¿Cuánto pedimos? ¿Cuánto damos?

Es la hora de subir la vara y dejar de entregarlo todo sin más.

Generosidad. Esa es la palabra que resume la actitud del establecimiento y de la sociedad civil colombiana cada vez que se abren unas negociaciones con las FARC. Reciprocidad. Ese es el término que, en cambio, desde hace décadas esperamos de parte de la guerrilla y que esta vez tristemente tampoco se ha querido asomar. A las FARC les gustan palabras más ruidosas: cinismo, engaño, secuestro y muerte. Y mientras tanto, los colombianos, pacientes pero sobre todo generosos, les damos una nueva oportunidad para ver si recibimos algo de reciprocidad, pero ellos nos contestan sin un solo gesto de paz real.

Porque liberar a un secuestrado, contrario a lo que dice el señor presidente, no es un ‘gesto de paz’. Se trata de una condición mínima para seguir sentados en una mesa medianamente racional. Darles medallitas anticipadas o anunciarles el cese de la persecución penal como constantemente hace el fiscal en un estadio tan biche y tan frágil de los diálogos, sólo ha servido para que ellos nos respondan con más exigencias y ninguna concesión real.

Es lo que sucede desde hace varios meses y de lo que no ha querido darse cuenta el gobierno nacional. Por el contrario, nos parece poco todo lo ofrecido y queremos abrir espacio para nuevas indulgencias sin pedir de parte de las FARC un compromiso efectivo.

Ahora hablamos de ‘desescalar’ el conflicto y me pregunto: ¿Cuánto más tendremos que disminuir las acciones militares de este lado si ya de hecho no perseguimos a los objetivos de alto valor y encima de todo facilitamos su libre movilización? ¿Luego no habíamos ‘desescalado’ unilateralmente el conflicto desde cuando Santos anunció que se pensaría dos veces dar de baja a 'Timochenko'? ¿Tal nivel de tranquilidad que les proporcionamos a los jefes guerrilleros con qué nos los retribuyen las FARC?

De remate, Santos plantea a destiempo y chambonamente la discusión del narcotráfico pensando en dar señales de magnificencia a las FARC. El primer mandatario debería saber que conectar el narcotráfico con el delito político solamente pensando en resolver el asunto de la participación electoral es absolutamente irreal. Una acción jurídica de esa envergadura genera automáticamente un impacto en el ámbito penal y abre la puerta para algo vergonzoso: la legalización de las fortunas personales derivadas del producto del tráfico de drogas por parte de los jefes de la guerrilla.

El presidente dice constantemente que está rodeado de expertos que le enseñan a negociar, pero ¿es de duchos enfrentarse a un proceso de paz dándolo todo desde el comienzo y esperar a que pase el tiempo para pedir del otro lado algo más?

Tendríamos que aprovechar las advertencias de la Corte Penal Internacional para mostrarles los dientes a las FARC y ponernos siquiera un poco más duros en esta etapa de las conversaciones. Hacerles ver que la paz es tan difícil para ellos como para nosotros.

Es la hora de subir la vara y dejar de entregarlo todo sin más. Hemos dado mucho a cambio de nada. ¿Por qué en vez de tontear e improvisar frases efectistas de paz, no nos tomamos en serio aquello de ‘negociar’?

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