Dogmatismo y sectarismo

Desconcierta, por decir lo menos, la "capacidad" de varios políticos de no ver la realidad, de mentirse y mentir. Si es noche, dicen que es día; si es derrota, dicen triunfo; si es corrupción, dicen honestidad. Y de tanto repetir su mentira se convencen que es verdad. Y con ella en la boca, en su calidad de apóstoles, salen con su credo a difundirlo a los cuatro vientos. Y si son convincentes, como algunos de ellos lo son, y si tienen los medios… nos convencen a todos, más aún si somos analfabetos políticos.

Y así, el círculo vicioso da vueltas de la mano del dogmatismo, del engaño y de la manipulación. La cultura del cinismo se expande. No solo esos políticos, sino buena parte de los ecuatorianos somos dogmáticos y sectarios. Esta manera de ser y actuar proviene de una vieja formación moralista de inspiración religiosa. La fe es la verdad absoluta. Quien cree tenerla descalifica a quien no la tiene. La mayoría del izquierdismo ecuatoriano (y latinoamericano) no bebió de las fuentes originales del pensamiento dialéctico ni el materialismo histórico. Sin desaprender la vieja y poderosa formación moralista impartida en escuelas y hogares, asumió el marxismo como una nueva religión, como una doctrina infalible que debía guiar a los proletarios y a la humanidad a su liberación definitiva.

No se lo tomó como un insumo teórico elaborado por seres humanos, con sus aciertos y límites, como un instrumento para la investigación y para la lucha política. Todo ya estaba dicho por Marx y no había necesidad de conocer, peor interpretar la realidad. Había que adaptar la historia nacional a las etapas progresivas de desarrollo de la humanidad relatadas por Stalin. No era necesario pensar con la propia cabeza. Las directrices revolucionarias venían de Rusia o de China. Poseedores de la verdad y siendo portadores de la historia y del futuro había que vivir una militancia como una suerte de santidad, de entrega total a la causa y sacrificio hasta la muerte. Había que sujetarse al "centralismo democrático", concebido como respeto absoluto a la jerarquía partidaria, con lealtad y disciplina militar a las órdenes del partido, del comité central o del politburó. El pensamiento crítico o disidente, la duda, era un vicio pequeño burgués, contrarrevolucionario.

La democracia era una veleidad del liberalismo. Una parte de los que todavía quedan en la "izquierda" oficial se formaron en esta escuela dogmática. Otros, a más de esto, se nutrieron de una práctica oportunista arrimándose una y otra vez al poder, a algún caudillo o Gobierno de cualquier color. Seguramente tanta arrogancia, sectarismo, cero autocrítica, predestinación y autoritarismo que hoy vivimos, se expliquen en parte a través de la historia de la izquierda ecuatoriana que todavía está por hacerse.

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