¿Colombianos uníos, en razón de qué?

Una de las características de la democracia activa es el disenso, la diferencia. Por eso existen los partidos, es decir, los ciudadanos están en distintas partes políticas o corrientes de opinión, partidos, no pegados y ajustados a una sola y única posición, aunque podría suceder en casos  especiales, como el sentimiento unánime de apoyo a la selección de fútbol que representa al país. Lo normal es que la ciudadanía tenga posiciones divergentes  que se tramitan por la vía del diálogo, la votación o la ley. No por el atajo de la fuerza, de la violencia.

Lo acabamos de observar en la Gran Bretaña o Reino Unido con la tentativa de separación de Escocia, una de las regiones más consolidadas con identidad propia que definió en las urnas su continuación de pertenencia sin un muerto, sin batallas campales, sin estridencias publicitarias, sin calumnias y sin agravios insuperables. Sin embargo los escoceses estaban divididos, polarizados. Los pueblos civilizados en democracia se expresan generalmente en corrientes polarizadas. En los Estados Unidos se polarizan entre los dos partidos que conducen el estado, en forma alternativa: los republicanos y los demócratas. Lo mismo ocurre en Francia, en Chile o en México. En Colombia se polariza la opinión pública de hoy ante el manejo del proceso de paz y su método y consecuencias. Hasta hace pocas décadas la polarización era entre conservadores y liberales, con una etapa de violencia bipartidista hace sesenta años, por no haber respetado las reglas del juego democrático.

No debemos asustarnos por el disenso. Es ahí donde podremos ver si los gobernantes a los distintos niveles del estado, llámense Presidente, Gobernadores o Alcaldes, los mandos policiales y militares, los dueños de los medios de comunicación y los jueces y magistrados están ungidos de respeto y tolerancia por los diferentes, por los disidentes, por quienes no comparten la oficialidad del reino. Llamar al orden en una unidad de todos los colombianos con una amenaza implícita es buscar una ficción o una disculpa anticipada por los posibles malos resultados de los diálogos habaneros.

Por supuesto que los colombianos actuaremos unidos, o al menos satisfechos, el día que la guerrilla decida entregar las armas y desmovilizarse. Y estaremos unidos ante la determinación de hacer una paz sin retorno a la violencia, cuando las minorías guerrilleras y sus apoyos logísticos expongan su sincera aceptación del sistema democrático y la aceptación de que solo el Estado es el legítimo monopolio de las armas y del aparato de impartir justicia.

Ablandar al pueblo colombiano, que ha sufrido durante cincuenta años la violencia, con campañas subliminales para que acepte ser tan culpable como los causantes de tanto dolor y tanta indignación, es proceder como los matarifes que llevan la res al matadero. Disentir es lo más natural de una nación que se precia de su dura cerviz. El terrorismo obtiene sus resultados genéricos cuando hace inclinar el espíritu de libertad en que se funda la república. Similar efecto tiene la propaganda política pagada por empresas oligopólicas para doblegar la capacidad crítica de la ciudadanía y mutarla en becerros apagados. El disenso polariza porque busca la verdad y el equilibrio. El consenso se obtiene cuando la libertad de opinar encuentra razonable la propuesta sobre la paz. Mientras tanto no todos marchamos al mismo “compaz”.

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