Barbarie en nombre de Dios

En nombre de Dios (o de los dioses) se han cometido las peores villanías humanas.

Dioses destructores y vengadores y únicos, los de la verdad revelada, los genuinos, los que tienen la razón (o la sinrazón), los que hay que defender. En fin. Dioses para hacer obedecer, para crear rebaños que no protesten ante los lobos. O que se dejen devorar por ellos, porque de ese modo alcanzarán el reino celestial… Dioses para la estulticia y para la crueldad.

Y a todas estas versiones, el fanatismo, que no es otra cosa que la negación de la razón, en el presunto caso de que esta haya sido una de las más altas conquistas humanas, digo que el fanatismo, que es además una negación de los otros (el otro no cree en lo que yo creo, por lo tanto, no debe existir), fue una característica del siglo XX, y de lo que va corrido del XXI, aunque sus raíces se hunden en los orígenes del tiempo (otro constructo humano).

Las religiones (en otro sentido, son parte de la historia de la cultura) se crean para el sometimiento. Y para los expansionismos económicos y políticos. Las cruzadas, por ejemplo, fueron, bajo el disfraz de la recuperación de los lugares sagrados del cristianismo, una faena sangrienta de conquista y destrucción. Las guerras de religión albergan, o mejor, ocultan, otras intenciones que trascienden rituales y feligresías. Se llevan a la carnicería centenares de miles de adeptos, a fin de mantener dinastías o de terminarlas, para que otras comiencen su reinado. Se invoca a la deidad para la destrucción de otras culturas, de otros creyentes (infieles), y ni siquiera los llamados procesos civilizatorios alcanzan a disminuir la barbarie.

Y en medio de las expresiones de irracionalidad, no falta quién se pregunte a dónde fueron las filosofías, las artes, las ciencias, el pensamiento ilustrado, y todo aquello que hace del hombre un ser del cual no hay por qué avergonzarse. Pero nada. Se puede matar con Beethoven a todo volumen. Y en este punto puede empezar el desfile de miserias sin fin, como, por ejemplo, la visión terrible de las torres gemelas en llamas, atribuido su ataque al integrismo islámico, pero cuya autoría todavía está en veremos; o el napalm norteamericano en Vietnam; o la masacre de My Lai, cometida por el bárbaro ejército gringo…

La llamada civilización construida a punta de sangre y terror. Cómo no volver a observar el millón de muertos de Ruanda, o la masacre de argelinos en París, o las ejecuciones de izquierdistas en estadios de fútbol, o los treinta mil desaparecidos de Argentina, ahogados algunos con los gritos de gol del Mundial del 78. Y qué tal las dos bombas atómicas arrojadas sobre poblaciones que no eran objetivo militar. El catálogo de horrores es infinito, y sin duda ahí, en su construcción, el denominado fanatismo ha puesto su mano criminal.

Los campos de concentración y de exterminio destruyeron al hombre. La razón se pulverizó en los hornos crematorios. Y, como diría Primo Levi, en esos lugares dantescos los prisioneros no solo perdieron la libertad, sino que en vez de encontrar solidaridad entre ellos, hallaron enemigos. La condición humana convertida en despojo. ¿Y a todas estas, qué tienen que ver las religiones en la catástrofe?

Quizá más que Dios y las religiones, como lo escribiera Saramago, es el “factor Dios”, invocado tanto en los dólares, como en las inquisiciones, cruzadas, guerras santas y demás descomposiciones, el que se instala como mampara de la barbarie. Y así, hoy, un nuevo dios se impone como marca de invasiones y guerras: el dios mercado. Y unos matan en nombre de la libertad y la democracia (caso E.U. y su invasión a Irak), y otros en nombre de Alá.

La masacre de caricaturistas y periodistas, incluidos dos policías, en París, en la revista Charlie Hebdo, cometida por fanáticos yihadistas, puede ser parte del fracaso de la denominada civilización, pero, además, del poner a Dios (a los dioses) como un ser guerrerista y vengador. Los pobres dioses (o el pobre Dios) deben de estar llorando por haber creado tanta inopia mental. Lo mejor será seguir caricaturizando a dioses y hombres. Tal vez a Dios le gustaría que lo representaran como una voluptuosa mujer fatal. Así muchos fanáticos ocuparían sus manos y cerebro en ejercicios más placenteros.

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