Con el pueblo venezolano

La demostrada inconsistencia de Maduro

El principal problema latinoamericano

Pocas  veces, en América Latina, se había dado un discurso tan esperado como el del presidente Nicolás Maduro. Sin embargo, pese a tantas expectativas y los cambios de agenda que las acrecentaron, terminó confirmándose lo que ya era una evidencia: Venezuela está a la deriva.

Quedó comprobado, ciertamente, que los venezolanos no gozan de un timonel para hacer frente al desabastecimiento y la carestía. Un discurso inane ante necesidades políticas, económicas y sociales tan apremiantes, salpicado de naderías díscolas como el “autosuicidio” y la inoportuna justificación de que todo está salvado porque “Dios proveerá”, que no sirve siquiera de canto de sirena para los incautos obligados a sufrir el oprobio y la desesperanza. Nadie, por supuesto, se alimenta de diatribas, ni recupera el salario desmedrado continuamente por una inflación cercana  al 65 por ciento. Ninguna economía se recupera de la prolongada mano larga con los recursos petroleros, ni puede edificarse sobre la base de un remedo de instituciones que más bien parecen “repúblicas independientes”, dislocadas de cualquier cuerpo orgánico y al garete del privilegiado cacique de turno que administra su parcela burocrática al antojo de sus apetencias.

El autoritarismo chavista, encarnado en Maduro, sostenido todavía por unas Fuerzas Armadas que no pueden permanecer ciegas y avalado por el silencio cómplice de la Unasur, organismo creado prioritariamente para mantener el temerario experimento en el país vecino, no puede ser, en lo absoluto, modelo de aceptación para los demócratas. Hoy el principal problema del continente es Venezuela. Ningún latinoamericano que se precie de serlo pensaría que allí todo está bien y que simplemente amerita voltear los ojos mientras las cosas se resuelven por sí solas.

La crisis es profunda. Es el cataclismo democrático y económico que ha llevado a la debacle social. Si en su momento el régimen pudo regodearse con el alza de los precios de las materias primas, en consonancia con un crédito mundial desbordado, el rentismo ya no es, con el barril de petróleo a 45 dólares, la panacea que permitió el populismo exacerbado y el resentimiento como norte. Se esfumaron los altos  precios del crudo y quedaron las deudas exorbitantes. Por eso, como conclusión de la extensa gira internacional de Maduro, no hay sino palabras. Ningún compromiso efectivo, apenas las solemnidades asiáticas y rusas, además del portazo dado por los países de la OPEP a cualquier modificación de sus políticas. De modo que el fracaso es descomunal. Y aun así, se aferra en su imaginación a que todo tenderá a mejorar; a que no hay necesidad de ajustes de fondo, con los costos políticos paralelos; a que ganará tiempo, esperando que el precio del petróleo se recupere y lo salve.

Pero no se crea que la crisis venezolana se debe exclusivamente a lo ocurrido en los últimos meses. Por el contrario, viene incubándose de hace tiempo, en pleno auge del régimen chavista. El resultado es claro: la más grande inflación del continente, el mercado negro con el dólar más desbalanceado del mundo, el déficit fiscal más extenso de América, la deuda en espiral con altísimos niveles de riesgo, un régimen que impaga las importaciones, las inversiones nacional y extranjera en picada, la agricultura inexistente y agobiada por las expropiaciones, las nóminas en entredicho y los homicidios y secuestros a granel. Un Estado fallido que ha logrado, a costa del pueblo, acaballarse en la inviabilidad como tierra prometida.

En tanto, Colombia debe prepararse para lo que se viene. En su  momento hizo bien el presidente Santos en pedir el diálogo gobierno-oposición, hace un año, a lo que Maduro accedió después de una rabieta. Terminó todo, como se sabe, en un chorro de babas, pero el régimen ganó tiempo. Un tiempo que de nuevo pretende ganar, en condiciones en que el pueblo ya no resiste. Desde luego, aprovechará Maduro cualquier distracción para echar la culpa a los demás, como siempre ha hecho. El desafío, claro está, consiste en respetar la autodeterminación de los pueblos, pero también dejar en claro que, mientras se desenvuelve la salida inevitable, los venezolanos no están solos y menos por los colombianos.

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