La violencia electoral

Los actos electorales como los que se van a realizar en Colombia durante los próximos 18 meses aproximadamente, son de tal peso histórico, que no lo alcanzan a imaginar las nuevas generaciones. En el 2014 elección de Congreso Nacional, es decir, Senado y Cámara, 9 de marzo. Y la elección de Presidente de la República en el mes de mayo, con segunda vuelta probablemente.

Súmele a lo anterior las elecciones regionales en 2015 para gobernadores, alcaldes, concejos municipales y Asambleas departamentales. Este múltiple escenario de la democracia colombiana nos hará gastar muchos esfuerzos físicos, emocionales y financieros. Serán meses cargados de incertidumbre y de maniobras políticas, unas limpias, y otras cargadas de bandidaje, rastreras y tóxicas para el ambiente de tolerancia y respeto que debiera imperar. Y será el mismísimo Presidente de la República, Juan Manuel Santos, quien tiene que dar ejemplo, no obstante su personalidad ambigua.

La agitación de las banderas, las cuñas radiales y televisadas, las vallas, las camisetas, los discursos, las caravanas de simpatizantes, los sancochos comunales que organizan las comadres y los caciques barriales, componen el cuadro variopinto del ejercicio democrático dentro del marco de seguridad que debe brindar el gobierno y el ejercicio pacífico de las críticas o apoyos de la ciudadanía a las diversas opciones políticas de los partidos y sus dirigentes. Esta es la visión optimista y racional del desenvolvimiento de esta etapa que cada cuatro años se presenta en Colombia.

Pero ahora se asoman las garras de lobo de los intolerantes, los fanáticos excluyentes, los dogmáticos en religión o en partidarismo. Un clima de hostilidades comienza y avanza desde altas esferas contra la oposición. Las casi interminables rondas de los burócratas que manejan el aparato oficial electoral frenaron el logo del Centro Democrático uribista durante semanas y semanas, recortando los tiempos de acción proselitista. Esa forma invisible de hostilidad aplicada a una corriente política se ve complementada con la campana de silencio en la prensa escrita, en radio y televisión que solo registra a minúsculos grupos de saboteadores e ignora o esconde las movilizaciones populares sin aguardiente ni refrigerio amermelado. Más grave resulta la presión de los grupos armados ilegales en Putumayo y Cauca sobre los ciudadanos inscritos como candidatos en las listas de Uribe Centro Democrático. Este tipo de violencia se agudizará en los próximos días. En Carmen de Viboral, (Ant.) un municipio con las mejores artesanías en loza, destruyeron y volvieron ripio una valla de la campaña de UCD. Sin embargo esto es pequeño frente a la confirmación expresada por un jefe guerrillero en La Habana sobre la intención cierta de eliminar a Uribe, puesto que sería una acto de guerra normal. Asombroso que ningún dirigente del estado ni de los partidos ni de las iglesias ni de los organismos internacionales del imperialismo humanitario se hayan pronunciado contra este magnicidio eventual.

La violencia en estas elecciones será un denominador frecuente. Y lo será porque la guerrilla tiene como candidato a la Presidencia al actual Presidente Santos a quien quieren reelegir a toda costa. Cuando una organización armada combina todas las formas de lucha, y además, con un candidato forrado en garantías de los violentos, las elecciones se van a convertir en una patraña con muchas modalidades de violencia oficial, que cobijarán las violaciones a los derechos civiles y fundamentales de los militantes de la oposición. Y pensar que la Fuerza Pública está en manos y trampas de su Comandante General.

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