MONÓLOGOS DE PAZ

Pertenezco al club de los escépticos. Y cada vez que muevo fichas para cambiar mi circuito interno y llegar a un punto moderado de confianza, un acontecimiento doloroso me convierte en la piedra de una cauchera que, sin compasión y con fuerza, me devuelve al punto de partida. Incluso más lejos en ocasiones.

Me refiero a los monólogos de paz, ¡cuáles diálogos… Mientras los guerrilleros exigen, aplazan, amenazan con levantarse de la mesa y aceptan su culpabilidad en acontecimientos atroces, los negociadores callan y el gobierno ignora o se conforma con decir que son jugadas políticas y que todo va de maravilla.

Jaime, Pedro y Marta son ciudadanos colombianos, tan recelosos como yo, que escriben con frecuencia a mi buzón de correo, algunas veces para jalarme las orejas porque no me pronuncio públicamente al respecto y otras para rumiar penas, rabias y tristezas. Ni media alegría por cuenta de las Farc.

Copio apartes de algunos de sus mensajes, cuyos puntos de vista comparto. Y empiezo con Jaime: "Dicen estos "señores" que el proceso de La Habana entre el gobierno y las Farc constituye la única alternativa viable, civilizada y humana de poner fin a tan larga confrontación. ¿Será muy civilizada y humana la acción de matar a golpes y degollados a dos indefensos seres humanos con el argumento de que la guerrilla se vio obligada a proceder así contra ellos para no hacer ruido?".

Y dice Pedro: "Lo que se está haciendo en La Habana es conversando para llegar a unos acuerdos, no sé por qué a eso lo llaman paz. La paz es un estado de ausencia de conflicto, presencia de justicia social, equidad en las oportunidades, buena administración estatal de los recursos y los proyectos, respeto por los ciudadanos, etc. ¿Lo de allá es unas conversaciones para "cuadrar la vuelta".

Para Marta, el nombre de la negociación no importa. "Puede llamarse acuerdo de paz o marco jurídico para la paz, pero me asaltan algunos mientras y por qués: ¿Por qué las Farc ni siquiera han tenido un acto de buena fe? ¿Por qué los cabecillas viven cómodos en hoteles de La Habana fumando Cohiba y tomando ron, mientras nuestros soldados y policías mueren en sus manos? Mientras la guerrilla no informe siquiera dónde están las minas tristemente llamadas quiebrapatas, como si fueran las patas de una mesa y no las piernas de los campesinos, y mientras no suspendan seria y radicalmente el reclutamiento de niños, este barco llamado Colombia estará navegando en un mar lleno de tiburones al mando de un capitán que les va a entregar el botín a los piratas sin exigir nada a cambio".

Como ellos y yo, millones de colombiano están hartos de la guerrilla y de su cinismo, de su maldad, de sus aspavientos y de sus ganas de figurar en política, porque siempre llevarán la marca de asesinos de pueblos indefensos; de arrojar campesinos al abismo urbano por despojarlos de sus tierras; de secuestradores y verdugos de las familias que, ilusas, esperan de ellos un gesto humanitario. Todos aquellos a quienes torpemente llamamos "cúpula", no son más que narcotraficantes del cartel de la selva, no dirigen ni representan a los delincuentes que siguen cazando inocentes en el monte.

Duele escribir en contra de lo que se anhela con el alma, como la paz, pero lograrla es tan difícil, riesgoso, incierto y confuso, que felicito de corazón a quienes aún creen que es posible. Para mí, no hay con quién.

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