Ahora a los caricaturistas los matan. Antes ellos mismos —con ese escepticismo lleno de humor que los caracteriza— resolvían poner fin a sus días.

Uno de los más grandes que ha habido en Colombia, que dibujó a los políticos de los años 30, que con sus trazos mostró la división conservadora, su consiguiente caída y el arribo al poder del liberalismo con Enrique Olaya Herrera, optó un día cualquiera por quitarse la vida.

Era Ricardo Rendón, a quien Juan Gabriel Vásquez en su pequeña novela Las reputaciones lo recuerda como aquel que era una autoridad moral para la mitad del país, el enemigo público para la otra mitad y para todos un hombre capaz de causar la renovación de una ley, transformar el fallo de un magistrado, tumbar a un alcalde o amenazar la estabilidad de un Ministerio, y todo con las únicas armas del papel y la tinta china.

Eran los años del periodismo bohemio en que Rendón caminaba por el centro de Bogotá, sin que muchos lo conocieran, y a nadie le pasaba por la cabeza atentar contra él. Se encontraba con el poeta León de Greiff en el café El Automático y llegaba borracho, solo y triste a su casa. Muchos debieron ver los días de depresión que pasó, y uno de ellos dio lugar para que El liberal publicara el siguiente “suelto”, como entonces se le denominaba a esa clase de nota: “Por encontrarse algo delicado de salud, el genial caricaturista Ricardo Rendón se propone salir de Bogotá y pasar unos días de descanso”.

No viajó, pero el miércoles 28 de octubre de 1931 a las diez de la mañana ingresó a la tienda La Gran Vía, en la calle 18 con la calle Real (carrera séptima), pidió una cerveza, hizo un boceto de caricatura y dejó un escrito con lápiz: “Suplico que no me lleven a casa”.

Hoy los tiempos han cambiado, por lo menos en nuestro país. Dios nos libre de atentados, después de lo que hicieron contra Jaime Garzón. El genial Osuna no se deja ver, Vladdo no va a La Gran Vía sino a Harry Bar y, afortunadamente para cualquier eventualidad, tenemos un caricaturista Matador.