INDEPENDENCIA, ¿PA’ QUÉ?

De que se arrepintió, se arrepintió. Dar esa “Visión de América” en que recuerda con nostalgia y evoca hasta con ternura los años previos a la guerra, en que era rico y gentil, había paz, se disfrutaba del producto del esfuerzo y se progresaba sin mayores aspavientos, mientras los ojos enfrentan el caos, la desintegración, la barbarie , la anarquía y la corrupción que se han apoderado de todas esas “nuevas repúblicas” de tres al cuarto – “republiquetas” las llama, refiriéndose al Ecuador – que él, por mejorar lo que añora terminó desbaratándolo, había descuajado de sus raíces, no es algo de que envanecerse.

No se envaneció. Inició la saga de todos los venezolanos que aspiraron a algo. Terminó apartado, olvidado, difamado, desterrado como sucediera sistemáticamente con todos los que se encumbraron al Poder, sin poder zafarse del jalón de la envidia, el rencor, el odio, la muerte. El último de esa fila fue Carlos Andrés Pérez. Vendrán otros. Chávez ya está en taquilla.

Maduro ni se lo imagina. Tan asombrado estará de haber terminado él, un motorizado diente roto, sentado en el sillón de Bolívar, precisamente él, uno de los más pobres representantes de la barbarie – los hay tanto o más bárbaros que él pero infinitamente superiores, aunque por ello no pasan la alcabala de los Castro, como Diosdado Cabello o el mismo José Vicente Rangel – que debe jurar que la historia se detuvo, la relojería se trancó y la hora quedó detenida para siempre. Y él con la mujercita del foulard leyendo El Otoño del Jerarca. Como le aseguran sus titiriteros que sucederá si sigue estricta y obedientemente sus órdenes: “será” – le habrán dicho –“como aquí, que ni el viento sopla ni los peces nadan”.

Extraño contubernio que viene a cerrar un ciclo de dos siglos. Pues Bolívar odió a los cubanos, que ya por entonces seguramente habían visto en el espejo la perfecta mala palabra que los define heideggeriana, existencialmente: “¡comemierdas!”. No movieron un dedo contra sus amos, los españoles, que imitaban hasta en la forma de defecar. Les mantuvieron sus burdeles para la flota, sus asientos políticos para sus militares, sus toneladas de azúcar para endulzarles la vida. Un solo dato: mientras Venezuela sacrificó cuatrocientas mil almas en sus dos grandes guerras: la independentista y la federal, Cuba importó seiscientos mil esclavos.

Primer dato que echa por tierra los dos siglos de esfuerzos independentistas: Venezuela fue invadida, controlada civil y militarmente y está siendo expoliada como una vulgar colonia por esos mismos cubanos, últimos socios del imperialismo español, independizados por fragatas norteamericanas y brutalmente incapaces de haberse dotado de una democracia de pantalones largos. ¿Se entienden el odio, el rencor, el despecho de este par de galleguitos por Rómulo Betancourt y su prosapia?

El otro hecho que echa por tierra tanta sangre, tanto sudor y tanta lágrima es que ni siquiera nos gobierna un sátrapa, un venezolano arrodillado, un traidor del patio, un nativo humillado: tanto desconfían los hermanitos Castro de la esencia pugnaz de un venezolano, que luego de doblegar sus tropas gracias a la traición del quintacolumnista de Sabaneta sientan en Miraflores a un cucuteño.

De allí el extraño título de esta nota. Si Bolívar, sacudiendo sus despojos viera adonde vino a parar su república, degradada a republiqueta, seguramente se preguntaría: Independencia, ¿pa’ qué?

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