LA PAZ DEL 2014 Y SU FUTURO ENTRE CERTEZAS E INCERTIDUMBRES

¿Por qué creó Dios el mundo a partir de la Palabra? Porque la palabra produce certezas, al identificar. La ciencia produce la misma certeza probando la relación entre causa y efecto; es decir, la ciencia es una comprobación. Que el origen de lo real sea divino o material, es una discusión, un concepto; pero lo insustituible que se impone sin discusión, lo que se vive, es la certeza. Con qué sentimiento quieras vivir esa certeza, es un asunto de tu voluntad. Para la mente que percibe, lo importante es la certeza o su negación, la incertidumbre. Cuando morimos la conciencia cierra los ojos a ciertas certezas y los abrimos a qué? ¿Qué buenas certezas habremos acumulado para ese momento? Y si no es así ¿para qué vivir eternamente? ¿O nos rehusamos a abrirnos a una nueva conciencia, ya desde esta vida? Cuando comenzamos el día queremos que la certeza del sol, el aire, los seres queridos nos acompañen, como al nacer; por eso las madres son la máxima certeza; lo mismo cuando nos acostamos para lo que también quisiéramos dormir con una certeza, así ronque, se engorde, o sea capitalista. El amor es esa certeza que nos permite vivir a través de las peleas del alma entre certezas e incertidumbres. ¿Pero qué sucede entonces cuando las certezas desaparecen, se complican, se someten a dudas, a escarnios, se trastocan con el engaño? Pareciera que viviéramos desconcertados como deslizándonos por la contra superficie de un tapiz surrealista, descolorido, que no es la vida que queremos; conociendo y echando de menos la figura real, la correcta. Se nos antoja que la verdadera vida existe en una dimensión inalcanzable ante una mano extendida sin dedos para agarrarla; solo la tocamos, una paradoja. ¿Por qué es esto así? Porque si producimos certezas e incertidumbres, eso recogemos.

En esta época producen también certezas e incertidumbres de otra especie las predicciones que pretenden dominar el misterio de la vida y el destino político. Y en este universo diríamos que un instrumento es predictivo, siempre y cuando haya demostrado su validez objetiva; digamos entonces que las encuestas son uno de esos instrumentos, los ‘tests’ son otros. No les creo a los adivinos de feria sencillamente porque no se ganan el balotto. Siendo entonces las encuestas instrumentos de investigación social muy complejos, con múltiples variables que se correlacionan, y bases de datos estables sobre distribución de la población y los estratos, edades, sexo, etc., se mide rápidamente el impacto de ciertas variables políticas que ocurren a diario en la decisión de escogencia de candidato al que se le han observado determinadas variables de conducta democrática. No sabemos cómo se diseñan las muestras representativas de país, estrato o región y su relación con el tema. Por otra parte si a los líderes de las Farc, como delincuentes que configuran un escenario atípico, se aplicaran los resultados de un test predictivo de conducta democrática como criterio para predecir su posible escogencia como candidato viable, ese resultado remplazaría el capricho o la conveniencia de un acuerdo político. En el caso de las Farc sus candidatos tendrían que jugar con las variables de región, circunstancias políticas, sujetos, prontuario delictivo, habilidades democráticas medibles. Creo que Colombia ha observado por 60 años esas correlaciones.

Con este ABC de las certezas acerquémonos a nuestro panorama político y digamos que la buena política es parecida a las buenas certezas de la vida civil. Digamos también que la droga nos da una certeza negativa de esclavitud, destrucción y muerte. ¿Qué clase de negocio haremos si pretendemos manejar una certeza negativa con la incertidumbre del mercado, pretendiendo con ello que un negocio deje su atracción para los inversionistas tradicionales, la mafia? En ese negocio adquirimos una certeza cuestionable de control, pero sin miramientos a quién le trasladamos el costo de la certeza negativa que produce esclavitud, destrucción y muerte. ¿Qué ética es esa?

