No hay almuerzo gratis

Contrasta el cubrimiento periodístico del periplo presidencial por Europa, con los principios que Ben Bradley defendió durante una larga y fructífera vida dedicada ejemplarmente al periodismo, que tuvo su cénit cuando, como director del Washington Post y con el apoyo total de la propietaria, Katherine Graham, dio una lección admirable de independencia y de seriedad profesional. Destaparon el escándalo Watergate de las interceptaciones a la campaña del opositor Partido Demócrata y el manejo desde la Casa Blanca que condujo a la renuncia del presidente Richard Nixon. Bradley le rendía culto a la verdad que es, finalmente, el sentido último del oficio/trabajo del verdadero periodista. Sus colegas lo definen como un hombre que estuvo siempre en busca de la verdad.

Del viaje de Santos a Europa solo se tiene la versión oficial, montada en el guión preestablecido y al cual debieron ajustarse los periodistas invitados a acompañar al presidente en su recorrido, con el propósito de que le transmitan al país una única versión de los hechos. Tal como sucedió. La Oficina de Prensa de Palacio escoge a dedo al grupo de periodistas que lleva a la gira. Buscan que el medio y el reportero sean “amigos del gobierno” y dan prioridad a la televisión por el formato noticioso que facilita el cubrimiento que se planea a punta de declaraciones e imágenes protocolarias. La Presidencia les organiza las agendas, que se constituyen en una verdadera camisa de fuerza imposible de modificar; impone los escenarios a los cuales pueden acceder para realizar su trabajo. En algunos casos incluso paga el hospedaje y la alimentación de los reporteros, que terminan haciendo parte de la comitiva presidencial.

El resultado que recibe el país es una información repetida, vaga, plagada de lugares comunes que nada aclara ni precisa y que termina por inflar expectativas. El resultado: una información cargada de condecoraciones, encuentros con gobernantes y frases generales y corteses de apoyo al proceso de paz en Colombia.

La única imagen no oficial que se conoce es la de Martín Santos, el primogénito de la familia, actual director de la Fundación Buen Gobierno, presente en todas las reuniones de la gira, captada por un tuitero que lo pescó en un recorrido informal de amigos, de Juan Manuel Santos con Federico Renjifo y su esposa Catalina Crane, embajadores en Francia, por la Place Vendome. Los periodistas en estas circunstancias conocen sin necesidad de hacerlo explícito el código del poder asociado al tapen tapen de toda situación que incomode y se aparte del libreto, en un claro ejercicio de autocensura informativa.

Una práctica no solo perversa, sino que ataca el corazón del oficio periodístico, en contravía de su esencia que es develar —correr el velo— para llegar a la verdad, y más cuando se trata de informar sobre el principal centro del poder público, a partir de hechos, datos y no simples enunciados, boletines y declaraciones oficiales.

Como bien dicen los anglosajones, “no hay almuerzo gratis”, como se puede constatar en el cubrimiento del periplo presidencial, donde claramente los reporteros fueron hábilmente instrumentalizados dejando al país a la espera de una información menos elemental y más veraz, pertinente y libre.

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