Presidente “Timochenko”

Dilma Rousseff, Salvador Sánchez Cerén, José Mugica y Daniel Ortega tienen mucho en común. Todos ellos fueron guerrilleros y cargan en sus maletines, repletos hoy de papeles oficiales, con una larga lista de víctimas de aquellos años en los que, directa o indirectamente, ejecutaron, ordenaron o apoyaron acciones armadas. Todos ellos han logrado también lo que en los años 80 y 90 del pasado siglo parecía imposible: reconvertirse en políticos, mutar hacia la socialdemocracia y ocultar de sus biografías oficiales su pasado más oscuro.

Ahora, cuando restan apenas unas horas para que se cumpla la primera semana de alto el fuego decretado por las Farc, condicionado a la inacción del Ejército, conviene reflexionar sobre un asunto crucial para la paz: si está preparada o no Colombia para ver en unos años a “Timochenko” o cualquier otro líder guerrillero como inquilino de Nariño y comandante en jefe de unas Fuerzas Armadas a las que combatieron y odiaron.

La mayoría de analistas yerran cuando consideran que las Farc acabarán integradas y disueltas en un batiburrillo de partidos de izquierda. Calibran que su escaso apoyo en las grandes ciudades complica su irrupción como fuerza política individual con opciones de ganar el poder. Estos observadores olvidan que durante 50 años largos las Farc han combatido con un único objetivo: tomar Bogotá por la fuerza e implantar el marxismo-lenilismo. Jamás lucharon para forzar a ningún gobierno a negociar. Sus ofensivas, frentes, atentados, secuestros y asesinatos nunca pretendieron debilitar al Estado para que sus propuestas fueran escuchadas sino doblegarlo y vencerlo hasta imponer sus dogmas e instaurar la dictadura del proletariado campesino.

Las Farc siempre han luchado por su papel como actor político y ahora, tras una partida de medio siglo que ha terminado en tablas, no van a dejarse engullir por la socialdemocracia bienpensante, hija de la burguesía. Después de años de penurias en las selvas, comiendo frijoles con gorgojos y sufriendo la lluvia y los mosquitos, no van a ser tan palurdos como para que la gloria se la lleven unos niñatos de traje y chaqueta, por muy “rojos” que se digan. “Timochenko” y los suyos no combatieron para eso.

Olvidan también los analistas, quizá porque nadie quiere ver la posibilidad real de que la cúpula guerrillera gobierne algún día el país, que los acuerdos que se están cerrando en La Habana legitiman un inmenso poder para las Farc en sus áreas de influencia campesina. A cambio del respeto y lealtad a las instituciones del Estado, Santos confiere a la guerrilla el papel de “partido predominante” en aquellas zonas. Algo lógico por muchos “peros” que queramos poner.

Sin embargo, las Farc cuentan con una enorme dificultad a la hora de ganarse a las clases medias urbanas, las que, como hasta ellos mismos saben, decantan las elecciones. A diferencia de lo ocurrido con el FMLN salvadoreño o con los sandinistas en Nicaragua, las Farc han combatido contra todo el pueblo en una guerra brutal al estado democrático. Nunca batallaron contra la casta derechista apoyada por la CIA ni contra gobiernos militares. Colombia, especialmente en los últimos 30 años, ha disfrutado de un régimen de libertades como nunca en su historia. Seguro que podrían haber sido aún mayores, pero eso no empaña la realidad.

Dicho esto, y teniendo en cuenta los antecedentes en otros países de América Latina, no se me ocurre ningún motivo por el que “Timochenko” pueda convertirse en presidente de Colombia. Desde sus bastiones campesinos, sólo deben esperar el desgaste de los partidos tradicionales y de las elites políticas, y una buena crisis para canalizar el descontento popular. Medio trabajo lo tienen hecho gracias a las concesiones de hoy.

En El Salvador, allá por los 90, pasó lo mismo. Justo antes de sellar los acuerdos de paz, el FMLN era fuerte en el norte, nororiente y centro, pero había perdido contacto con la población urbana, especialmente con la de la capital. Hoy, la derecha de Arena sigue siendo la principal fuerza en San Salvador, pero la exguerrilla le pisa los talones.

Con unas Farc libres de dogmas, pragmáticas y sin la amenaza de las armas de por medio, todo es posible. Incluso ganarse el favor de la izquierda urbana. Si eso llegara a ocurrir, “Timochenko” podría llegar a ser su presidente.

¿Están ustedes preparados?.

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