Memoricidio en Colombia

Esta vez el “Sargento Pascuas” (alias de Miguel Pascuas, un veterano jefe de las Farc) no está matando ni secuestrando campesinos, policías y soldados en Colombia. Está ahora en Cuba viviendo a cuerpo de rey, protegido por la dictadura castrista, y participando, dicen, en las “negociaciones de paz” entre delegados de las Farc y delegados de Juan Manuel Santos.

Pero lo que hace Pascuas allá no es menos censurable: el trata de arrebatarle a sus víctimas, una vez más, el derecho a ser reconocidas como tales. También el intenta despojar al país de su memoria histórica. Con la complicidad de un diario de Bogotá, difunde mentiras, calumnias y verdades a medias sobre episodios claves, como la masacre de Inzá de 1965, en la que él participó bajo el mando de Pedro Antonio Marín, alias Tirofijo.

En la entrevista que le concedió a El Espectador, Pascuas describe ese terrible evento como una simple “emboscada” a un bus de pasajeros y como la pacífica “toma” de un pueblo. El borra la cruda realidad del crimen que cometieron y el contexto de esas barbaridades. El quiere evaporar de la conciencia colombiana lo que él y las Farc hicieron en esos años. Con ayuda de ese diario, Pascuas se muestra como un viejo finalmente sosegado que siempre luchó por nobles ideales. Repugnante.

El muestra el crimen de Inzá como un acto defensivo: dice que emboscaron un bus donde iba “un piquete de policías” y que por eso dispararon y mataron, accidentalmente, a unas monjitas que viajaban allí.

El desorden cronológico es el primer truco que utiliza Pascuas para crear confusión en torno a esa vil acción. Por eso omite los detalles de la sangrienta matanza de civiles y oculta hasta la fecha de la misma.

Sin embargo, los hechos son conocidos. El mismo Espectador de aquella época, dirigido por periodistas de otro temple, explicaron que el 17 de marzo de 1965, 120 cuadrilleros bajo la jefatura de Tirofijo y Jacobo Arenas, salieron de la “república independiente” de El Pato y avanzaron hacia el pueblito caucano de Inzá, de tres mil habitantes. Durante la marcha, los bandidos fueron secuestrando a las personas que encontraban. Así, antes del asalto, llegaron a tener diez rehenes. Pero dos kilómetros antes de llegar, decidieron asesinar a machetazos a cinco de éstos para que no se escaparan y dieran la alarma a las autoridades. Enseguida, emboscaron un bus intermunicipal y mataron a tiros a dos policías y a dos religiosas que viajaban allí.

Rodearon sin tardar el pueblo, atacaron el cuartel de policía, mataron a dos uniformados más y a 15 personas, entre ellas al alcalde, al tesorero y el director de la Caja Agraria. Tras incendiar los archivos de la alcaldía y del juzgado, saquearon el Banco Postal y la Tesorería municipal, así como dos almacenes y el puesto de policía. Tirofijo arengó a la aterrorizada población, se reclamó de Fidel Castro y presentó a su banda como un “ejército de liberación”. Anunció el triunfo de su revolución para el final del año y huyó con un enorme botín, el cual fue cargado por 30 indígenas paeces explotados por él como esclavos.

Era la época en que los cubanos criticaban la parsimonia de las Farc. Los castristas se le había adelantado a ese brazo armado con la sangrienta toma de Simacota, el 7 de enero de 1965. El Eln amenazaba a las huestes pro soviéticas con ocupar el terreno y quedarse con el liderazgo revolucionario en Colombia. Había que hacer algo para demostrar que el aparato de Moscú no se dejaría desbordar por los cubanos. ¿La dirección de Gilberto Vieira ordenó lo de Inzá? Un día esos archivos hablarán. En todo caso, para confirmar esa dinámica, tres días después, el grupo de Tirofijo secuestró al ex ministro y empresario vallecaucano Harold Eder quien será asesinado por sus captores unas horas después. Ese fue el inicio de los secuestros como arma política.

Todo eso es velado por Pascuas en su nuevo intento por  probar, como siempre hizo la propaganda del PCC, que los culpables de la violencia eran el gobierno conservador, los liberales, la iglesia y la policía y que las “autodefensas” comunistas eran palomas asustadas, pobres (“usábamos alpargatas de fique”), hambreadas y sin armas (aunque el mismo Pascuas se contradice y admite que sí tenían fusiles desde antes de lanzarse a la “guerrilla móvil”.

La memoria selectiva de Pascuas es increíble. Olvidó que las Farc y el Eln recibían apoyo técnico de Cuba y de la URSS. La prensa de la época informó que, en efecto, un individuo conocido por las autoridades como “el cubano” asesoraba a Tirofijo, y que una venezolana, Lucía Bocaranda, había sido expulsada de Colombia en esos días por tener contactos con gente en armas. Es más, fuentes diplomáticas de la época (1) supieron que otro agente, posiblemente un coronel soviético, que se hacía llamar “comandante Pompilio Figueredo”, experto en guerra subversiva, había entrado al país clandestinamente para “unificar el movimiento armado”.

