SANTOS, LAS PERAS Y EL OLMO

El día en el que Juan Manuel Santos daba su discurso en las Naciones Unidas sobre una paz no solo posible sino inminente, las Farc cometían al menos tres atentados en carreteras del país y preparaban una incursión en la vía que comunica a Medellín con la Costa Atlántica. Menos de 20 horas después, orondos como no se veía hacía años, guerrilleros del Frente 18 salieron a la altura de Tarazá, quemaron 10 camiones y balearon una ambulancia. La mujer que estaba siendo transportada por los médicos recibió un disparo en el cuello.

Paralelo a la desgracia, buena parte de la sociedad civil, citadina principalmente, está convencida de que nuestro conflicto transita por sus últimas horas negras. Que la paz –como dice el Gobierno– está a la vuelta de la esquina y que hay que prepararnos para una época de reconciliación. Altruistas todos, pero cegados la mayoría.

Las empresas privadas, de otro lado, emprenden campañas para que nos preguntemos qué somos capaces de hacer en ese proceso reconciliatorio y los medios de comunicación masivos se empeñan, vergonzosamente, en esconder las acciones de la guerrilla para evitar "afectar" el proceso.

Santos cabalga sobre la esperanza de un pueblo abrumado por el conflicto y abusa descaradamente de la bondad que le ofrece el país. Su discurso es nebuloso pero milimétricamente planeado. Dice sin decir y oculta mostrando. Asegura, desde hace dos años, que la paz es un asunto de meses en el que es necesario cerrar los ojos y soportar el envión de un grupo terrorista que está en sus últimos estertores. Nos inunda con el postconflicto sin aún cerrar un conflicto recrudecido.

Pero la verdad es que las negociaciones de "paz" están profundamente desbalanceadas. La sociedad civil cede, mientras la guerrilla no da la más mínima muestra de voluntad de aminorar la guerra. El pueblo abre los brazos y las Farc propinan un puñetazo bajo. Y luego otro. Y después uno más.

Sería labor del Gobierno responder con más contundencia que las simples declaraciones de condena cada vez que un policía muere o un civil es abaleado. Pero esto, la verdad, es exigir acción a un Gobierno inactivo. Es esperar verdad de un Presidente mentiroso. Es pedirle peras a un olmo.

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