El tigre de papel

Juan Manuel Santos es un tigre de papel. Fue la expresión que utilizó hace unos días, con total acierto, el expresidente Álvaro Uribe para referirse al entonces candidato-presidente, ahora reelegido.

Revivió Uribe una vieja expresión, que popularizó Mao Tse-tung en los años sesenta del siglo pasado para referirse a los Estado Unidos, queriendo significar que era un coloso con pies de barro. Las predicciones maoístas resultaron un completo fiasco, y medio siglo después Estados Unidos mantiene su fortaleza y vigor contra los pronósticos de sus enemigos.

Pero para nuestro caso la equiparación tiene pleno sentido, además de que sirve para dibujar el panorama político que vivimos después de los comicios del pasado domingo. Pese a la victoria pírrica y fraudulenta de Santos, que llegó hasta a generar momentáneo pesimismo y desaliento en algunos miembros del Centro Democrático –pocos por fortuna-, y pese a que persisten las graves amenazas para el futuro del país que el régimen santista entraña, la verdad es que visto en perspectiva todo su andamiaje es el de un tigre de papel.

Estoy convencido de que a mediano y largo plazo su derrumbe será inevitable, lo que no obsta para que en el corto plazo sea necesario tomarlo muy en serio. Ganó las elecciones no por su fortaleza, popularidad y arraigo, o acierto en la gestión, sino por la marrullería, el engaño, la presión, las amenazas y todo tipo de arbitrariedades.

El resultado electoral ha sido aprovechado por su círculo palaciego para dar una impresión diferente, de gran fortaleza del presidente y su gobierno y de debilidad y desánimo de la oposición democrática de centro que encabeza el uribismo. Sin embargo, siendo lo crucial que fue el episodio electoral del domingo pasado, no ha alterado el panorama real del país, el que hemos vivido en estos últimos cuatro años, y que se proyectará hacia adelante sin falta. Exploremos un poco el asunto.

Desde hace dos años por lo menos las encuestas de diverso signo no han dejado de expresar la profunda desconfianza que la figura presidencial despierta entre sus conciudadanos, y el rechazo mayoritario a su reelección. El candidato-presidente estaba casi impedido para asistir a eventos públicos en todo el territorio, so pena de salir chiflado. La protesta social, como la de los estudiantes al comienzo del mandato para rechazar su reforma educativa, o la de los transportadores un poco después, o la de los cafeteros unos meses más adelante, o el paro agrario el año pasado, pusieron de relieve el desdén con que la cúpula estatal miraba las angustias de los ciudadanos, abandono que desembocó en sonoras explosiones de impaciencia.

La incapacidad del gobierno de Santos es de antología. Contando con una aplanadora parlamentaria inédita no logró coronar ninguna transformación de quilates, que merezca ser reconocida por la historia. La reforma educativa terminó siendo retirada sin pena ni gloria, con el anuncio de una nueva presentación que nunca se dio. La reforma a la justicia se convirtió en el mayor fiasco del cuatrienio. La de la salud, mal concebida también, terminó sepultada por la indolencia de los legisladores oficialistas. De las cien mil casas gratis que hace más de dos años viene predicando si acaso ha construido 35 mil y entregado poco más de la mitad de esa cifra. De las obras públicas ni hablar; a lo sumo ha terminado dos o tres de las que empezó su antecesor, sin que se haya dado comienzo a nada nuevo. Lo único que este gobierno podrá reclamar, para la posteridad, es haber sido el que más promesas haya efectuado, desde el primero hasta el último día, sin sonrojarse, cosas “nunca antes vistas” como suele repetir el primer mandatario, pero que solo caben en su febril caletre de embustero profesional.

Su obra magna, parece, sería el proceso de paz. La más riesgosa apuesta, que pone en entredicho la suerte de nuestra democracia y libertades. Coja negociación desde el comienzo, al aceptar el gobierno las condiciones de los vencidos de ayer –a seguir delinquiendo y a ser convertidos en contraparte en la definición del futuro de nuestra sociedad-, para que hoy arrogantes y crecidos, se dispongan a acrecentar sus exigencias a un presidente que tienen en sus manos, ya que éste les debe a los facciosos su reelección en no poca medida.

Fuera de envalentonar, dar nuevo aire y legitimar a los narcoterroristas, ninguna otra cosa puede mostrar Santos como producto de las interminables negociaciones habaneras, que ahora, por supuesto, se habrá de estirar aún más. Los colombianos, de manera consistente y reiterativa, han manifestado que no comparten la impunidad que el gobierno les ofrece a los criminales, ni su exaltación a las funciones públicas y la actividad política legítima. Quienes creen que las votaciones del 15 de junio fueron un referendo anticipado para avalar la entrega de La Habana, se equivocan de medio a medio. Ni la compra de votos, ni los engaños, ni los violentos filando electores podrán modificar el criterio de la población que rechaza que tamaños delincuentes no paguen cárcel o vayan al Congreso.

Ninguno de los factores mencionados, como otros que sería largo describir y han caracterizado este gobierno, han sufrido cambio sustancial en estos días. Ni el millón de votos comprados con mermelada, ni los centenares de miles depositados bajo la amenaza de las Farc, ni el millón o millón y medio de sufragios entregados por la izquierda con tapabocas, significan que se haya abierto un paraíso para Colombia. La ineptitud, la incompetencia, la displicencia, la incoherencia, el alejamiento de las gentes y las regiones, no son peculiaridades que puedan desaparecer en un santiamén por virtud de un “chocorazo”, así sea de dimensiones colosales como éste, efectivamente “nunca antes visto” en nuestra historia republicana. Nunca segundas partes fueron buenas, y en caso de Santos nada indica que se romperá la tradición.

Lo que no significa que la situación sea fácil, ni que el régimen se vaya a ir a pique de buenas a primeras. Lo que ha demostrado este período pasado es que mientras más débil e inseguro se encuentra más agresivo y engañoso se torna. Hay que ser precavido y enfrentarlo con decisión, sin desmayar un minuto. Tratará de recurrir a las armas más bajas e innobles para aplastar a sus adversarios políticos, acudirá sin ataduras éticas a cuanta insidia y bajeza, no cejará en su estrategia artera con los narcoterroristas, alimentará sin reato las viejas y corrompidas mafias de caciques y gamonales que son su base electoral, mentirá mil veces para ocultar su incapacidad e ilusionar a unos cuantos incautos, en fin.

Pero a lo que definitivamente no podrá escapar, porque esa es su naturaleza, es a su fragilidad y endeblez innata, su absoluta debilidad, propia de un tigre de papel. De tal manera que, como ha sucedido desde 2010, cada que intenta una marrulla para salir de un percance, tiene en nuevo traspiés. Cada que ensaya un embuste es sorprendido in fraganti. Cada que reversa la nación lo pilla. Cada que hace alarde de una conquista histórica la gente se mira incrédula.

Vendrán días de sufrimientos y de sacrificios, pero no hay que desesperarse ni desmoralizarse. La constancia y la defensa enhiesta y altiva de los principios y valores que encarnan las mejores tradiciones democráticas de Colombia, se impondrá finalmente sobre la mezquindad y la insania de un personaje tan mediocre como Juan Manuel Santos, apenas un frágil tigre de papel.

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