La leal oposición

Los electores hablaron y tenemos Presidente reelegido, Presidente que puede decir que recibió un “mandato claro”, como decía López Michelsen, para sus negociaciones con las Farc, pues estas fueron el meollo de su campaña electoral, que sin reelección nunca se lograría la paz. Claro está que, como dijo el presidente estadounidense Kennedy, se puede ganar con la mitad, pero no se puede gobernar contra la mitad. Quedó claro (si alguien pudiera haberlo dudado) que los colombianos queremos la paz, pero quedó igualmente claro que el presidente Santos no tiene libertad absoluta en cuanto a los términos de un posible acuerdo con el grupo guerrillero.

El encargo de vigilar que los términos de un tal arreglo no incluyan concesiones que impliquen impunidad para los dirigentes de la insurgencia, aunque sí rebajas de penas. Tampoco, y muy importante, que no incluyan afectaciones a la democracia, como por ejemplo, sacar a ciertas áreas del territorio nacional de la plena soberanía del Estado o que subsistan grupos armados diferentes a los institucionales (si no se entregan las armas, alguien queda con ellas) o que la representación en el legislativo no refleje proporcionalmente a los ciudadanos. El sistema económico de libre empresa no puede tampoco ser alterado y Colombia debe estar integrada dentro de un sistema económico globalizado, donde la iniciativa privada sea el motor de la economía y la propiedad privada su base. No podemos dejar convertir a Colombia en un sistema socialista como los de Cuba o Venezuela.

Lo contrario sería permitir que por medio de la violencia se obtenga lo que, en una democracia, los votos no otorgan. Juan Manuel Santos le debe su triunfo electoral, principalmente, a la izquierda, a Iván Cepeda, Clara López, Gustavo Petro, Piedad Córdoba y todos ellos insistirán en cobrar esta deuda del Presidente. Conociéndolos es fácil imaginar en qué sentido se dirigirán sus pretensiones. No sabemos hasta dónde podrá resistirlas el Presidente. Aquí es donde, en una democracia, entra a jugar la oposición, en nuestro caso el Centro Democrático.

Sin oposición no hay democracia y esa oposición, como en Gran Bretaña, fuente y paradigma de la democracia moderna, debe ser activa y también leal. Como alguien dijo, “la función de la oposición es oponerse” pero su acción deber ser ajena a prácticas desleales. Ni para el Gobierno ni para sus contradictores, todo está permitido. Las instituciones han evolucionado mucho desde la época de los Borgia y Maquiavelo aunque algunos “asesores electorales” parezcan ignorarlo y ciertos políticos crean que el fin justifica los medios. La democracia colombiana ha madurado, razón de más para conservarla y una oposición seria, leal y activa es la mejor manera de lograrlo. Ojalá que el gobierno, a su vez, considere que respetarla es su mejor contribución a este propósito y no siga ejemplos de ciertos “países amigos”.

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