El candidato Santos ha pretendido, prevalido de su cargo, alucinarnos como a idiotas útiles los unos e inútiles los otros, en su desbocada ambición por continuar en el poder. Se nos ha amenazado, sosteniendo que fuera de él no hay salvación y vendrá la guerra. Se nos ha amedrantado, predicando que si no se le reelige el país sucumbirá arrasado por un caos nacional. Se nos ha usado, para acordar de manera amancebada con la guerrilla cómo se nos pueden ir dosificando acuerdos y concesiones con el auto-oportunismo más rampante.

No cesa de inculpar descalabros al gobierno anterior, cuando fue él uno de sus principales miembros y actores, en cuyo ejercicio jamás se le oyó querer retirarse por desacuerdo, porque naturalmente le convenía usarlo y conservarse al asecho de su cuarto de hora. Ha inundado el país con pancartas y avisos haciendo gala de la danza de los billones que ahora promete y que durante su gobierno durmieron el sueño de las promesas falaces. Ese dinero que promete, erario propiedad de todos los colombianos, hoy se utiliza oportunamente para la mermelada de su campaña. La propaganda pregonada a su favor por diferentes partidos, debe estar prohijada por sus titiriteros, utilizándolos para legalizar su divulgación y sus costos.

El país ha tenido que soportar un desagradable número de pautas publicitarias ofensivas, calumniosas e irresponsables, pescando votos a costa de la polarización del país, de la intimidación y de la ofensa.

La verdadera paz que necesitamos los colombianos no es solamente la que él pregona en sainete con la guerrilla. Colombia perdió en estos 4 años además de ella, la paz de su seguridad; la paz de una auténtica salud para todos; la paz de una educación calificada y para todos sus hijos; la paz de la honestidad aniquilada por la corrupción rampante en el gobierno; la paz del respeto a nuestra soberanía; una verdadera paz integral. Con él en cuatro más, seremos los parias de América.