Dilma repite, pero…

Los brasileños votaron el domingo pasado en un ambiente de extrema polarización política.

Le dieron el triunfo en segunda vuelta, y por un estrecho margen, a Dilma Rousseff. Doce años continuos de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), con ejemplares resultados en el campo social, terminaron por definir el resultado de las presidenciales. Sin embargo, el mal desempeño de la economía y las acusaciones de corrupción casi llevan a Aécio Neves al Palacio de Planalto. A pesar de que Rousseff llamó a la unidad y al diálogo, lo que viene no le será fácil.

“No creo que esto responda a una división de Brasil, sino a que las emociones han salido, a veces de forma contradictoria, con un solo objetivo: buscar lo mejor para el país”. Las palabras de la reelecta presidenta están ajustadas a la realidad. Así trate de matizar lo obvio, lo cierto es que el mensaje que le deja ese 48,36% de votantes que apoyaron a Neves demuestran que hay necesidad de hacer una cirugía mayor dentro del modelo aplicado por el PT. Los electores se dividieron entre quienes preferían la esperanza, con un cambio de rumbo inmediato, y aquellos que, sin estar del todo contentos o satisfechos, cedieron ante el miedo y prefirieron asegurar lo ganado.

Al terminar la primera vuelta los problemas para la victoriosa Dilma, lejos de mitigarse, se profundizaron. La alianza entre Marina Silva y Neves puso al partido de gobierno contra las cuerdas. El tema de la economía fue machacado por Neves durante toda la campaña, pues las masivas protestas callejeras del año anterior y las que se alcanzaron a ver antes del Mundial de Fútbol eran un síntoma evidente de un mal mayor. Ya no bastaba con presentar los excelentes resultados de Lula da Silva, con los 35 millones de personas que habían pasado de la pobreza a la clase media. Ni los más de 12 millones de familias que, a través del programa Bolsa Familia, recibían ayudas. Ni los millones de beneficiados con becas estudiantiles.

Lo que agravó la situación es que no hubo claridad en el Gobierno en cuanto a qué hacer ni cómo hacerlo. Un crecimiento promedio bastante bajo, mediocre para algunos, cercano al 1,6%; la inversión cercana al 17%, que está por debajo de la media de América Latina; problemas en materia de infraestructura; un sistema impositivo en entredicho y una legislación laboral obsoleta han llevado a Brasil a las puertas de una leve recesión sin que Dilma se la juegue a fondo para hacer las reformas necesarias. De esta manera, el deseo de cambio manifestado por la mayoría de los brasileños iba amarrado a un timonazo a la economía. No en vano, mientras el Estado de São Paulo, el más rico e industrializado del país, apoyó a Neves, los nordestinos estados de Bahía o Pernambuco, más pobres y atrasados, respaldaron mayoritariamente la reelección.

De momento quedan algunas lecciones sobre la mesa. Brasil, la sexta economía del mundo, debe solucionar temas estructurales que son producto de una visión basada en un modelo de economía demasiado cerrada, muy poco compatible, por lo demás, con las realidades del siglo XXI. Lo anterior no significa dejar de lado los muy importantes programas sociales que se vienen adelantando a lo largo y ancho del país. Además de mantenerlos, también hay que atender los crecientes requerimientos de la nueva clase media y sus exigencias, entre otras cosas, de la mejora en la calidad de los servicios públicos y la educación.

De igual manera, la lucha contra la corrupción tiene que ser un aspecto central del Gobierno. No sólo está el antecedente del llamado mensalão, un escándalo que golpeó a Lula y a la cúpula del PT. Ahora se tienen que investigar y sancionar las graves acusaciones de malos manejos en Petrobras, la mayor empresa de América Latina, que casi le cuesta la reelección a Dilma, pues ella era ministra de Minas y Energía cuando ocurrieron los hechos. He aquí los retos más importantes para la reelecta presidenta, en cuyas manos está la economía más importante de América Latina.

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