Pacto en la sombra

Si estos políticos no se disciplinan, el remedio termina siendo peor que la enfermedad.

Los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala (México) le recordaron al mundo el lado más macabro del narcotráfico. En lugares donde las instituciones del Estado son débiles y la sociedad no cuenta con recursos para anular las aspiraciones de poder de los narcotraficantes, el ejercicio de la autoridad reposa en ejércitos privados y gobiernos criminalizados. Cualquier parecido con una democracia es solo pura ilusión.

En estas circunstancias, la soberbia del poder suele tener resultados atroces. No es suficiente con usar la violencia para anular a los adversarios, el propósito es usarla de manera excesiva y grotesca para recordarles a los potenciales disidentes lo que puede pasarles. Masacres como la de Iguala ya habían ocurrido, incluso con un mayor número de víctimas. En el 2010, 72 migrantes ilegales que pretendían ingresar a EE. UU. fueron masacrados por ‘los Zetas’.

Lo diferente en el episodio de Iguala es que un narcoalcalde, embriagado de poder, no midió las consecuencias políticas que iba a tener la masacre. Los estudiantes que iban a manifestarse en contra de la postulación de su esposa como próxima candidata a la alcaldía no eran un sector social sin voz. Su capacidad de movilización atrajo la atención del mundo entero y, de paso, desnudó el mugre bajo la alfombra de la gestión de Peña Nieto.

La pacificación reciente de México ha pasado por pactos con los carteles para que controlen sus plazas sin hacer un uso exagerado de la violencia. Es una manera pragmática de acabar la guerra a través de un acuerdo de paz a escondidas. Los políticos regionales han sido los tramitadores de dicho pacto, así como sus beneficiarios. Son quienes median con el gobierno central para asegurar que los carteles no se excedan haciendo la guerra, a cambio de que las autoridades no los repriman demasiado. Al mismo tiempo, reciben sobornos y aseguran su elección.

El problema es que si estos políticos no se disciplinan el remedio termina siendo peor que la enfermedad. Y disciplinarlos es difícil, porque muchos están embriagados de un poder que nunca han disfrutado, gracias a la plata y las armas del narcotráfico. Como si esto fuera poco, la reacción de Peña Nieto fue lamentable. En vez de tomar inmediatamente el control de la situación y castigar al alcalde, se fue de viaje a China. El mensaje no pudo ser distinto al de un pacto fundado sobre una frágil disciplina.

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