De nada de eso habla Pascuas. Su historia pseudo sublime evita esas realidades. En plena guerra contra el terrorismo, el Ejército y la Policía  de Colombia habían dado en esos meses fuertes golpes a los bandoleros bajo influencia comunista. Desquite, autor, entre otras cosas, del asesinato de 40 pasajeros de un bus, hombres, mujeres y niños, que él había hecho asesinar a principios de 1963, había  muerto durante un combate en marzo de 1964. Otro criminal patológico cada vez más orientado por el PCC, Sangrenegra, a quien se le atribuían por lo menos 120 asesinatos y numerosas violaciones y secuestros, había sido abatido el 28 de abril de ese año. Tarzán, otro peligroso jefe de banda, será eliminado por las fuerzas del orden el 17 de mayo.

Habituado a servir la más cruda desinformación, Voz Proletaria, órgano del PCC, negó en 1965 que Tirofijo hubiera cometido la matanza de Inzá. Escribió que los “guerrilleros” habían sido “atacados”, que “la agresión salió del bus” y que por eso las dos monjitas perecieron (2). Todo eso es falso. Tirofijo sabía que las religiosas viajaban en esos buses pues él estaba en contacto con el convento para espiar sus movimientos. Su odio contra el clero católico, que realizaba una labor de evangelización muy valiente en esas regiones, aflora en la entrevista. Pascuas dice que cuando él se tomó el pueblo de Órganos, trató de asesinar al párroco, un tal “padre Monard”, pero que no lo encontró.

Otro detalle que Miguel Pascuas olvidó: que su primer apodo era “Muerte negra”, lo que lo distinguía de otro bandolero, “Muerte roja” (Januario Valero), conocido por sus crímenes en el Pato y Guayabero. El grupo de éste último se llamaba “Che Guevara”. El de Pascuas era el “grupo Lenin”, compuesto por 30 hombres armados que operaban entre Gaitania y Palermo (Huila).

Ese es el espíritu que el “Sargento Pascuas” y los otros jefes de las Farc quieren que tenga una eventual “comisión de la verdad”, de la verdad fariana, digamos, no de la verdad a secas, sino de la verdad comunista que es, como acabamos de ver, un nuevo crimen, un crimen contra el espíritu, un crimen contra la memoria de los colombianos. El historiador francés ReynalSecher llama a eso un “memoricidio”.

Ese crimen contra la memoria también afecta, y de manera principalísima, a las víctimas. No es una coincidencia que al mismo tiempo que El Espectador ayuda a difundir las falacias de las Farc, el general Luis Mendieta, quien fue secuestrado durante doce años por esa organización, se vea en la obligación de llamar la atención al gobierno para decirle que haga algo pues ciertos actores “están invisibilizando a las víctimas de las Farc” (3). Mendieta y otros miembros de grupos de victimas de las Farc rehúsan acudir a los “foros de víctimas” que organizan Naciones Unidas y la Universidad Nacional. Temen que en esos “foros” la estrategia sea la de ahogar las víctimas de las Farc y de las otras bandas marxistas, mediante una avalancha de grupos que se presentan como “víctimas del Estado y de los paramilitares” y de “movimientos sociales” y de “sindicatos”. Este sector aspira a tomarse la vocería de las víctimas para disculpar, al final, a las Farc y consortes con el cuento de que ello es necesario para “llegar a la paz”.

El ensayista francés Alain Besançon dice algo muy cierto: “El comunismo es por esencia una falsificación histórica. Su sistema ideológico se analiza como una historiosofía, como una metahistoria, cuyo discurso pretende dar cuenta del origen del mundo y el fin último de éste. Pero ese discurso es falso de principio a fin.” Besançon concluye que “no saldremos del comunismo, no sanaremos de eso, sin una cura de historia, sin un retorno a la roca inquebrantable de la positividad histórica”. Esas palabras se aplican perfectamente, como hemos visto, al caso colombiano.

Si queremos que las víctimas del comunismo en Colombia sean reconocidas como tales y puedan obtener reparación de sus victimarios, las universidades deben renunciar a su juego cínico que consiste en vetar todo lo que no coincida con las resoluciones del comité central del PCC, y los medios de información, la prensa escrita en particular, deben dejar de difundir tontamente propaganda  militante que engaña a la opinión pública, niega la realidad histórica y desvía las verdaderas soluciones a nuestros problemas.

(1) Ver Eduardo Mackenzie, Las Farc fracaso de un terrorismo (RandomHouse-Mondadori, Bogotá, 2007, página 198).

(2) Leer al respecto el excelente artículo del joven historiador Carlos Romero Sánchez, intitulado “Terror en Inzá”: http://www.periodismosinfronteras.org/terror-en-inza.html

(3) Ver la entrevista del general Mendieta en: http://www.semana.com/nacion/articulo/si-las-farc-no-dicen-toda-la-verdad-iremos-la-justicia-internacional/394722-3?hq_e=el&hq_m=484552&hq_l=26&hq_v=33ab9d6135

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