Obama-Raúl

Rectificamos o se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio y nos hundimos  Raúl Castro

Cuando cayó la guillotina reformista sobre los delfines de Fidel, aquellos jóvenes “prospectos” (valga este vocablo beisbolero del Caribe) Lage, Pérez Roque, Ramírez de Estenoz, Valenciaga, y fueron relegados Balaguer –secretario ideológico tradicional– y el melenudo Abel Prieto, se reafirmó que lo de Raúl iba en serio. ¿Y qué era “lo de Raúl”? Simplemente prescindir del modelo fidelista, lo que supuso salir de sus intérpretes más fieles y llevar a la cumbre a nuevos y viejos líderes unidos en la lealtad al sucesor. La reverencia mágica hacia Fidel conservaba su fuerza avasallante, pero en realidad al mando estaba Raúl, y solo él.

Fidel había resistido durante largo tiempo el cambio que terminó asociándose a su entrañable hermano. El último Congreso que condujo fue el V, de octubre de 1997. El sistema socialista mundial yacía en escombros. Su poder seguía siendo indiscutido, su dominio era tan rutilante y extremo como siempre. Fidel es brillante pero terco, ninguno mejor dotado para la conducción. Era la estrella en lo alto, el demiurgo, el “dios” de Cuba…. pero la situación había cambiado sensiblemente debido al naufragio del socialismo real. Contra su odio al sistema capitalista y su apego doctrinario al comunismo, se vio obligado a virar hacia el odiado mercado. Abordó el tema en forma desgarradora: al anunciar medidas liberales, ratificaba obsesivamente que serían un “por ahora” antes de volver a las andadas que determinaron la honda dependencia y crisis de la Isla.

Anunciaba cambios parecidos a los que 15 años después presentaría su hermano en el VI Congreso de 2012, con una diferencia que era toda la diferencia: el mercado en Raúl no sería transitorio sino definitivo, parte esencial del socialismo. Era optar entre iniciativa privada y control público hermético; en fin, a conciencia o sin ella, era optar entre el comunismo y la inversión privada, que ha convertido a China en una potencia económica.

Antes de perder su particular batalla, Fidel intentó sacudir al partido. El 17 de noviembre de 2005 habló en el Aula Magna de la vieja Universidad de La Habana. Deshecho su optimismo habitual, impresionó al mundo al afirmar –¡él, precisamente él!– que el comunismo podría desaparecer. En medio de la estupefacción del auditorio, clamó con inocultable dramatismo:

“Hemos sido testigos de muchos errores y ni siquiera nos dimos cuenta. ¿Han pensado ustedes en profundidad, lo han pensado alguna vez, que este socialismo puede derrumbarse?”

Dejó sentir su angustia por la reedición de la hecatombe soviética, a través de una perestroika.

“Uno de esos grandes errores –continuó– es creer que con medidas capitalistas se podía construir el socialismo”.

Sesgada pero inequívocamente aludido, Raúl no dijo esta boca es mía pero tampoco declinó su política. Lo impresionante es, no obstante, que la paterno-filial relación entre los dos hermanos parece mantenerse. Tema digno de Shakespeare o Sófocles.

La nueva amistad Obama-Raúl no puede sorprender a quien le haya seguido la pista al proceso interno cubano. No es un arrebato personal. No es que Raúl “se entregó” o que “la malicia castrista le dobló la mano al presidente norteamericano”. Se trata de una tendencia que, alentada por el deterioro de Cuba, cristalizó en este momento como pudo hacerlo antes o después. Y esa tendencia, por encima de comprensibles y sin duda justos resentimientos contra el totalitarismo y el castrismo, marcha o podría hacerlo en dirección correcta. La apertura económica y la liberalización política son ahora los temas implícitos de la agenda, pero el restablecimiento de relaciones con EEUU era, quizá, una premisa ineludible.

¿Acaso no es contradictorio acercarse a EEUU al tiempo que a su más bien retórico enemigo bolivariano?

La fatalidad empuja a la Isla a moverse en los dos tableros. La engringolada cumbre madurista no lo verá, pero Cuba solo puede salir de sus problemas en el marco de la liberación económica y política. Como lo reconocen sus líderes actuales y lo predican disidentes de la estatura de Martha Beatriz Roque y el ilustre fallecido Oscar Espinosa Chepe, sin inversiones foráneas ni libre empresa Cuba no tiene salida. De allí las reformas que en medio de insuficiencias y contradicciones, intenta aplicar Raúl. Algunas audacias como el megapuerto de Mariel.

Esa política, en caso de hacerse irreversible, necesitará unos años de maduración. ¿Y mientras tanto quién calmará la desesperación de un pueblo que sufre con el ajuste que hoy, no mañana, está aplicando el gobierno?

El paquete cubano es mucho más doloroso que los que cierta izquierda rechazó por neoliberales. Con un salario medio entre $17 y $20 mensuales nadie puede vivir. Para complementarlo en algo estaba el llamado “salario social”: libreta, mercados populares, medicina y educación. Su ajuste significa: despido de más de un millón de empleados, reducción de la libreta ($1000 millones anuales), eliminación de comedores populares gratuitos (¿$2500 millones anuales?) y de gastos en educación, salud y deporte. Es un mazazo letal. ¿Cómo amortiguarlo? ¡Ah!, con el día a día aportado por Venezuela.

Mientras Cuba supera el trance de mediano plazo –si pudiera lograrlo– montado en el carril occidental, Maduro bien vale una misa. Lo malo es que la faltriquera, precio del barril y popularidad del presidente venezolano son hoy la alegoría de su moneda. El envilecido bolívar. Sí, el que llaman “fuerte”.

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