Obama, ¿el pato menos cojo?

Los historiadores califican a los presidentes de acuerdo con toda cualidad concebible. Un sondeo hecho por eruditos presidenciales clasifica a los presidentes de acuerdo con nada menos que 20 aspectos, desde mejor suerte (Washington) y mejor imaginación (Theodore Roosevelt) hasta mejor inteligencia (Jefferson) y mejor manejo del Congreso (Lyndon Johnson). Y por supuesto está el máximo reconocimiento: mejor presidente, una distinción que Lincoln y Franklin Delano Roosevelt se han intercambiado desde el primer sondeo moderno en 1948.

Pero ¿qué tal el menos “pato cojo” (lame duck)? El Presidente Barack Obama parece estar detrás del título. Desde las elecciones de mitad de legislatura, en su primer mes y medio como pato cojo, Obama ha tomado acciones dramáticas en cuanto a inmigración, cambio climático y, ahora, normalización de las relaciones con Cuba.

La idea del pato cojo data de mediados del siglo XVIII. Los corredores de la Bolsa de Londres usaban el término para describir a los corredores que estaban cerca del incumplimiento. Dichos hombres, se decía, se iban como patos cojos, con su historia crediticia destrozada.

Los norteamericanos adaptaron el término a la política. Por más de 140 años después de la creación de la república americana, senadores y congresistas derrotados en sus campañas de reelección tenían cinco largos meses restantes en sus períodos. (Muchos permanecían juntos en un corredor de la Casa Blanca conocido como el Callejón del Pato Cojo, buscando desesperadamente que el presidente les diera dádivas).

Incluso la segunda sesión de cada Congreso llegó a conocerse como la “sesión del pato cojo” hasta 1933 cuando la vigésima enmienda trasladó el fin del período de los congresistas de marzo a enero y creó una ventana de pato cojo de 17 días entre el comienzo del período del nuevo congresista y el final del período presidencial actual.

Pero fue la vigésima segunda enmienda, ratificada en 1951, la que realmente inventó la presidencia moderna del pato cojo, al prohibir que un presidente se lance para un tercer período.

Desde aquello Obama es el quinto presidente que ha tenido que enfrentar el problema de tratar de ser eficiente durante los últimos dos años de una sesión legislativa. (Los otros fueron Dwight D. Eisenhower, Ronald Reagan, Bill Clinton y George W. Bush).

Cada uno de ellos enfrentó, durante sus dos últimos años, una Cámara y un Senado controlados por el partido de la oposición. Los logros legislativos durante estos períodos fueron escasos. Reagan quedó atrapado en el lodo del escándalo Irán-Contras. El mayor logro de Clinton fue evitar que el Senado lo condenara después de su impeachment en la Cámara.

Pero algo extraño ha sucedido en las últimas dos presidencias. El fenómeno del pato cojo ha cambiado. Nuestro nuevo mercado político, el decaimiento de organizaciones partidistas poderosas y el ascenso de política hiper-partidista significan que los presidentes tienen mucho menos capital político incluso en el mejor momento de sus períodos. Al mismo tiempo, tienen una capacidad sin precedentes para la autoridad ejecutiva unilateral. Las grandes restricciones para usar esa autoridad son la reelección y las elecciones de mitad de legislatura. Pero una vez estas quedan atrás, el nuevo presidente de final de término ya no es un pato cojo. Es un animal nuevo y más muscular.

Los últimos dos años de W Bush fueron sus mejores. En 2008 demostró la fortaleza para resistirse a las actitudes laissez-faire y evitó una segunda Gran Depresión con el rescate financiero del American International Group (AIG).

Obama ha sido más audaz en hacer uso de su poder ejecutivo. Por primera vez está actuando como alguien que se siente cómodo siendo presidente.

¿Qué más haría un Obama sin trabas? En primer lugar, tal vez se daría cuenta de que aún queda otra elección. Reagan es el único pato cojo que entregó la presidencia a alguien de su propio partido. El pato cojo que quiere ser leal a su partido tiene que evitar tomar acciones impopulares durante la campaña de su sucesor. Esto significa que Obama tiene que tomar sus acciones unilaterales ahora, antes de que la campaña para el 2016 empiece en serio.

En segundo lugar, debería pensar en hacer y decir aquellas cosas necesarias que solo un presidente que no está buscando la reelección puede hacer y decir. Podría tal vez encontrar la manera de finalmente cerrar la cárcel de Guantánamo. O antes de la investidura de 2017, podría conmutar las sentencias de unos 50 mil presos condenados por crímenes de drogas no-violentos que fueron sentenciados a más de 10 años en una cárcel federal. Eso sería memorable.

Finalmente, debería prestarle atención al ejemplo de Eisenhower, cuyo discurso de despedida en 1961 advirtió del complejo industrial-militar, y no olvidar la importancia de las últimas palabras. Hasta el momento, el dicho más memorable de Obama es el eslogan que lo eligió en 2008 (“Yes, We Can). ¿Podrá Obama convertirse en nuestro mejor pato cojo? En palabras del mismo Obama: Sí puede.

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