Aplicando la dialéctica de la certeza a La Habana ¿qué encontramos en el plano de los conceptos? La posibilidad de intercambiar una incertidumbre democrática que ha probado ser productiva por una certeza cuestionadora comunista cuyas soluciones han fracasado. O si nos enfocamos en el escenario Procurador Petro ¿qué detectamos? Las certezas jurídicas enfrentadas a la incertidumbre política. Y en ese escenario pareciera que desde la incertidumbre la izquierda se empeñara en cumplir el siguiente juramento partidista: Juro servir al Partido con amor y lealtad y si así no lo hiciere, que el oligopolio de la izquierda me lo demande; es decir, la certeza dialéctica del escándalo, el caos, el desafío para pretender ser un iluminado moldeado por Marx, la contradicción perpetua; pues la luz no puede ser contenida en moldes, dándose así la antítesis de la certeza que fundamenta lo real. Dentro de una percepción medible de experiencias durante 60 años, no queremos eso.

Nos pronunciamos contra una perversidad política que no puede ser radical, sino invasora de las certezas, aun de las más superficiales, como si fuera un hongo, parte del paisaje natural contaminado. La política que pretenda ser radical, como su nombre lo dice, tiene que ir a la raíz y en la raíz no puede existir el mal porque la vida nutre. Así que las certezas obvias nos dicen que todo lo radical tiene que ser necesariamente bueno, con un árbol que crece encima de la raíz. Lo que es verdaderamente radical, calla, se sacrifica hacia abajo para construir hacia arriba. Las verdaderas radicales son las madres porque al dar a luz están más cerca de la vida. Con el sentir de Nazim Hikmet, el gran poeta turco, las madres recitan: “Si tú no te quemas, y yo no me quemo ¿cómo las sombras luz darán?

”Ese es el sacrificio que los líderes de las Farc no pueden asumir. Esa carencia se explica entendiendo la sicología de Adolf Eichmann, similar a la de los secuestradores y terroristas farianos, a cuya juicio asistió Hanna Arendt quien acuñó el concepto de banalidad del mal para dar cuenta de un modo de proceder que, en su opinión, respondía al perfil de un delincuente de nuevo cuño: “Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable —al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado— era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso." Kant habló de un ‘mal radical’ que racionalizó como una voluntad pervertida. Arendt también asume ese concepto y aunque no explica en qué consiste la radicalidad de ese mal, sitúa su especificidad en que era "anteriormente desconocido para nosotros" y en que es "un mal absolutamente incastigable e imperdonable que ya no puede ser comprendido, ni explicado por los motivos malignos del interés propio, la sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía."

¿Con qué certeza es posible entonces dialogar, negociar, compartir con un ‘acusado’ cuya ‘conciencia’ es de que su mal es incastigable e irradia la seguridad de una justificación desconocida para la conciencia sana común, justificación que quiere imponerse a la experiencia colectiva de justicia en una sociedad democrática; puede ese acusado ser parte de una sociedad que fundamenta la democracia en el respeto fundamental de todos los derechos?

Si Polibio dijo: “No hay testigo más terrible, ni acusador más severo, que la conciencia que habita en el corazón del ser humano,”con Eichmann descubrió Hanna Arendt todo lo contrario: un agente del mal capaz de cometer actos objetivamente monstruosos sin motivaciones malignas específicas. Descubrió la mente del terrorista gratuito, del asesino profesional, frío, calculador, sin remordimientos. La falta de correlación entre el daño causado y los motivos subjetivos está en la base del desplazamiento conceptual de Arendt desde el mal radical al mal banal, mecánico: los peores crímenes no requieren un fundamento positivo en el agente, sino que pueden surgir de un déficit de pensamiento, de una lógica defectuosa, una mentalidad criminal incurable; o de la actitud del ‘porque sí’, porque me da la gana, como se mata un mosquito.

