El que no transa no avanza

Sin lugar a dudas, hay una pandemia mundial de corrupción. Todos somos cómplices por acción u omisión e hipócritas porque lo sabemos y no hacemos nada para resolverlo.

Todos lo sabemos, miramos de reojo, esperamos a que algún día nos toque un pedacito del pastel, refunfuñamos cuando se lo come otro, seguimos callando y por consiguiente no salimos del círculo vicioso.

Cuando se habla de corrupción y sobornos pensamos en los empleados públicos, pero, estos burócratas no son los únicos voraces. En la vida cotidiana casi todos somos depredadores naturales y escondemos un plan de sacar provecho a cualquier tipo de negocio, favor o servicio.

En ocasiones, para obtener privilegios somos capaces de atropellar al prójimo.

Dicen que los estadounidenses se inventaron la propina, considerada la primera forma de soborno. Otros acusan a los españoles que impusieron la corrupción en América como una manera de adaptarse al trueque que los indígenas usaban para comerciar.

La verdad es que no importa de dónde proviene; lo que debe preocuparnos es por qué somos así. Tampoco importa si eres argentino, mexicano, venezolano, colombiano, centroamericano o europeo. Es un asunto de inmoralidad y falta de ética y no de nacionalidad.

La trama criminal descubierta en España en la Operación Púnica, donde fueron detenidas alrededor de 50 personas, no ha dejado perplejo a nadie. Que no vengan con cuentos. Todos sabían y cohabitaban con eso. Los empresarios tejieron una red de comisiones ilegales a cambio de la mediación en adjudicaciones de contratos públicos. Inflaban hasta en un 20% las licitaciones para pagar esos sobornos.

Igual sucede en Latinoamérica en donde es popular la frase: “quien no transa no avanza”. Está incrustado en los genes. Miles de policías han sido despedidos en México, por ejemplo, acusados de servir al narcotráfico.

Que levante la mano quien no haya usado “influencias” o “seducciones” para obtener rapidez y eficacia en trámites burocráticos o simplemente el perdón de una multa. Hasta cuando hacemos una caridad pensamos que nos premiarán con un milagrito.

En tauromaquia entregan un sobre con billetes a los comentaristas taurinos para que hablen bien de los toreros y a los médicos las farmacéuticas les sufragan viajes y les dan regalos costosos para que receten ciertas medicinas.

De acuerdo a Transparencia Internacional, un 94% de los empresarios colombianos creen que se ofrecen sobornos en los negocios.

Es la doble moral del ser humano que mientras le toque un pedacito de la torta guarda silencio.

Se le llama comisión, pero tras de esa palabra se esconde la malicia de la gente para encubrir un soborno y así legalizar la cleptocracia. Para quienes no conozcan el significado de cleptocracia, según Wikipedia, “es el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados como el nepotismo, el clientelismo político, el peculado, logrando que estas acciones delictivas queden impunes”.

Cada país le ha dado un nombre al soborno: mordida, transa, tajada, ají, palada, serrucho, aceite o mermelada; este es el último invento para hacer que el cohecho o el robo de las arcas del Estado parezca dulce: “untar mermelada”. En Europa son más discretos, usan eufemismos para pedir su parte del pastel: hazme el favor; dame para la sopa; dame para el te. Los únicos perdedores somos los que pagamos impuestos.

Si compramos servicios o bienes, lo normal es que gocemos de los beneficios. Si pagamos impuestos, tenemos el derecho a que los empleados del Estado nos atiendan bien y con honestidad. Si alguien es contratista, tiene la obligación de ofrecer precios justos, pero ninguna de esas reglas funcionan, ni han funcionado, ni funcionarán en una sociedad corrupta.

Sin lugar a dudas, hay una pandemia mundial de corrupción. Todos somos cómplices por acción u omisión e hipócritas porque lo sabemos y no hacemos nada para resolverlo.

Quizás, cambiando la fórmula, podemos ir sepultando esta suciedad: el que transa no avanza.

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