La paz fariana, o el matrimonio de conveniencia, una parodia para gozársela en catamarán

La paz fariana es pretender obtener un estado de conciencia que no conocen, con la aprobación de los otros que saben que no poseen, para mostrarse como los seres humanos que no son, ante quienes han despreciado y pretenden utilizar: pueblo, víctimas, negociadores, funcionarios del alto gobierno, partidos, comunidad internacional, medios.

Y sueñan con esa paz, para ser tan verracos como sus compañeros dicen que son, con el dinero que saben que tienen. ¿Para qué? Para hacer lo que les dé la gana; es decir, para ser jefes. Y tomarse los tragos políticos programados para la foto, con personas que nunca invitarían a su casa si la tuvieran y mostraran.

Esa paz quiere ser un casamiento que más bien se parece a una tragedia civil y religiosa: tener el perdón de los jueces y la comprensión de Dios, sin conocer el arrepentimiento. Para ello tendrían que admitir que están locos, lo que no sucederá.

Lo del trago programado, no es porque sean alcohólicos, sino porque el whiskey es el mejor amigo del hombre, después del perro; los podemos amar tanto hasta llegar a hacernos sus iguales mediante el whiskey que es un perro embotellado, y nos hace mover la colita, para pensar que estamos alegres; nos hace adoptar ojos de ‘yo no fui’ ante las cámaras, los mismos ojos que ponemos cuando nuestros dueños nos sacan a pasear en catamarán para disfrutar el viento sin tener que arriesgarnos a que nos vuelen la cabeza al sacarla por la ventanilla del carro; nos permite ladrar para que, los que aman el whiskey perruno, traduzcan los ladridos de diferentes maneras.

Lo del casamiento mencionado arriba, se está planeando con un grupo elegido para decidir quién tiene los mejores argumentos, para finalmente llegar a una operación financiera mundial parecida a un colegio con público pacato que busca otorgar diplomas para sus niños y en el que los profesores son los que quieren cerrar rápido las negociaciones para irse de vacaciones. Ese es el casamiento real.

Como muchos matrimonios, la paz fariana quiere comenzar, después de transformados con la bendición de un referendo o una constituyente, como si fueran los príncipes de la bandera del arco iris, quienes mediante un beso a los ángeles rebeldes de la opinión engañada, pretenden transformarnos en arcángeles de luz, perdonadores, agradecidos, para rendirles honores. Sobra decir que, con esa pretensión, cada día se acercan más a la candidatura de ser ‘homenajeados’ con la serenata de unos desagradables instrumentos de cuerda: la horca. Pero como en Colombia no existe la pena de muerte por delitos atroces, esa colgada será mediática, la que no les importa, pero funciona.

Ojalá que esa reunión de personas importantes en La Habana, que más bien se parece a una comisión, no termine como toda comisión que, a solas cada quien, se dan cuenta que no pueden cambiar fácilmente la realidad nacional de tener un 61.7% de la opinión en contra de acuerdos con la Farc y que es muy difícil que se pueda hacer algo; pero que, reunidos, lo siguen pretendiendo por aquello del ‘sí se puede,’ que viene dictado por la esperanzadora paz, la niña traviesa, insistente, pero sin experiencia, como cuando se estrena la primera vez. Pero más bien esta situación se parece a la de un matrimonio tardío, en la que el padre que se va, quiere casar a la hija solterona y poco agraciada por los problemas de rechazo que presenta, con otro solterón lleno de mañas, pero con mucho poder y billete, como dicen por ahí, para asegurarle su futuro. Lo del rechazo, dicen los entendidos, es porque ha sido abusada muchas veces. El papá lo sabe, pero se hace el pendejo; y el novio también.

El anterior, según los entendidos, será un matrimonio eficiente, no de amor, por cuanto la pareja será la que investigue los abusos y se absuelvan entre ellos; es decir, que se cumplirá el resultado ineludible de convertir el matrimonio en una ingestión de sapos, como todo lo de conveniencia. Pero Dios, que es muy sabio, se inventó la indigestión para imponerle una cierta moralidad a esa fiesta. Entonces el problema no es el pinche cocinero que protesta por la receta, sino el estómago y las carreras de las churrias políticas, que son las consultas,  pues los han cogido sin mica y con los calzones abajo, ya que los comensales piensan y no quieren tragar sapos enteros, así les digan que son exquisitas ancas de rana.

Al matrimonio se cuelan, de pronto, unos invitados no deseados, algo así como unos fantasmas póstumos de muertos innombrables, por los que no se pide perdón, porque el aludido enterrador no apretó el gatillo, ni puso la bomba. Este enterrador es como un anciano especial con rigideces y flexibilidades selectivas para inspirar compasión: flexible para no asumir sus asesinatos y rígido para condenar las bombas que invocó sobre sí. Ese anciano es un buen actor; sabe bajar los ojos, quebrar la voz, quedarse callado, cuando conviene; pero en el fondo es un cínico, de altanería política para el incauto que pretende hacer pasar como ofensa moral, pues los asesinatos  despiden, ineludiblemente, un hedor de imposibilidad ética para el perdón incondicional: el único que lo otorga es Dios, después de muchos años de lucha a brazo partido con la conciencia, hasta que el aspirante es quebrantado, como una gracia que se otorga. ¿Pero cómo se pedirá ese regalo a quien se ha negado a sí mismo esa gracia, de manera persistentemente, mediante el asesinato? Arrepentirse es un verbo que se conjuga individualmente y en silencio, en la hora más oscura del alma, cuando no se la ha perdido.

Y a la vez que asistimos a los anuncios del matrimonio, vemos en el trasfondo a los diplomáticos, los que callan porque saben que no pueden decir nada, mientras el juez de paz, que también hace de albacea, está viendo cómo guarda para sí los bienes del pretendiente quien se pregunta: ¿Valdrá la pena sacrificar mi recua de mulas por una novia tan jodona, amplia y ajena como el viento?  Entonces, como los ‘monta-ñeros’, el de la barbita le dice a la de acento raro: “Mija: recoja la cartera, ‘cabestrié’ la perra que nos vamos, porque aquí nos casan y nos quitan las mulas que son nuestro negocio.”

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