En otras palabras

De las primeras cosas que hace un régimen totalitario es cambiar el significado de las palabras, pues su ambición de controlarlo todo no admite fisuras, ni siquiera semánticas. Por eso, Nicolás Maduro ha resumido la angustiosa situación venezolana en una fábula en la que los buenos son los chavistas y los antagonistas son “los fascistas”, “los burgueses”, “la derecha”, etc., términos que, bien aplicados, describen mejor a su bando que al contrario. Pero el lenguaje tendencioso de Maduro no es simple desdén por el diccionario, sino que cumple un propósito más ambicioso que el venezolano comparte con todos los gobernantes totalitarios, el de disfrazar la realidad por medio de las palabras.

Si en la calle atacan a los manifestantes de la oposición, son ellos mismos “disfrazados de chavistas” los que matan y disparan, dijo esta semana.

Si los canales internacionales muestran imágenes de la violencia, es “la prensa basura de la derecha”.

Si en la vida cotidiana en Venezuela no abundan los pajaritos preñados (con los que, presumiblemente, él conversa) es que “el Imperio contraataca”.

Si hay escasez de productos básicos en las tiendas es porque la sociedad es “demasiado consumista”, y se acaban. O porque hay “especuladores y acaparadores”, “burgueses” malvados que, curiosamente, ponen a un lado el lucro y prefieren no vender.

Si se incendian las refinerías o se va la luz es porque los “enemigos de la patria” sabotean la infraestructura.

Si el dólar sube y la inflación mina la capacidad de compra de la gente es porque el país es víctima de “la guerra económica”.

Si la gente, hastiada, protesta en masa por la situación, es un “golpe de Estado fascista”.

Al cierre de medios de comunicación y la censura del Internet los llama “libertad de expresión”. A la crítica la llama “guerra mediática”.

A la destrucción de la agricultura la llama “soberanía alimentaria”.

Al cierre y apropiación de empresas privadas lo llama “justicia social”.

Un empresario que paga impuestos y genera empleo es un “parásito”, mientras que quien vive del asistencialismo del Estado es un “héroe de la clase obrera”.

A la incitación a la lucha de clases la llama “socialismo”.

A la exacerbación del odio entre clases sociales, “amor por el pueblo”.

A su mando despótico sobre todos los aspectos de la vida venezolana lo llama “una democracia perfecta”.

Si la tasa de homicidios es de las más altas del mundo es por culpa de “las telenovelas”.

Si Chávez enfermó y murió es porque lo envenenó la CIA.

Y si a Leopoldo López lo metieron preso fue “para salvarle la vida”.

En otras palabras, Maduro es un perfecto ejemplo de aquello que en el Caribe, donde nos caracterizamos por lo contrario, por decir las cosas de frente, sin artificios, no tiene otra mejor expresión que la cruda y vulgar de “hablador de mierda”. Y eso en sí no es tan terrible. Tengo varios amigos que también lo son, y a todos los quiero mucho. Pero ellos no están a cargo de una potencia energética como Venezuela; un pueblo no ha fijado en ellos sus esperanzas de desarrollo; en tanto que el discurso excremental de Maduro trae las consecuencias que todos estamos viendo.

@tways / ca@thierryw.net

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