Paz y votos

Este año se convertirá en una prueba de fuego para la democracia colombiana. Se han generado unas expectativas tan grandes frente al proceso de paz, maximizadas ahora por el derroche de propaganda oficial en televisión, donde nos anuncian que la encontraremos a la vuelta de la esquina, con la fórmula simplista de que a la paz basta desearla para alcanzarla. Propaganda que jamás se empleó para hacer pedagogía a las víctimas sobre sus derechos, ni mucho menos sobre los mecanismos para acceder a ellos. Nos hacen creer que sólo falta una opinión pública, llámese electores, unanimista frente al proceso, para conseguir la anhelada paz. La fórmula es sencilla, consiste en la pacificación de los demócratas.

Me pregunto, ¿si el gobierno que no ha tolerado la crítica constructiva de quienes razonablemente dudan del proceso, tolerará una oposición férrea de las Farc, en el terreno político?

Que pobre idea se tiene de la opinión pública. A la que se ha sometido durante décadas a la pedagogía de que las Farc cometen actos terroristas, y los cometieron, que sólo se podían combatir por la fuerza. Que ni EEUU, ni Colombia dialogaban con narcotraficantes, y fue precisamente un embajador americano, Lewis Tambs, quien les acuñó el término narcoguerrilla. El mismo Ministro de Defensa que lideró las ofensivas militares en asocio con el Gobierno americano contra ese grupo guerrillero es el Presidente que llama a todos los que tienen dudas razonables “enemigos de la paz”. Un giro de 180 grados. Y podría decirse que es un pensamiento que evoluciona de extremo a extremo o simple pragmatismo. Sin embargo, ¿qué podría suceder con un país ilusionado si el mandatario decidiera volver a cambiar de parecer, con la misma frialdad como lo ha hecho hasta ahora?

Riesgo que deben haber medido las Farc, pero no los colombianos. Al fin y al cabo el grupo insurgente tendrá nuevamente en sus manos la elección Presidencial, como en el pasado. Pero corren también el riesgo de un arranque de pragmatismo en contra del proceso, si las encuestas no lo favorecieran. Nada es previsible en él. Y eso hace que la coyuntura sea histórica para las Farc, toman la paz o la dejan ir, porque ya no van a encontrar un interlocutor presidencial que esté dispuesto a hacerles más concesiones, en tan corto tiempo.

Y mientras tanto el país espera. Esperan las víctimas de las Farc, desaparecidas estratégicamente de casi todos los medios de comunicación. Volvieron a ser invisibles. Los reflectores están puestos en los victimarios que aún no las reconocen. Es imborrable de la memoria ese “quizás, quizás, quizás” burlesco con el que uno de los negociadores respondió al tema del reconocimiento de sus víctimas. Queda la esperanza en una veeduría seria de la comunidad internacional que se ocupe de la defensa de los derechos de los más débiles en la cadena del horror. Una defensa de sus derechos humanos, hecha por interlocutores altamente calificados, que no lleguen al país a congraciarse con quienes empuñaron las armas contra otros colombianos.

Pongo mi fe y esperanza en el proceso de La Habana, pero donde se preserve nuestra dignidad de colombianos víctimas del horror.

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