¿Por qué las FARC no quieren reconocer a las víctimas? ¿Por qué se les ha negado un sitio en la mesa? Porque están ensayando cómo se destruye la juridicidad de las personas al manejar, como negociadores, la mentalidad totalitaria, banal, experimental, de un campo de concentración y al no tener quién les desentrañe su engaño existencial y jurídico. El campo de concentración era un terreno de entrenamiento donde élites adoctrinadas podían experimentar con aquel programa en condiciones de laboratorio, para obtener conclusiones aplicables al conjunto de la sociedad a partir de su experiencia controlada; los sujetos eran ratoncitos de laboratorio. Los campos no estaban destinados a individuos inculpados de delitos que debían cumplir una pena previamente definida y sancionada, sino a rebaños inocentes de la población que habían caído en desgracia ante los dirigentes, no por lo que hubieran hecho, sino por lo que eran: judíos o prisioneros políticos rusos en el Gulag. En Colombia hemos sufrido esa atrocidad moral por largos años, pero no hemos sabido discriminar y denunciar cómo esa estrategia maligna viene destruyendo también los fundamentos legales y jurídicos, porque nos hemos autolavado el cerebro con la importancia del éxito en la guerra. Como ejemplo diremos que la destrucción de la persona jurídica en el ser humano se lleva a cabo al desvincular de sus actos su condición de víctima o de ciudadano común. Eso es lo que hace la impunidad. Nos dejamos engañar y protestamos por el sentimiento atroz que nos produce, pero no vemos la corrupción premeditada que significa la destrucción de la juridicidad de las personas que se oculta en la sensación de despojo que es lo que se ha enfatizado, lo que explica que no se luche legalmente con penas más severas contra la violación de menores, por ejemplo; eso explica que se nos trate de cualquier manera como sujetos carentes de derechos. Eso les hemos permitido que nos hagan las Farc, al tolerar su ejemplo, al no protestar específicamente contra su ideología de campo de concentración. Los policías y soldados detenidos arbitrariamente, sin acceso a lo consagrado en el derecho internacional humanitario, sabían que habían pasado a depender de otro de tal modo que nada podían reclamarle y LA CLARIDAD DE ESE DELITO Y LA CORRUPCIÓN JURÍDICA QUE ELLO IMPLICA NO SE LE HA EXPLICADO A LA OPINIÓN PÚBLICA; lo mismo ocurre con las víctimas de la indiferencia social o política. El torturador fariano sabe que su víctima (prisionero o guerrillero) no es objeto de injusticia, pues ello presupondría el reconocimiento de un orden normativo que en el campo de concentración de la selva, en los campamentos nazis, el Gulag, o el genocidio camboyano, no existieron. El verdugo no reconoce el daño que dispensa a la víctima, pues si lo reconociera estaría apelando a un marco compartido de normas y valores, y esto es precisamente lo que pretende destruir al negar la juridicidad de todo derecho a la víctima para normalizar su condición subhumana. Los de las FARC llamaban a los policías y soldados detrás de las alambradas, o a los encadenados del cuello, ‘prisioneros de guerra’, y el país se tragó el cuento; pero eran prisioneros de un campo de concentración, porque los prisioneros de guerra y los civiles inocentes tienen derechos humanos que hay que respetar de acuerdo con el Convenio de Ginebra. Las víctimas de un campo de concentración no tienen derechos. Las víctimas sufren ese mal, pero no saben qué es, así como se sabe con certeza qué clase de mal es el cáncer. Al no saberse con certeza la clase de malignidad que es reducir a alguien a la condición de víctima sin derechos, su defensa no se profundiza porque su parámetro de medición es solamente la sensibilidad exacerbada. Si nos preguntáramos por la victimización de las personas y  las consecuencias de la destrucción de su naturaleza jurídica ¿podríamos vislumbrar o proyectar el daño social que eso significa al aceptarse como normal esa impunidad en la mentalidad de la opinión pública, de las generaciones en formación? Eso se llama corromper el futuro de la poca justicia que tenemos. Por eso la mentalidad mentirosa de las Farc llama a su guerra, irregular, algo indefinido; que da para el todo se vale, la destrucción de algo incomprensible, no cuantificable; por eso no pueden tener el status de beligerantes que les ha reconocido Santos. ¿Cómo podrán mirarnos a la cara y pretender que sus males son perdonables, que no son castigables porque los racionalizan a nombre de una revolución que ellos se inventaron, con la que pretenden generar la abominación jurídica de los ‘crímenes altruistas’?

¿Cómo destruyen los dirigentes de las FARC la personalidad moral de los guerrilleros para después aplicar ese hallazgo a la sociedad? Se les anula la capacidad de juzgar y elegir entre el bien y el mal. La guerrillera no puede escoger entre tener el niño o abortarlo; la única posibilidad que tiene es someter su voluntad a la del jefe, la cuadrilla, la ideología. El guerrillero, a diferencia del soldado, no tiene opción entre dejar vivo a un herido o rematarlo; no tiene opción de controlar el daño colateral de un tatuco contra la estación de policía rodeada de civiles, o protegidos en una iglesia; asumen los escudos humanos como normales. Allí donde el guerrillero no puede hacer el bien, asume la misma conciencia del que lo envilece. Así que su única opción es escaparse, matar, suicidarse, engañar, robar. Al suprimirse la frontera entre el bien y el mal, se puede concretar entonces, como ‘metodología,’ el odio de clases, el todo vale. ¿Son estos nuestros futuros contendores en el debatir democrático? ¿Qué significa el perdón gratuito que se nos exige? Como individuo soy libre y responsable de transmutar mi odio personal por perdón, es un acto privado; pero como ser social ¿cómo puedo tolerar  la destrucción de la juridicidad de las otras personas, si a mí se me exige que la cumpla?

