Sueños frustrados

Mientras en el Congreso la improvisación para legislar ha sido patente y aún se ignora de dónde sacará el Estado los recursos necesarios para instrumentar correctamente los gastos del postconflicto, en las universidades se estudian estrategias para encontrar caminos financieros que hagan a la firma del proceso –si este es avalado por las mayorías nacionales– un compromiso vivo y operante y no un documento inerte, unas memorias con letra muerta.

Saben los académicos que el déficit fiscal en la próxima vigencia irá creciendo por la caída de los ingresos petroleros y que así los compromisos que se adquieran en La Habana sobrepasarían las posibilidades de recursos disponibles internos, y podrían superar la capacidad de endeudamiento del país. Con este panorama preñado de escepticismo, las cuentas del postconflicto no darían para volverlo aplicable y real.

En diversos foros de gentes estudiosas y analistas centrados en su misión de pensar en soluciones factibles y no ilusorias, se insiste en que se debe exigir a los victimarios de todos los pelambres, actores del conflicto, que no solo deben devolver las propiedades usurpadas a sus legítimos dueños sino entregar los recursos con los cuales se enriquecieron ilícitamente para reparar a las víctimas y financiar las políticas públicas, “incluidos los proyectos para la reinserción de los propios excombatientes”.

Mas como van las cosas, les tocará seguramente llevar el mayor peso de tamaña responsabilidad del postconflicto a los colombianos de bien. Porque la otra fuente en la que el Gobierno ha puesto sus ojos, la comunidad internacional, hasta ahora ha llenado al país de buenas intenciones y de mejores consejos. Los mismos países consumidores de droga, “cuya omisión y permisividad consolidaron emporios del crimen fuera de sus territorios”, se han hecho los de oídos sordos al clamor del país víctima.

Por supuesto que en estos foros académicos se han planteado las dificultades que se pueden presentar en ese acompañamiento externo al postconflicto colombiano, dado el estancamiento económico mundial que restringe la cooperación financiera. No es sino mirar el retorno de Santos de la vieja Europa que volvió con palmaditas en la espalda, “en lugar de compromisos firmes de cariño verdadero a través de aportes generosos o de créditos blandos”. La mano estirada y vacía, “dejó un sentimiento de pérdida de dignidad y un sinsabor peor que el producido por el fracaso del mismo peregrinaje”, como lo decía Gabriel Muriel, una autoridad de la Universidad Nacional en ciencias políticas.

El desafío que se le viene encima al país es grande. Si se firma en el 2015 el documento de La Habana y el pueblo colombiano lo ratifica en las urnas, hay que hacerlo viable. Hay que blindarlo no solo contra la impunidad sino contra la corrupción, para que los dineros con que se va a financiar sean utilizados con transparencia y eficacia. Es una etapa histórica que si no se le protege de la piratería de la inmoralidad en la destinación, consecución y destinación de los dineros como carta de navegación, tendremos otro de los muchos sueños frustrados en Colombia. Recordemos que según Transparencia Internacional no hemos mejorado nada en la percepción que existe de un Estado corrupto….

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