Colombia modelo 60

Los cabecillas de las farc -bautizados ahora como líderes- evidenciaron en sus recientes declaraciones que su pensamiento político se quedó fosilizado en 1960. Además, tozudamente niegan de manera cínica toda evidencia de su accionar delictivo.

Nada más peligroso que esos que matan gente dizque para tener un mejor país y, a destajo en su barbarie, hablan de la felicidad del pueblo.

Por eso, la experimentación del gobierno de turno para pasar a la historia como el que desarmó, al menos nominalmente, a las farc, es un esfuerzo que después de cerca de tres años aun no cala en el fuero interno de los colombianos.

La unidad conceptual necesaria para que haya una verdadera paz no ha ido más allá del genérico “anhelo de paz” que siempre se agita, circunstancialmente. El postconflicto, idea que venden diseñadores de academia y mercadotecnistas de oportunidad, presupone a los soldados recogidos en sus cuarteles fronterizos, en brigadas ecológicas y con sus héroes del momento, entregados a las garras de la izquierda inquisitorial, sin garantía de justicia como advertencia para que “nunca más” se les ocurra cumplir la misión constitucional de combatir a los terroristas.

La refundación de nuestras Fuerzas Militares está, pues, a la vuelta de la esquina, como resultado de negociaciones que nos tienen ahítos de incertidumbres y de sorpresas desagradables.

Entregar la institucionalidad por la que han derramado su sangre nuestros soldados y vender paz al por mayor, podría llevarnos a otra era de violencia. Y de nuevo, los militares serán llamados al frente de batalla y los verdaderos culpables pasarán de agache, cómodamente escondidos en alguna embajada.

Las posiciones del fiscal y del recién nombrado presidente de la Corte Suprema de Justicia garantizan que la impunidad seguirá reinando en el país y por ende la Seguridad, primer deber de cualquier Estado serio, continuará deteriorada y golpeándonos.

El nuevo presidente izquierdista de Uruguay ha ordenado una de las conocidas Comisiones de la Verdad que ya se sabe cómo terminan siempre: condenando a los militares y santificando el martirologio terrorista.

Colombia no será la excepción y los militares de nuestro país tarde o temprano serán banquete de quienes masacraron a los colombianos durante 50 años, avenidos, por efecto de la propaganda, en modelos de moralidad. Así estamos: avizorando la tormenta mientras quienes nos metieron en esta guerra, dan rienda larga a sus egos mayúsculos y sacrifican a los soldados de un Estado ahora expuesto a la ambición de los marxistas-leninistas de los 60. Colombia bien puede ser otra Venezuela u otra Argentina. La fórmula funciona, para mal, pero funciona.

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