Historia convulsionada

Ayer entregó su informe la Comisión Histórica creada para revelar los principales factores que han contribuido al conflicto armado interno en Colombia, “así como sus orígenes y sus múltiples causas”.

Sin conocer aún el texto redactado por esa comisión, de la cual hacen parte calificados investigadores, como el francés Daniel Pecaut –autor de la Crónica de cuatro décadas de política colombiana- y Malcolm Deas, historiador inglés, hacemos un ejercicio especulativo sobre lo que consideramos que debe estar en el contenido de tal estudio.

En esa comisión están reconocidos hombres de izquierda que ojalá hayan puesto el rigor histórico y la decencia ética sobre sus simpatías y antipatías por los hechos y protagonistas de lo que ha sido una lucha tribal, con larga historia de sombras y vindictas.

Posiblemente la comisión habrá considerado como una de las causas -así sea remota- del conflicto bélico, las guerras civiles entre liberales y conservadores comprendidas entre 1863 -Constitución Federalista del Liberalismo Radical- y 1886 con la Carta centralista y clerical de la Regeneración conservadora.

Hay quienes opinan que en aquellas controversias ideológicas y religiosas así como en la feroz guerra bipartidista de los mil días -con la cual se despidió el siglo XIX y se inauguró el siglo XX- se enraíza buena parte del germen nocivo desarrollado por posteriores generaciones guerreristas. El asesinato de Uribe Uribe (1914), con la complicidad del gobierno de la época y de sectores fanatizados del clero bogotano, pudo haber contribuido a demostrar la genética violenta en las siguientes vindictas nacionales.

La muerte de Gaitán en 1948 le puso la lápida a cualquier posibilidad de armisticio en la lucha partidista. Desató una violencia desbordada que se prolongó por muchos años. Un partido minoritario a la defensiva desde el gobierno y otro mayoritario soliviantando las masas en las plazas públicas. Sociólogos definen esta oscura etapa de crueldad colectiva como la del “lucro cultural cesante”.

En pleno Frente Nacional y ya en la década de los años 60, aparecen las Farc. Luego el ELN y el EPL. A comienzos de los setenta el M-19. Todos dejan a su paso exterminio y sangre. Como un ciclón entra en el drama el narcotráfico y el paramilitarismo con carrobombas, masacres y despojos. Al Estado se le arrinconó. Vaciló y mostró su incapacidad para enfrentar con eficacia y prontitud tamaño apocalipsis.

Así que el informe de la Comisión Histórica lo aguarda el país con interés para discutirlo. Espera que no sea sesgado ni monocolor. Si bien no es fácil que sea rigurosamente objetivo, dada la ideología de la mayoría de sus miembros, por lo menos se confía que se aproxime –así sea en apariencia– a una historia auténtica más que a una novela. Historia en la cual comparten responsabilidades por igual guerrilla, narcotráfico, partidos tradicionales, jerarquía religiosa ultramontana y movimientos de extrema izquierda y derecha.

En la foto, si se hace con rigor y claridad, seguramente aparecerán al desnudo todos aquellos actores reales del largo conflicto colombiano. Ninguno podrá lanzar la primera piedra para liberarse del juicio riguroso de la historia como responsables principales de la violencia que durante décadas ha padecido Colombia, sometida ahora a un proceso de paz impredecible.

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