¿El abrazo del general o 400.000 víctimas más?

El caso del general Alzate ha puesto de presente la gran contradicción que enfrenta la paz en esta sociedad, que se apasiona con lo anecdótico y desecha lo importante.

Quiero hablar por un momento al oído de mis vecinos urbanos, los habitantes de Bogotá y de las ciudades colombianas grandes y medianas que tanto se han polarizado por el abrazo del general Alzate con el jefe guerrillero ‘Pastor Alape’, para preguntarles: ¿es esto lo realmente importante?

En materia de paz, el país lleva dos semanas enfrascado en la tormenta por la captura del alto oficial y por el abrazo (visiblemente forzado, distante y posado) con el que se saldó su rápida liberación.

Por causa del Presidente –que se paró teatralmente de la mesa–; por causa de las Farc, que montaron con la ayuda de Telesur una operación de comunicación que envidiaría J. J. Rendón para poner a los negociadores del Gobierno a la defensiva (y lo lograron); por causa de la oposición, que, como siempre, puso el grito en el cielo; y por causa de la avalancha de opinadores que desde los medios le dicen al Gobierno qué hacer y qué no, por 15 días no se habló de otra cosa. Pero, repito, ¿es esto lo realmente importante?

En la perspectiva de lo que puede significar para Colombia un acuerdo final entre las Farc y el Gobierno, el drama con el general es un incidente menor. Cosas mucho más importantes están en juego en esta negociación y no figuran en la agenda pública.

Como, por ejemplo, las 317.000 víctimas nuevas que la guerra ocasionó en el primer año y medio de la negociación.

Un informe de OCHA, la agencia humanitaria de Naciones Unidas, que ha pasado desapercibido http://www.salahumanitaria.co/sites/www.salahumanitaria.co/files/140925%20Humanitarian_trends_I_Sem_2014_v1_0.pdf, detalla que entre noviembre del 2012, cuando se sentaron a la mesa el Gobierno y las Farc, y junio de este año, 317.000 colombianos han sido víctimas de desplazamiento, asesinato, secuestro, reclutamiento forzoso, desaparición, minas antipersonales y masacres.

El informe no incluye el segundo semestre del 2014 y puede calcularse, sin exagerar, que las víctimas en lo que va de la negociación rondan las 400.000. Es como si a la población completa de Santa Marta, de Pasto, de Villavicencio, de Manizales o de Montería se la tragara de repente una calamidad.

Que a 400.000 colombianos de zonas rurales marginales se los trague la guerra en dos años no da para pararse de la mesa ni para armar un zafarrancho opositor, como sí ocurrió con un general imprudente que solo con grandes dificultades puede considerarse víctima del conflicto, pues es un uniformado.

Si hay que acelerar la negociación no es porque las Farc capturen un general. Es para evitar que el año entrante sigamos hablando como si nada de medio millón de colombianos que perdieron sus vidas, sus propiedades y su dignidad.

Lo triste, lo elocuente sobre el infinito egoísmo de esta sociedad es que a casi todo el mundo le importan menos estas personas que un general que le pasa el brazo a un guerrillero.

* * * *

En este marco, es casi irrelevante la discusión sobre si el narcotráfico debe considerarse conexo al delito político, próximo capítulo de la polarización. Toda una polémica jurídica, a las que somos tan dados. Pero apenas una pieza menor de un acuerdo de muchas más piezas para poner fin al conflicto armado.

Es decir, no solo para que las Farc dejen de capturar generales, sino para que medio millón de personas que se llevó por delante la guerra se vuelvan por fin importantes. Para nosotros, los vecinos urbanos. Porque los que aquí son meros datos, allá, en la otra Colombia, son seres humanos.

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