Paradojas del debate

No son pocas las paradojas que brindó el debate que contra el expresidente Álvaro Uribe montó en el Congreso el senador Iván Cepeda, con la mampara de hacer control político sobre el paramilitarismo.

La primera evidente es que se quiso supuestamente discutir –por enésima vez- contra el paramilitarismo y la parapolítica, que son historia patria, mientras se soslaya el debate sobre las atrocidades de la guerrilla y sobre sus sirvientes en la política, fenómeno que está vivito y coleando. Entonces -he ahí la paradoja- los amigos y secuaces de las pandillas que siguen asesinando colombianos se erigen en modernos catones por cuenta del pasado y no del presente.

Semejante encerrona no hubiera podido adelantarse sin el concurso eficaz del gobierno y su variopinta bancada del Congreso. El espectáculo era patético. Las paradojas abundantes. Elefantiásicos samperistas vomitando contra el narcotráfico y el paramilitarismo, como si nada.  Gaviristas de racamandaca saltando matones entre catedrales, en íntimo ayuntamiento con sus enemigos de ayer. Antiguos uribistas, arrepentidos de elogios y salmos a quien los elevó a la condición de políticos de algún renombre, despotricando del expresidente y sus ejecutorias como gobernante, como si la historia no tuviera que ver con ellos que por aquellas calendas le servían. Flamantes izquierdistas, críticos irreverentes de la parapolítica, en amancebamiento impúdico con sus enemigos de ayer y construyendo expedientes baratos con cuanto paramilitar tras las rejas puedan aprovechar. La conocida venganza criminal en marcha, uniendo a tirios y troyanos, como nunca antes se había visto en nuestra historia, para usar la trillada frase de Santos.

Pero las dos mayores paradojas y contrasentidos, en mi opinión, son estos: primero, señalar a otros de la gestación de un fenómeno del cual son ellos los reales causantes; y segundo, ensañarse en el expresidente Uribe quien, como lo demostró con creces Fernando Londoño, fue el más enérgico y eficaz combatiente de las bandas paramilitares y del narcotráfico.

En un ensayo que hizo parte del libro “Parapolítica: verdades y mentiras”, por allá en el 2008, me ocupé del asunto con detalle. Entre otras razones, para desbaratar las vilezas de León Valencia y Claudia López, quienes publicaron un libro plagado de imprecisiones, tergiversaciones y falacias sobre la relación del paramilitarismo con la política. Modestia aparte, demolí la “atípica” metodología con tintes de académica que la analista López construyó para proferir sus veredictos y acusaciones.

Tuve ocasión de repasar en mi ensayo las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2002, para dejar sin piso la infamante apreciación del libro mencionado, que insinuaba que Álvaro Uribe había sido elegido con el concurso decisivo de los paramilitares. Afirmación doblemente falsa. De un lado, porque en el Congreso elegido en marzo de aquel año Uribe obtuvo un número reducido de curules, y quienes después fueron señalados o juzgados por sus vínculos con el paramilitarismo en su inmensa mayoría respaldaban otras candidaturas presidenciales. De otro lado, como lo han recordado varias personas ahora, Serpa venció en los departamentos de dominio paramilitar y Uribe en los de influencia guerrillera, sin que de ello pueda derivarse, obviamente, que ninguno representara ninguna de las organizaciones armadas ilegales.

Pero sobre todo, quiero resaltar un punto central que abordé en aquel estudio: el papel preponderante de la guerrilla en la aparición del paramilitarismo. Porque las Farc y sus corifeos han tratado de señalar siempre una causalidad inversa: que la guerrilla es una respuesta a las tropelías del régimen, sobre todo por medio de la creación de aquellos ejércitos privados que asolaron el país. Totalmente falso.

