Y ahora, la otra mitad

¿Existe una estrategia presidencial para hablarle a la mitad de los colombianos que siguen sin creer en el proceso de paz?

Terminando el 2014 Juan Manuel Santos reunió en su finca de Anapoima a un grupo de altos oficiales para hablar a ‘calzón quitao’ sobre la paz. Dentro del menú fueron apareciendo asuntos como el desescalamiento del conflicto y el cese bilateral al fuego, entre otros.

Cuentan algunos de los asistentes que el presidente les pidió a sus comensales ir cambiando progresivamente el lenguaje con el que las Fuerzas Militares se refieren a los guerrilleros de las FARC. Reemplazar los usuales calificativos de ‘bandidos’ o ‘narcoterroristas’ por otros más benevolentes, para “contribuir en la construcción de un clima de paz”.

Desde aquella reunión hasta hoy, Santos ha hecho todo lo posible por reconocer la voluntad de paz de las FARC y le ha enviado señales inequívocas a la guerrilla en el sentido de que quiere sacar adelante este proceso cueste lo que cueste.

En La Habana el entendimiento entre las partes parece cada día más sólido y las concesiones a la guerrilla por parte del Gobierno crecen, hasta en el lenguaje oficial, como muestra el episodio de Anapoima. Mientras tanto, la pregunta que surge es si existe una estrategia presidencial para hablarles paralelamente a los millones de ciudadanos que siguen sin creer en el proceso de paz.

Francamente no parece que sea así. Cada vez que un expresidente como Andrés Pastrana se pregunta cosas que una buena parte de colombianos también se cuestiona, en vez de invitarlo a dialogar le mandan desde el Gobierno al ministro del Interior para que lo tache de “mentiroso y delirante”.

Lo mismo ha ocurrido con Uribe cuando en sus cartas a Álvaro Leyva y a Luis Carlos Restrepo deja entrever alternativas para meterse en la paz. En vez de estudiarlas y recoger algunas de esas ideas, las desestiman prontamente y envían desde Palacio a los congresistas de la guardia pretoriana a cascarles a los parlamentarios del Centro Democrático, comenzando por el propio Uribe a quien no bajan de loco.

Hemos dicho aquí que una paz sin lo que representa esa otra mitad de colombianos será una paz incompleta y demasiado frágil. Pero lo preocupante es que mientras el Gobierno sigue aflojando frente a las FARC, no existe un discurso inteligente, mucho menos una estrategia bien planteada de cara a los ciudadanos descreídos que de mantenerse al margen del proceso pueden aguarle al Gobierno los acuerdos que se alcancen en Cuba y torpedear la refrendación de los mismos.

¿Qué puede hacer el Ejecutivo entonces si de verdad le interesa convocar a esa otra mitad e incluirla en una paz completa y sostenible?

Para empezar, el presidente debería cogerle la caña al procurador en su propuesta de un acuerdo nacional por la paz y abrir canales de diálogo formales con Ordóñez, que encarna a buena parte de la derecha en Colombia.

Santos debería además ordenarle a su bancada en el Congreso que inicie la discusión del tratamiento jurídico que planea darles a los militares para no maltratarlos al final de la negociación con las FARC. Ese tema tomará tiempo y como no hace parte de los puntos del proceso de paz, debe tramitarlo por otras vías y las Fuerzas Armadas esperan respuestas en ese sentido más allá de las esporádicas declaraciones del presidente sobre el tema.

Si el Gobierno no quiere tocar a Uribe todavía de manera directa, debería considerar la forma de ponerles más bolas a quienes estando cerca del expresidente han ido lanzando puntadas de entendimiento, como Luis Carlos Restrepo y Carlos Holmes Trujillo. Por ahora, no veo a nadie desde el oficialismo haciendo la tarea.

Finalmente, habrá que decirle al señor presidente que el lenguaje que hay que cambiar no es el que usan los soldados para hablar de sus adversarios sino el que emplea el Gobierno para referirse a esa otra mitad de colombianos escépticos a a quienes torpemente sigue llamando enemigos de la paz.

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