El debate

Violando el reglamento del Congreso, es decir, pasando por encima de la ley, la coalición de Unidad Nacional permitió al senador Iván Cepeda  incriminar al ex presidente Uribe y a su familia, señalándolos como paramilitares,  bajo la sombra de los designios de Santos y as Farc, las  que ya andan diciendo que no quieren matar a Uribe, sino llevarlo a una Corte porque tienen claro que muerto sería un mártir,  y encarcelado, un villano (o al menos eso creen).

Fue vergonzoso. Mucha retórica, mucha foto montada, mucho video, mucho chisme, pero ninguna prueba. La alharaca de siempre, con mejor formato y escrito a múltiples manos, con papeles repartidos en el debate, para aplastar en número a las intervenciones del Centro Democrático. Para ello se contó con la furia de feroces enemigos, muchos con antecedentes de maniobras oscuras en gobiernos anteriores, o uribistas de primera clase hasta que Santos los embadurnó de mermelada, para comprar apoyo a su abandono  a la causa que lo eligió.

Ahora vendrán las “investigaciones exhaustivas” de los respectivos entes judiciales, que hasta ahora no han podido incriminar al expresidente, a pesar de lo acuciosos que son cuando se trata de empapelarlo; pero que, según se denunció el miércoles, no mueven un dedo cuando el caso es  llegar a la verdad sobre las actuaciones de los “citantes” de todas las especies, incluyendo, muy especialmente, los de la Casa de Nariño y los de La Habana.

La andanada va muy en serio. Y no puede ser menos, porque las Farc no le perdonan a Uribe su derrota militar, pues saben que será el mayor obstáculo para la consolidación del poder que ya se vienen tomando; y porque Santos no tolera que el expresidente  le muestre al país el despeñadero al que lleva a Colombia. Para una y otro, el hoy senador es su peor pesadilla; para los dos, desembarazarse de él, es su principal prioridad pues su objetivo es eliminar la oposición, no a un gobierno, sino al cambio de la democracia colombiana por la dictadura farcochavista. No es cosa de poca monta. Los engranajes del cogobierno se ajustan cada vez más. Y la estrategia es sencilla: acusar al líder de la oposición y a su familia, de paramilitares y narcotraficantes, para acabar a Uribe moral y políticamente.

En su exposición de ayer, Uribe desmontó estas acusaciones. Los hechos de su vida fueron explicados uno a uno. La acusación de que dio vía libre al  paramilitarismo porque impulsó las Convivir, como gobernador de Antioquia no se sostuvo esta vez, como nunca se ha mantenido, porque el paramilitarismo no nació con esas cooperativas, que fueron creación del gobierno de Samper en 1.995, sino en el Magdalena Medio;  porque, además la Corte Constitucional las consideró ajustadas a la ley; y porque, contrario al paramilitarismo, que buscó suplantar al Estado, estas cooperativas tenían como función informar a las autoridades legítimamente constituidas. Si algunas se apartaron de esa directiva, debieron ser investigadas por las autoridades de la época. Fue Uribe quien desmovilizó la amenaza paramilitar y la sometió a la ley: los llevó a la cárcel y treinta y cinco mil de sus miembros lo hicieron, junto a más de diez mil guerrilleros.  Ahora bien, alguien combatió al narcotráfico fue el presidente Uribe. Al hacerlo, golpeaba las fuentes de financiamiento de paramilitares y guerrilleros.

Pero para el cogobierno y sus áulicos todo vale. Mostraron la bajeza de las acusaciones y lo torvo de los métodos, que incluyen testimonios de paramilitares narcotraficantes extraditados por él- la Fiscalía ha entrevistado centenares de veces, lo que refuta que su envío a los Estados Unidos para que no “hablaran” contra Uribe- por lo que juraron públicamente venganza (el jueves salió el más importante, desde una cárcel norteamericana, ese que está pidiendo participar en la amnistía, a ratificar a Cepeda), y criminales refugiados en Venezuela y Argentina, con nexos con aquellos. El cartel de testigos en su versión más descarada. Ni sus padres se salvan de señalamientos infames, que Uribe se encargó de desmontar por enésima vez, con pruebas en la mano.

Como si fuera poco, en el debate, para insultar a Uribe no dudaron en enlodar a Antioquia. Para Cepeda y sus conmilitones, todo lo que su delirante calumnia pudo maquinar, sucedió en nuestro Departamento.

Fue tan evidente el odio contra el expresidente, que el senador Antonio Navarro Wolff, no precisamente uribista, llamó a la sensatez y contra la arrogancia, teniendo en mente a Cepeda. Una voz que no será escuchada porque de lo que se trata, precisamente, es de llegar al linchamiento político y judicial para implantar la dictadura.

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