La Paz, Colombia y Twitter

No creo que los acuerdos de La Habana con las Farc traigan la Paz, así con mayúsculas, como en los avisos gubernamentales. Significarán, si es que llegan a ponerse las esperadas firmas, que uno de los protagonistas de la violencia colombiana intentará reintegrarse a una sociedad desconfiada y que les teme. Algunos de ellos, incluso, formarán nuevas bandas tras la atomización del grupo.

Tendrá que venir después un enorme esfuerzo por perdonar el infierno sangriento que es Colombia desde hace medio siglo y ayudaría mucho a la indulgencia que el pacto sea justo, con penas proporcionales de cárcel y arrepentimientos sinceros.

Lo anterior puede resultar obvio a estas alturas. Es el eco vacío de un asunto repetido tantas veces en los últimos tres años que ha perdido nuestra atención. Sin embargo, lo traigo de nuevo porque el torrente de odio que un porcentaje de compatriotas escupe en las redes sociales me hace dudar de la reconciliación.

Es quizá el relativo velo del anonimato de Facebook y Twitter el que lleva a que algunos se refieran en semejantes términos a los que consideran sus enemigos. Hablan de muerte y asesinato como un asunto de venganza lógico y expresan su deseo de desgracia ajena con una facilidad pasmosa.

Un caso de las últimas semanas resultó particularmente enfermizo. Tras la triste muerte del hijo del senador Antonio Navarro, se emitieron cascadas de mensajes aplaudiendo la desgracia, deseándole mayores males al congresista y recordándole su pasado en el M-19. Leer tamaño despropósito solo genera incertidumbre por el futuro de esta sociedad que insiste en el ojo por ojo.

Navarro es un hombre que reconoció el error de la lucha armada, recibió el perdón de la sociedad y desde entonces trabaja con esfuerzo y honestidad. Defiende lo que cree justo. Se lo reconocen en su partido y en la oposición. Lo respetan por igual Iván Cepeda o Álvaro Uribe.

En la gigantesca cloaca de opinión irresponsable de “walls” y “timelines” se refleja mucho del comportamiento de esta sociedad que algunos quieren meter ya en el posconflicto, aún cuando el conflicto palpita con fuerza.

Lo hecho contra Navarro es un reflejo de una parte del país que se repite a diario. No es la mayoría, evidentemente, pero sí una muestra bastante sustancial. Ese paradigma me inspira incertidumbre, pero sobre todo me genera asco y miedo.

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