¿Cómo se destruye la individualidad personal de los guerrilleros, su libertad, negando la espontaneidad? Los guerrilleros no se pueden retirar voluntariamente de la guerrilla, así como nadie se puede desvincular de la mafia; no se puede opinar, solo obedecer. Es decir, las FARC son un terreno de entrenamiento para el totalitarismo, la destrucción del ser humano. Por ello la democracia es su opositor natural. ¿Por qué entonces nos sorprende Petro al desconocer reglas de juego, normas, y apelar a la violencia disfrazada, si ese es el resultado natural de la ideología comunista en el poder y en su aspiración a la toma del mismo? Somos ingenuos.

La dominación totalitaria borra las fronteras entre inocencia y culpabilidad, bien y mal, verdad y mentira, probabilidad e improbabilidad, de manera que cualquier cosa pueda resultar aceptable, creíble y esperable. ¿No es ese acaso el esquema que se quiere generar con la destitución de Petro y que se quiere llamar crisis? El lema 'Todo es posible' es la expresión del nihilismo del sistema totalitario. Ese lema mina la confianza en la razón como legisladora de la naturaleza y fuente de normas, pues la idea de un orden racional excluye ciertas cosas como imposibles porque reconoce otras como necesarias. La creencia de que todo es posible es el corolario de la tesis de que no existe ninguna estructura de necesidad, ningún orden normativo. Si el antiguo agente del mal, Satanás, presuponía una legalidad divina o natural para poder rebelarse contra ella, al matar a Dios, el nihilista totalitario niega la existencia de cualquier orden natural o trascendente. Si las características de la sociedad totalitaria son reconocibles dentro de una sociedad democrática, esa es precisamente la piedra de tropiezo para los negociadores del gobierno, para cualquier ciudadano habituado a reglas democráticas. Pero aquí no nos podemos dejar engañar con la falacia del ‘tú también’ porque son ‘ellos’ los que quieren entrar, a no ser que hayan sido invitados, y así ni modo.

Tenemos entonces que ser cuidadosos con las palabras que identifican el orden que queremos. Banal es la clave. El secuestro, la humillación, el ataque indiscriminado, el narcotráfico, la calumnia, la mentira, la falacia, no pueden ser banales. No nos sorprenda entonces, que frente a un juzgamiento de justicia transicional los líderes de las Farc, al igual que Eichman, se reconozcan culpables SOLAMENTE de ayudar y tolerar la comisión de los delitos de los que se les acusan; van a alegar no haber realizado nunca ni un solo acto directamente. Dirán que sus esperanzas de justicia habrán sido defraudadas porque no han creído sus palabras. Como Eichman de pronto dicen que jamás odiaron a nadie, ni a Uribe o Londoño, que nunca desearon la muerte de un ser humano que lo que ocurrió fueron las consecuencias naturales de la guerra. Su culpa proviene de la obediencia a una ideología, y la obediencia es una virtud con prestigio. El jefe de escuadra que ejecutó la orden dirá que no formaba parte del reducido círculo del secretariado, que él era una víctima, y únicamente los dirigentes farianos merecen el castigo; dirán que no son los monstruos que hemos hecho de ellos. En este juego pretenden convertir la estructura de poder en algo difuso en el que la prueba se hace difícil; sin embargo las políticas de la organización incitan, motivan las atrocidades, sin límites ni condenas en su sistema de operación; los líderes estuvieron raramente presentes en el ‘locus delicti’, nunca tiraron del gatillo y se aplicará entonces en el epílogo del proceso de paz aquel refrán que dice: “entre todos la mataron y ella sola se murió;” es decir, murió la justicia y la paz como corolario. ¿Cuáles son tus certezas sobre ese posible asesinato? Entre estas certezas e incertidumbres, hagamos de Sherlock Holmes en el 2014.

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