Las dos políticas

La política no es una sola. Hay dos: una la de los políticos y otra la de los ciudadanos. Los políticos tienen una racionalidad para sus actuaciones y los ciudadanos otra muy distinta para sus opiniones y decisiones cuando de la política se trata. Esto nos crea un mundo esquizofrénico, lleno de engaños, mentiras, ilusiones y fantasías. También hay que decir que entre mayor sea el abismo entre estas dos políticas mayor es el malestar que se siente en una sociedad, mientras que mejor es la convivencia en la medida en que las dos políticas estén más cerca. Colombia es un país que refleja en buena medida la existencia de un abismo entre políticos y ciudadanos; abismo que casi siempre se disimula por toneladas de retórica salida de todas partes, principalmente de los políticos, aunque también de los medios de comunicación y la misma academia.

Para entender esto lo mejor es un ejemplo: la confección del gabinete ministerial del presidente Santos. El 29 de julio pasado, la periodista María Alejandra Villamizar publicó una columna en el diario El País con el título "El ministerio para Simón", en la cual planteaba la imperiosa necesidad del presidente Santos de nombrar a Simón Gaviria en un ministerio que fuera del gusto de éste y de su padre el expresidente César Gaviria. A su vez, presentaba otros elementos adicionales que muestran las complejidades del ejercicio de nombrar altos funcionarios públicos. La conclusión es que no importa el servicio público como tal, sino la satisfacción de los intereses y ambiciones de ciertos políticos, sin cuya complacencia sería más difícil gobernar.

La presentación este lunes pasado del nuevo equipo ministerial de Santos ratifica el divorcio entre los intereses de los políticos y de los ciudadanos. Básicamente los primeros quieren mantener e incrementar su poder, y los segundos desean un buen gobierno que atienda y resuelva los más importantes problemas de la sociedad, como por ejemplo la violencia, la salud, la educación, las carreteras, etc. Son tantos los requisitos que hay que cumplir para que "políticamente" el gabinete sea adecuado para los mismos políticos, que el servicio queda relegado a un nivel subsidiario e inferior. Que hay que darle gusto a los parlamentarios de una región, que los de un partido quedaron descontentos con su participación, que a Simón Gaviria y a su padre solo les sirve determinado ministerio, que a otro no se le puede nombrar porque causaría la molestia de ciertos congresistas, y así hasta el infinito. El resultado final es un equipo de ministros claro oscuro, donde hay algunos muy competentes, unos regulares y otros totalmente carentes de credenciales para ocupar los cargos para los que fueron nombrados. Adicionalmente durarán poco, pues en un año o algo más, los equilibrios del poder se verán maltrechos y para remediar el desbalance habrá que ‘recomponer’ el gabinete.

El gobierno de los más capaces, honestos y con vocación de servicios parece una ilusión que solo anida en la ingenuidad de los ciudadanos comunes y corrientes. Las probabilidades de que las cosas cambien son infinitamente pequeñas.

Todo lo anterior no quiere decir que el mundo de los ciudadanos sea perfecto e idílico. Pareciera que al reclamar tantas cosas de los políticos y gobernantes, los ciudadanos se desentendieran de sus propias responsabilidades y deberes, ejerciendo algo así como una glotonería insaciable de exigencias sin responsabilizarse de absolutamente nada en su vida personal y social para cumplir el objetivo de construir una sociedad mejor, más sana y más justa.

Por otro lado, los políticos alguna vez no lo fueron, en cierto momento eran meros ciudadanos. Es en el momento en el que se tiene la posibilidad de adquirir poder o una vez ya se tiene éste, que surge todo el repertorio perverso de actitudes y costumbres que distingue a los políticos. Esto nos lleva a pensar que la sociedad misma estimula todo aquello que más tarde reprocha: la avidez por el poder, el deseo insaciable de reconocimiento, la corrupción, la competencia despiadada, el engaño y la mentira.

Mientras sigamos pidiendo y pidiendo virtudes de los políticos, pero no hagamos el más minino esfuerzo por encarnar nosotros mismos esas virtudes, es imposible que las cosas cambien en el terreno de la política y del gobierno. Lo contrario, demandar a partir del ejemplo, es más exigente con nosotros mismos y más demorado, pero es el camino más seguro para una verdadera transformación del gobierno y la política hacia lo que de verdad queremos.

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