Cuando aparecieron los primeros grupos asimilables a lo que fue luego el paramilitarismo, por allá en los primeros años de la década de los ochentas del siglo pasado, la guerrilla llevaba cerca de veinte años de accionar tenebroso en el país. Gustavo Duncan ha escrito en estos días para señalar que la implantación pavorosa del secuestro en el país, por parte de la guerrilla, fue el elemento esencial que prohijó la aparición de las autodefensas. Pero no fue solo el secuestro –que inauguró en Colombia Tirofijo con el trágico plagio de Harold Eder-, sino también la extorsión, los atentados personales, el abigeato, y toda suerte de barbaridades que generaron respuestas violentas de muchos sectores afligidos. La indolencia estatal, que mantuvo desprotegida buena parte del país, fue el otro ingrediente que facilitó la emergencia de los grupos de justicia privada.

Pero el hecho histórico crucial y aplastante es que el salvajismo de la guerrilla fue el detonador indiscutible del paramilitarismo en Colombia. Lo expresó a su manera Carlos Castaño, el más reconocido promotor y líder de las autodefensas: “A mí me pueden pintar como Satanás ante el mundo, pero la pregunta que tarde o temprano tendrán que poner en la balanza es: ¿Qué genera lo que ha liderado Castaño?, eso es lo importante. Sólo me consuela que yo no empecé esta guerra, y las Autodefensas somos hijas legítimas de las guerrillas en Colombia”. El mismo Castaño narró cómo los métodos que usaron fueron también un calco de los que tradicionalmente venía utilizando la guerrilla: "Mire, debe quedar claro que las características de este conflicto las determinó la guerrilla desde su origen, nosotros nunca hemos inventado un arma o un método distinto a los que ellos han utilizado en esta guerra irregular. Lo único es copiar los métodos de la guerrilla para agredirnos".

Si ese testimonio no bastara, quiero citar a Francisco Mosquera, fundador y jefe del Moir hasta su muerte, quien pese a su militancia marxista radical no comulgaba con el Partido Comunista ni las Farc, y era un crítico pertinaz del aventurerismo armado de esas organizaciones. Con gran valor –porque desde entonces con estos matones quien los controvierta se juega la vida- desnudó las falacias del “mamertismo”. Expresó: “El surgimiento de los apodados grupos de autodefensa constituye, sin más requilorios, otra de las repercusiones nefandas de la comedia de la "paz". Aparecieron después de la amnistía y de la firma de los armisticios, no antes. Encarnan una respuesta a la "guerra", no la razón de ésta. No son criaturas primigenias de las tropas regulares, como inocentemente se arguye. Tales desviaciones cuentan con un soporte social muy definido, las incontables víctimas de la "vacuna revolucionaria".

Era la época de finales de los ochenta y comienzos de los noventa, cuando la violencia se exacerbó luego del fallido proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur. Y estaba en su pleno furor la arremetida contra la Unión Patriótica, una de las secuelas de la entronización de la “combinación de todas las formas de lucha” en los acuerdos de La Uribe del gobierno de Betancur. En esas circunstancias Mosquera no vaciló en vaticinar: “La instauración de la venganza cual macabro expediente para resolver las contradicciones políticas nos parece la peor purulencia de los males que acongojan a Colombia. Sin embargo, nos encontramos convencidos también de que mientras no se despejen los interrogantes que estamos planteando; mientras no cesen las vivezas de las siglas que burlan los códigos y a la vez desean disfrutar de las franquicias de la democracia; mientras no se asuma, una actitud consecuente, diáfana, ante la urgencia de que rijan, sin favoritismos y conforme a derecho, las instancias constitucionales, seguirá prevaleciendo la temida justicia privada.”

Esas mismas siglas siguen ensangrentando a Colombia y traman para dominarla, al amparo de las escabrosas negociaciones de La Habana, negándose tozudamente a someterse a “las instancias constitucionales”. Los mismos que alegaron -en el período de otra fallida negociación de paz, la del Caguán-, que no pactarían nada mientras no se sometiera a los paramilitares. Ya los paramilitares no existen, por virtud de la verticalidad del gobierno de Álvaro Uribe y unas negociaciones de desarme y desmovilización sin dobleces ni entregas, sin embargo las Farc prosiguen su demencial cruzada de terror. Y en el colmo de sus delirios, como lo pretendieron a través del debate en el Congreso, anhelan que se condene al único que de verdad persiguió al paramilitarismo -un engendro de ellos mismos- mientras prosiguen tan campantes con sus fechorías. Paradojas de la vida.

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