en la que se impulsan y aprueban los proyectos que sus rivales pregoban en la campaña, que nombre a poderosos enemigos en los cargos principales, que se incline ante la Corte Suprema de Justicia para cambiar la terna para Fiscal General. Que, además, se congracie con Hugo Chávez, el caudillo que amenazó a Colombia con enviar nueve batallones a la frontera y sus aviones zukoi en 15 minutos a Bogotá, son gestos y acciones que tienen a punto de reventar una promisoria relación política y  a romper la esperanza en la que se creía iba a ser una gestión continuista.


En medio del camino de rosas que recorre el actual mandatario, sobresale por contra, arrinconado por tirios y troyanos, por acusaciones y campañas recicladas, el ex presidente Uribe. Sin que nadie lo pueda explicar, el aguerrido y fuerte gobernante que gobernó con total firmeza según las mayorías para bien del país, y con autoritarismo según fuerzas minoritarias que nunca dejaron de insultarle, perdió la principal de sus batallas creyendo que la había ganado. Interpreto que ese es el sentimiento de quien le abrió campo a Santos en el uribismo al encargarlo de la formación del partido de la U y luego designarlo ministro de Defensa, que ahora no sólo nombra en ministerios a sus enemigos sino que a pesar de insistir en que no peleará con Uribe (“nopecu, nopecu” le dijo a Yamid Amat) da motivos para que todo lo que hace se vea como diferente y ajeno al uribismo.


Para el grueso de los uribistas no es lógico ni justo que el principal damnificado de la Unidad Nacional sea el ex presidente Uribe. El balance negativo para él se refleja en los siguientes hechos y fenómenos:


1. La fuerza política dominante en el escenario es el yacente y desprestigiado samperismo. De la cuerda de Samper, con quien Santos tuvo un almuerzo días antes de su posesión, son la ministra de Relaciones Exteriores, el ministro de Justicia, el consejero político de Santos (que es el hijo mayor de Samper) y samperista es la nueva Fiscal, elegida de una terna de samperistas. Revivió, sin necesidad razonable, a un cadáver político. La relación de Samper con la senadora que le hace mandados a la guerrilla es estrecha, así mismo, Samper se ha mostrado como uno de los más bullosos partidarios del intercambio humanitario a cualquier precio y es también amigo personal de Chávez con quien se solidarizó en sus peleas con Uribe. De su cuerda es también la nueva presidente de Unasur. Hay lugar para que se piense que detrás de esta reanimación boca a boca, se esconda una propuesta de negociación entre el gobierno colombiano y las guerrillas, con mediación de Unasur y Venezuela, con la previa liberación de los secuestrados, como demostración de “buena fe”.


2. Crónicas en diarios liberales capitalinos y en cadenas radiales y televisivas de clara estirpe liberal hablan sin pudor del proyecto de reunificación del gran partido liberal, proceso en el que el presidente Santos estaría sumamente interesado y fungiría como el máximo líder. Rumores de acercamientos antes impensables entre gaviristas (¿recuerdan la pulcritud del gaviro-galanismo en los noventa?) y samperistas y de estos con el vargasllerismo se hacen cada vez fuertes. Los liberales que anidan en la U también paran orejas. Manzanillos que juegan oportunistamente a acompañar al más fuerte  no tendrían empacho en abandonar las filas uribistas, sin sonrojarse ni despeinarse. Ingresará al nuevo PRI colombiano el curioso, exótico y sin principios ex presidente del Congreso. Regresarán al glorioso partido de López Pumarejo y Lleras Camargo los jefes liberales que se aliaron con el paramilitarismo en los años noventa y que corrieron a buscar amparo en el triunfante uribismo en el 2002 cuando las toldas rojas, y también las azules, hacían agua por el fracaso en la dirección del Estado y el engaño fariano en El Caguán.


3. Se entiende entonces por qué el nuevo PRI requiere dirigir sus baterías contra todo lo que huela a Uribe y a uribismo. A Uribe lo culpan del ostracismo liberal, recordemos que su pálido candidato ocupó apenas el quinto lugar en las elecciones presidenciales. El liberalismo que gobernó al país en la época de gran auge del narcotráfico, del paramilitarismo y de las guerrillas, no le perdona a Uribe haberse salido de sus filas y haber recuperado la legitimidad del Estado sin su concurso. Por eso lo responsabilizan de todo lo malo, magnifican cualquier anomalía. Lo han convertido en el chivo expiatorio de la tragedia nacional de la que ellos fueron principales gestores por acción y por omisión. Ese liberalismo al que le quedó grande el país, el que fue incapaz de atajar la violencia, el que bajo el mandato de Samper fue humillado nacionalmente por las guerrillas y mancillado por las mafias e internacionalmente por las democracias liberales, es el que pretende reencaucharse a costa de desprestigiar a Uribe. Por eso su actitud revanchista y retaliadora en el seno de la Unidad Nacional. El silencio de Santos ante los atropellos liberales contra el ex presidente es una de las causas del distanciamiento entre los dos jefes. ¿Por qué afirmamos que se trata del PRI colombiano?, pues por la sencilla razón de que el poder presidencial da para la reunificación de todos los grupos y tendencias, incluido el partido de la U que es un agrupación de oportunistas y políticos desvergonzados. El prestigio y la autoridad de Santos, magistralmente tejida desde El Tiempo, Caracol, El Espectador, Semana, y por periodistas que han pisoteado el oficio al transformarse en propagandistas, darán pie a un abrazo entre Samper, Gaviria y Pardo, mientras los hijos de Galán se echen bendiciones virtuales y se queden boquiabiertos pensando en lo que se tradujo el legado de su finado padre.


