La indiferencia de los que se creen buenos

Alguien dijo, creo que Fernando Londoño, que los colombianos nos volvimos indiferentes a la  muerte. Podría tener razón. Ya casi nadie reacciona ante los crímenes atroces de las Farc y nos estamos acostumbrando a sus mentiras. La maldad está ahí en las calles y los campos, pero hace parte del paisaje, como los árboles o la fuerza de gravedad.

Y es que cuando la barbarie se vuelve cotidiana, ya no se percibe como tal. Que mataron a golpes a dos policías amarrados a un árbol, es una noticia de un día, que mañana tiene el valor de un periódico de ayer. La horrible mentira de que los asesinos de las Farc se vieron obligados a sacrificar a los dos mártires, en “silencio”, para no hacer ruido porque el ejército estaba cerca y lo alertarían, no tiene calificativo. Ni Dios, en caso de que existiera, infinitamente magnánimo, como se predica de él, podría perdonar a estos criminales, porque dejaría de ser infinitamente justo.

Es que no hay derecho a asesinar después de torturar a dos miembros de la policía, de civil, que trabajan con la comunidad. Es incalificable. Hasta el  más desprevenido ciudadano del mundo sabría que podrían haberlos dejado en libertad. Pero no se puede olvidar que los determinadores son los mandamases de  las Farc, ahora en La Habana y en Venezuela, quienes dieron la orden de matar a sangre fría a los secuestrados si hubiese una situación militar en la que éstos pudieran ser liberados por las Fuerzas Armadas. Ya la aplicaron a gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria y el exministro de defensa, Gilberto Echeverri, en una misión de paz y reconciliación dirigida precisamente a las Farc. Y la repitieron con los diputados del Valle del Cauca. Esto sin contar los asesinatos de esta clase, que no conocemos.

Decía que ni Dios perdonaría a los torturadores del mayor y el agente de la policía. Pero Santos sí. Con tal de sacar adelante  la “negociación” de La Habana, Santos se traga este crimen, como lo ha hecho con los del pasado; pero en este caso, desoyendo la demanda del director General de la Policía Nacional, quien pidió que las Farc entregaran a los asesinos a las autoridades judiciales colombianas. La respuesta arrogante de ese grupo fue que jamás entregarían a sus hombres al sistema jurídico nacional corrupto; que si aquellos tuviesen que dar explicaciones, lo harían dentro de su  propia “juricidad”  ¡Qué despropósito! ¡Un asesino juzgando a un subalterno a quien le dio órdenes de cometer los crímenes por los que se les juzga!  Pero es una respuesta consecuente con el hecho de que el presidente de Colombia  consideró a las Farc como igual, es decir, estableció una negociación de un Estado a otro, precisamente cuando Uribe las tenía derrotadas.

Por eso, todo mundo sabe que el presidente minimizará el brutal asesinato y la soberbia respuesta, o hará el papelón de enfadarse con las Farc por cometer el delito de guerra y de lesa humanidad, cuyas víctimas fueron los dos miembros de la Policía, ni los mencionará, como ha hecho con otros. Santos seguirá concertando con ellos, porque se ha tragado el anzuelo de negociar en medio del conflicto, patente de corso con la que ese grupo valida todas sus bellaquerías, burlándose del pueblo colombiano y de la comunidad internacional. Y para llenar la taza, proponen una tregua bilateral, que conociéndolos, utilizarían para fortalecerse y establecerse en todo el territorio. Si algo queda claro de estos incidentes, es que en ningún caso podría negociarse con las Farc si no declaran y permiten verificar una tregua unilateral.

Pero como la memoria de muchos colombianos es ,en estos tiempos, efímera, y su indolencia no tiene límites, el presidente y las Farc están tranquilos porque saben que cualquier delito contra la humanidad y de guerra, en ocho días será, apenas, una estadística más, un registro solo utilizado por los que viven del conflicto colombiano, como el representante de la ONU, auténtico americano impasible que describe Green; y el montón de ONG que beben hasta saciarse de este conflicto, por lo que no pueden permitir que se termine de verdad.

La actitud de algunos compatriotas me hace recordar un argumento de Chaïm Perelman, quien hace notar que las bajas de un conflicto son frías cifras para muchos, pero una tragedia para la familia del fallecido. Si no es conmigo, no me importa.

Hubo un maravilloso momento en el que los colombianos tuvieron dolor de patria y salieron a las calles del país, por millones, para protestar contra las Farc. Hoy, desandando la indolencia, deberían de ser capaces, en un momento cercano, de repetir ese momento histórico,- Pero en mayo y posiblemente, en junio, hay una oportunidad de oro, las elecciones presidenciales. Hay que sufragar masivamente por un candidato que reoriente la negociación, poniendo como condición para hablar las Farc, un cese al fuego unilateral por parte de ellas; que evite la impunidad y conduzca a la nación a la victoria de sus instituciones democráticas, hoy, casi derrotadas y mancilladas por Santos y esa banda de delincuentes.

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