Otra salvajada

En el mundo no puede haber víctimas de primera y segunda categoría.

Y así como ha habido un rechazo masivo y mundial por la masacre perpetrada en París en contra de la libertad de expresión, de la misma forma se debe condenar la salvajada —no se puede describir de otra forma— cometida por el grupo terrorista y fundamentalista Boko Haram en Nigeria. Entidades no oficiales cifran en 2.000 los asesinados por este grupo en Baga, una pequeña población ubicada en inmediaciones del lago Chad. El Gobierno dice que fueron 150. Sea cual sea la cifra cierta, es una barbaridad que merece la atención del mundo entero.

Pese a sus diferencias, hay varios elementos en común entre la masacre con la que se quiso silenciar a Charlie Hebdo y la perpetrada en Baga. Entre ellos, la intolerancia de sus perpetradores, ese deseo de acabar con “infieles” y “blasfemos”. Ya lo han dicho miles de musulmanes. El problema no es el islam sino una lectura fundamentalista que se ha hecho de él. Porque —valga recordarlo— la violencia de estos grupos ha afectado asimismo a sociedades mayoritariamente musulmanas, como Irak y Yemen, donde no hace mucho murieron 33 personas por culpa de un carro bomba instalado por Al Qaeda.

Boko Haram, pese a traducir literalmente “la pretenciosidad es pecado”, puede ser traducido como “la educación occidental es un pecado”. Casos tan atroces como el secuestro de casi 200 niñas de una escuela en Chibok, un pueblo al norte de Nigeria mayoritariamente cristiano, son muestra de ello. El ataque fue justificado por su líder, Abubakar Shekau, diciendo que las niñas no deberían estudiar “sino servir de esposas”. Una posición similar a la del talibán que disparó contra la joven paquistaní Malala Yousafzai. La hoy premio nobel de paz fue atacada, simple y sencillamente, por promover el derecho de la mujer a la educación.

Pero, de nuevo, frente a esta barbarie de la intolerancia se deben evitar las lecturas simplistas y xenófobas, que terminan siendo tan intolerantes como el mismo Boko Haram. También la tentación a reducirlo todo a un problema religioso. Tras lo sucedido en Nigeria, Francia y Yemen, hay una serie de tensiones geopolíticas y socioeconómicas que hay que tener en cuenta: gobiernos inestables, exclusiones, sociedades pobres y conflictos por rentas legales, como el petróleo, e ilegales, como el tráfico de armas, muchas veces aupados por las mismas potencias occidentales.

De la misma forma, estos no son conflictos exclusivamente nacionales. El de Boko Haram, por ejemplo, es un conflicto transnacional, como lo han demostrado los combates entre ese grupo y el ejército camerunés, que este fin de semana dijo haber repelido un ataque con un saldo de 143 terroristas muertos. El fundamentalismo puede atacar en cualquier lugar. Pero antes que pensar en una amenaza mundial y poner el miedo como estandarte, se trata de entender que las soluciones no deben quedar en manos de un solo Estado, sobre todo si éste se ha mostrado incapaz de responder a la amenaza.

El arzobispo de Jos y presidente de la Conferencia Episcopal nigeriana, Ignatius Kaigama, ya ha solicitado la ayuda extranjera. “Necesitamos que se extienda ese espíritu, no sólo cuando ocurre en Europa, sino cuando ocurre en Nigeria, Níger, Camerún y muchos otros países pobres”, le dijo a la BBC. Tiene razón. Es necesario que el mundo ponga sus ojos en Nigeria e intervenga, no para empeorar las cosas, como ocurrió en Irak, sino para mejorarlas. De fondo hay una consigna clara: que todos —católicos, budistas, judíos, musulmanes, ateos— puedan vivir y profesar su creencia en una sociedad que respete la diferencia. Algo que no va a ocurrir mientras el fundamentalismo y la islamofobia sigan tan campantes.

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