4. El aparato judicial, en particular, la Corte Suprema, tienen las manos libres para dar rienda suelta a su odio contra Uribe, el ex presidente que sin duda fue torpe al pelear con ellos de manera impropia e inelegante. Lo que hemos visto es poco, vendrán nuevos procesos y detenciones que producirán urticaria. Nada raro uno contra el hermano del presidente por el tema de su participación en el grupo paramilitar de los Doce Apóstoles y otro contra los hijos por los negocios con tráfico de influencias. Y también cabe esperar que, por algún lado, triunfe la lectura que del conflicto colombiano han querido imponer algunas Oenegés humanitaristas, y movimientos de izquierda junto a personalidades despistadas y progresistas de cafetín que aún creen en las bondades de la insurrección y en la causalidad objetiva de la violencia, consistente en explicar que lo de Uribe fue una dictadura estilo Fujimori y que aquí los malos eran los paramilitares y la Fuerza Pública, mientras los alzados en armas son altruistas con fines políticos y que el Estado es el único o cuando menos el mayor violador de los derechos humanos.


5. Hasta las mafias del narcotráfico y los comandantes paramilitares, que respiran por la herida, en razón de las numerosas extradiciones ordenadas por Uribe, no están por fuera del dominante ambiente anti Uribe que se ha impuesto. A los más conspicuos críticos de la parapolítica se les olvidó que ese matrimonio se dio desde los años noventa, se les olvida que la infiltración de las instituciones del estado fue profunda y que sigue vigente, omiten referirse a la infiltración de las guerrillas en diversas instituciones y cuando se hace referencia a algún caso, salen a decir que se trata de persecución a la prensa y coacción a las libertades. ¿Por qué desprecian los jueces, ciertos periodistas y columnistas, cualquier opción de considerar el papel que puede haber jugado y pueden estar adelantando los ex comandantes paramilitares en los escándalos que afectan a gobierno Uribe? ¿Por qué se niegan a considerar que en la vida colombiana también se dio una profunda infiltración de las guerrillas? ¿Por qué no hay investigaciones sobre los farcpolíticos? ¿por qué no se tiene en cuenta que las andanzas escabrosas de lo que resta de paramilitarismo pueden tener responsabilidad en chuzadas del DAS, en enredos de la Suprema, en nombramiento de Fiscal y en la generación de una atmósfera pestilente con declaraciones en las que mezclan verdades con mentiras? ¿Por qué delegados de la izquierda polista, la ex senadora y promotores humanitarios visitaron en las cárceles norteamericanas a jefes de la mafia y el paramilitarismo con el claro propósito de que estos hundieran a Uribe? ¿Pueden los periodistas de Semana y del telenoticiero UNO jurar que nunca sobornaron a agentes de seguridad para que chuzaran u obtuvieran informaciones de seguridad de manera ilegal? ¿Los periodistas sospechosos de tener relaciones funcionales con la guerrilla están exentos de cualquier investigación de la justicia colombiana, son inimputables?


El responsable de estas líneas carece de pruebas que le permitan concluir que detrás de la malahoraque vive el ex presidente Uribe y algunos de sus funcionarios más cercanos estén las manos del presidente Santos. Pienso que los dos líderes están todavía a tiempo de conjurar la grave crisis que sobrevendría a una ruptura total. Es claro que los sempiternos y obsesivos enemigos de Uribe deben estar frotándose sus manos de la emoción por su supuesto hundimiento. Hasta analistas que ante cualquier papeletazo de la guerrilla sostenían que estábamos ante una contraofensiva fariana, callan ahora que las acciones de esa guerrilla son más numerosas y destructivas, ya que lo que les importa es acercarse a Santos, llenarlo de lisonjas y comparar negativamente a Santos con Uribe. No quiero pensar que el presidente Santos esté detrás de todo con el fin de comprar un amparo seguro ante cualquier investigación que sus enemigos de ayer y mejores amigos oportunistas de hoy le pretendan formalizar por los falsos positivos que se presentaron durante su ministerio.


La política es ingrata, hay oportunismo, juego sucio, maledicencia, trampas, intrigas, sobre todo deslealtad. Pero, desea uno que la mezquindad de los que hoy se ríen no les nuble el horizonte de lo que puede volver a suceder para desgracia de todos. Ojalá no se les olvide que la política es también una confrontación de fuerzas en que hay correlaciones y que nadie se deja vencer de buenas a primeras. En democracia es menester respetar a aquellas fuerzas que acreditan una fuerte y seria representación aunque estén pasando dificultades. Es torpeza elemental que piensen que pueden maltratar y pisotear, sin ningún coste, al presidente que le devolvió a los colombianos la confianza en la fuerza pública, la seguridad en términos democráticos, que desmovilizó a los paramilitares, que arrinconó a las guerrillas hasta hacerles perder toda opción de conquista del poder por la vía armada y que le retornó al Estado el control monopólico de la fuerza.


De otra parte, el ex presidente haría bien en ser más reflexivo en sus posturas, evitar las reacciones en caliente, salirse de casillas y utilizar un lenguaje impropio de su dignidad. Debe aprovechar los problemas para decir cosas que susciten reflexiones, que produzcan orientación y que alimenten el debate en buenos términos. Debe entender que si toma la iniciativa para romper con Santos llevará la peor parte, puesto que ahora es más vulnerable que cuando ejercía la presidencia.

 Darío Acevedo Carmona

Agosto 14 de 2011

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